La herencia política del trumpismo

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Una de las muchas cosas buenas que tiene contar en el equipo de Gobierno de la Universidad de Alcalá con una gran historiadora –me refiero a la catedrática Margarita Vallejo, vicerrectora de Posgrado– es que, como analista del presente, aprendo mucho con sus lecciones sobre el pasado. Al día siguiente del brutal asalto al epicentro del poder legislativo federal de los Estados Unidos, la Dra. Vallejo compartía conmigo el grabado que el ilustrador decimonónico Heinrich Leutemann hizo sobre el saqueo de Roma por los vándalos en el 455 de nuestra era. En la imagen del Mundo Antiguo que nos presenta el ilustrador alemán, aparece un tipo barbudo y con una caperuza con cuernos que, acompañado por una turba de bárbaros, camina hacia unas barcazas tras proceder a robar, entre otras, las riquezas del Capitolio romano. Toda clase de objetos y enseres son sacados del edificio capitolino por una multitud enardecida y complacida con su terrible acción. A lo lejos, en la sombra y montado a caballo, el rey Genserico contempla y dirige el desenfreno bárbaro, señalando el Capitolio al resto de la encendida muchedumbre.

Aunque hayan pasado dieciséis siglos, los tumultos que vimos el pasado día 6 de enero en el Capitolio de Estados Unidos no estaban muy lejos del asalto bárbaro al Capitolio romano dibujado por Leutemann. Cuando nada parecía que nos podía sorprender, tras un 2020 marcado por la COVID-19, nos encontramos en un recién nacido 2021 con que una caterva de descerebrados, manipulados por el nacional-populismo del presidente Donald Trump, quien, ahora sí, pasará a la historia como el peor mandatario estadounidense, decidió boicotear la ratificación del ganador legítimo de las elecciones presidenciales del pasado mes de noviembre. No hay más calificación para tamaño despropósito que el de terrorismo doméstico. Estados Unidos, país referente de la democracia moderna y que a lo largo de su historia ha dado muestras de ser garante de las libertades y principios democráticos, ha puesto en bandeja de plata a sus enemigos la acusación de parecer, como el presidente George W. Bush dijo en su comunicado, una república bananera. 

Nunca como ahora se ha podido decir de la política de Estados Unidos que, de aquellos polvos, estos lodos. Ese ha sido el juego político de Trump en sus cuatro años en la Casa Blanca: enfangar, enlodar y pervertir las bases de la que, parecía, robusta democracia estadounidense. Con la promesa de drenar el pantano de Washington, Trump añadió a su causa a los grupos más extremistas y peligrosos de la América del “Poder Blanco”. Los Proud Boys, la Alt-Right, el movimiento QAnon, y hasta el KKK estaban listos, “stand back, stand by”, para asaltar las instituciones políticas del estado si su presidente se lo ordenaba. ¡Y vaya si lo hizo! Solo unas horas antes, como Genserico con los vándalos, Trump señalaba el camino del Capitolio a sus correligionarios. Lo que ocurrió después es de sobra conocido. Cualquier estadounidense amante de su democracia, sea republicano o demócrata, debe estar hoy todavía abochornado por el vergonzoso y vergonzante espectáculo que se vivió la pasada semana.

El próximo día 20 de enero, Joe Biden y Kamala Harris se van a encontrar con una sociedad demasiado polarizada, casi de forma dramática. Heredan un país donde el todavía presidente Donald Trump llama patriotas a los 75 millones de estadounidenses que le dieron el voto. ¡Como si los 80 millones largos de votos obtenidos por Biden no fueran de ciudadanos igualmente patrióticos! Esta fractura social tiene que ser corregida rápidamente. Ahora que el Partido Demócrata controla el Congreso y la Casa Blanca, debe gobernar para todos. Tiene que escuchar y negociar con la oposición republicana. Biden y Harris no deben olvidar que en dos años hay elecciones de medio mandato y que puede pasarles lo mismo que le ocurrió a Obama en 2010, cuando los demócratas perdieron la Cámara de Representantes tras la movilización electoral del movimiento ultraconservador Tea Party. Esa polarización llevó a Trump y al  trumpismo al poder en 2016; y esa misma polarización los ha llevado a ellos al ejecutivo en 2020.

No es tarea fácil la que le espera al nuevo inquilino de la Casa Blanca y a su superpreparada y ambiciosa vicepresidenta. Tanto Biden como Harris han sabido rodearse de colaboradores con experiencia, sin caer en el grotesco espectáculo de entrevistar candidatos y airearlo, como hizo Trump al comienzo de su primer y, afortunadamente, único mandato. Al final deberá ser “Sleepy” Joe quien tenga que drenar el famoso pantano de Trump, pero para salvaguardar la democracia estadounidense y no para embarrarla y mancillarla más.

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