La Gran Industria Electoral

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¿Para qué necesitan tanto dinero en la campaña presidencial de Estados Unidos? Ya dijo Lewis Carroll que aquí los mapas se han hecho más grandes que las carreteras. Esta ficción de políticos y grandes medios ha creado una realidad agitada por el insulto y el desprecio, imparable, creciente, un gran telón que impide fijar la vista en el día a día: una superposición de frames, highlights, memes, eslóganes, basura en technicolor. 

Durante el pasado fin de semana, los demócratas hicieron 2.300 actos de campaña all over United States. Según los tanques de pensamiento del partido, Kamala Harris es una excelente moneymaker que levanta millones de dólares como respira; los republicanos se alían con fuerzas financieras con más potencia que Holanda para sostener la velocidad de crucero hasta que suene el gong del 5 de noviembre, cuando los estadounidenses deberán saber quién es su nuevo presidente.   

La desmesura electoral hace que el combustible financiero nunca sea suficiente, que la pirotecnia de demócratas y republicanos ocupe el discurso público. Así, apenas queda una esquina de la pantalla de televisión para contar cómo retiran las acampadas permanentes de homeless en el downtown de Los Ángeles —un ejército de zombies invisibles—, cómo cientos de miles de mujeres no tienen asistencia en el parto, cómo (muchos) trabajan pasados los 80 años porque no se han ganado el derecho a ser pensionistas, o cómo crece el número de carjackings en el área de D.C.     

El foco provoca ceguera. Solo hay un objetivo: el poder, cómo conseguirlo y cómo conservarlo. Cualquier sucedido, por grave o sustancial que pueda parecer, momentáneamente es engullido por la monstruosidad de la maquinaria creada al efecto. Es como surfear una montaña rusa.    

Parecieron vivirse momentos agitados, dio la sensación de que la semana que fue desde la bala fallida contra Trump al aislamiento y renuncia de Biden, era la semana del fin del mundo. 

En esos días, Estados Unidos puso en las tablas del mundo un drama shakesperiano: un presidente octogenario recluido en su residencia de la costa meditaba “step aside” mientras los subordinados se repartían la túnica, y un francotirador veinteañero tiraba a la cabeza de Donald Trump en un mitin en Butler, Pensilvania. 

Todo ese zarandeo, incluido el discurso de despedida y autovindicación de Joe Biden —primer presidente en ejercicio que se retira de la carrera por la reelección desde Lyndon B. Johnson (1968)— es ya prehistoria. En este segundo, en esta milésima de segundo y ya veremos que pasará en el siguiente, Kamala ha tomado impulso y Trump está obligado a reaccionar, aunque el intento de asesinato no parece haberle hecho meditar. En Gabriel Over White House, la vieja película de La Cava, Walter Houston es un brillante pero taimado presidente que tras un accidente súbito cambia de personalidad, presuntamente guiado por el Arcángel San Gabriel y por Abraham Lincoln. Y entonces toma medidas revolucionarias en favor de la igualdad y el bienestar social. La película de La Cava es muy, muy vieja.   

Sobre la invencibilidad de los presidentes, el destino y su hilo directo en el Altísimo, la Historia, la prensa y los speechwriters han procurado abundante material, muchas veces, inflamado entre el heroísmo fortuito y la hipérbole. Así, unos días después de sufrir un grave infarto, el presidente Eisenhower compareció ante los fotógrafos en Denver. Convaleciente, en una silla de ruedas, rodeado de médicos y sanitarios, el viejo héroe de guerra llevaba, como prueba de vida, un bordado a la altura del corazón que rezaba, “Much better, Thanks!!!”, despejando las dudas sobre su salud. 

En la Biblioteca Presidencial de Ronald Reagan (Simi Valley, California) se recrea el último intento de asesinato con arma de fuego (1981, Hotel Hilton, Washington D.C.) que sufrió un presidente en ejercicio. Con las balas habiendo rozado sus órganos vitales, a punto de ser operado a vida o muerte pero todavía consciente, Reagan, imperativo, cuestionó al cirujano, “Espero que usted sea republicano” y aquel médico (quién sabe qué es verdad en este tipo de narraciones) contestó, “presidente, hoy, aquí, todos somos republicanos”. 

Todos esos chascarrillos o anécdotas presidenciales están en los museos o en las hemerotecas. Pero hoy lo único que prima es una batalla incierta por el control de la Casa Blanca.    

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