“El presidente tiene que tomar una decisión”. Es la forma más educada que han encontrado varios líderes demócratas de enseñarle a Joe Biden la puerta de salida tras su desastroso primer debate contra Trump. Poco importa que el presidente repita una y otra vez que la decisión ya está tomada, que quiere ser candidato, muchos van a seguir preguntando hasta que la respuesta sea diferente, en público y en privado. Pero, si Biden da finalmente un paso atrás, ¿qué pasa después?
Todo empieza por esa “decisión”. Si Joe Biden se empeña en ser candidato, es casi seguro que lo será: ha ganado las primarias y, según las reglas del partido, los delegados de la Convención Nacional Demócrata elegidos en su candidatura “deben en buena conciencia reflejar los sentimientos de aquellos que los eligieron”. Hay margen para una revuelta, pero es un margen muy corto. También es teóricamente posible que el propio gobierno de Biden lo incapacitara invocando la 25ª enmienda, pero es igualmente improbable.
Pensemos, sin embargo, que Biden da voluntariamente un paso atrás. Para empezar, lo ideal sería que lo hiciera antes del 19 de agosto, el día en que empieza la Convención Nacional Demócrata, que es quien nomina al candidato del partido. Si el presidente se retira, los delegados son soberanos para elegir a la persona que mejor les parezca para encabezar la candidatura, pero hay un problema añadido: el estado clave de Ohio cierra el plazo para nombrar candidatos el 7 de agosto, lo que favorecería algún movimiento entre bambalinas para alcanzar un acuerdo antes de esa fecha.
Hasta los años 60, las primarias presidenciales tenían un peso relativo y era en las convenciones donde se negociaba quién sería el candidato: pulsos, chantajes, sobornos, sorpresas de última hora… Biden podría invitar a sus delegados a votar por alguien en concreto como candidato, pero no tendrían necesariamente que hacerle caso. Cualquiera que consiga el apoyo de una mayoría de delegados de los diferentes estados y territorios (1968 en primera votación y 2258 en las siguientes) se haría con la nominación. Además, si Biden fuera nominado en la convención pero se marchara voluntariamente antes de las elecciones, el Comité Nacional del Partido podría nombrar un sucesor.
La vicepresidenta Kamala Harris es la sucesora automática de Biden en la presidencia si este dimite o le pasa algo, pero nada le asegura el puesto de candidata presidencial si su jefe se retira antes o después de la convención. Seguro que sería una de las que tienen posibilidades, pero otros, como los gobernadores Gavin Newson de California o J.B. Pritzker de Illinois, han dejado claro que apoyan a Biden, aunque no han aclarado qué pasa si el presidente se va por su propio pie. Otras candidatas en los rumores, como la gobernadora de Michigan Gretchen Whitmer o la exprimera dama Michelle Obama, han sido más claras de decir que no están interesadas.
Pase lo que pase, si Biden no es el candidato demócrata el próximo 5 de noviembre será un hecho histórico. Ha pasado más de medio siglo desde la última vez que un presidente decidió no presentarse a la reelección pudiendo hacerlo; desde hace más de 170 años ningún partido le ha negado la nominación a un presidente en el cargo; y hasta hoy, ni republicanos ni demócratas han reemplazado jamás a su candidato después de nombrarlo. Pero nada de esto importa si no se cumple lo primero: si Biden no “toma una decisión”, lo más probable es que los votantes sean quienes decidan su destino.