Uno de los mantras más repetidos por los dirigentes demócratas en la pasada campaña electoral norteamericana tenía que ver con el peligro que representaba para la democracia norteamericana la eventual victoria del candidato republicano Donald Trump. Su negativa a aceptar unos resultados electorales, los del 2020, avalados por cuantos juzgados dirimieron causas al respecto, su temperamento polémico y formas autoritarias de tintes xenófobos y misóginos, el desprecio soez mostrado hacia sus contrincantes políticos, incluso declaraciones de íntimos colaboradores relacionándolo intelectualmente con Hitler, propiciaban tal precaución.
Sin embargo, en los últimos cuatro años ha sabido mantenerse vivo pese a vicisitudes de todo tipo, como el asalto al congreso, los pobres resultados en las elecciones de medio mandato, sentencias judiciales condenatorias, la confrontación con correligionarios y colaboradores… Para cualquier otro político este tipo de acontecimientos, uno solo de ellos, hubiera supuesto su caída inmediata y el definitivo descenso a los infiernos. Pues bien, las elecciones ya se han llevado a cabo y a partir del próximo 20 de enero, el republicano volverá a sentarse en el Despacho Oval.
La suya ha sido una victoria inapelable tanto en el fondo como en la forma, pues no solo ha conseguido el número necesario de votos electorales, como hiciera hace 8 años, también ha vapuleado a su adversaria en el voto popular. Donald Trump ha incrementado el número de sus votantes en algo más de 1 millón respecto al 2020, en tanto que Kamala Harris ha perdido 10 millones respecto al resultado obtenido por Biden. Este hecho ha tenido repercusión en todos los estados indistintamente de que votaran demócrata o republicano, en todos los segmentos de votantes –hombres blancos, mujeres, jóvenes, grupos étnicos…-, y tanto en zonas rurales como en las ciudades.
Resulta obvio que los apocalípticos mensajes augurando el fin de la democracia liberal que lanzaron Barack Obama, Joe Biden, y Kamala Harris han caído en saco roto. Los referidos 10 millones de votos perdidos por Harris es el mismo que el número de abstencionistas de una elección respecto a la otra -158 millones de votantes en el 2020, 148 millones en el 2024-. ¿Significa la elección de Trump que los americanos renuncian a la “igualdad” y los “derechos inalienables [como] la vida, la libertad, y la búsqueda de la felicidad” que ya en 1776 recogía su Declaración de Independencia? ¿Acaso “el pueblo de los Estados Unidos”, como se lee en el Preámbulo de su Constitución de 1787, no está interesados en “asegurar para nosotros mismos y para nuestros descendientes los beneficios de la Libertad”?
Trump ha manifestado que será un dictador “solo el primer día ocupando la presidencia” y ciertamente dispondrá de un poder casi absoluto, pues además de controlar el Congreso –todo hace pensar que además del Senado también tendrá mayoría en la Cámara-, tiene una ventajosa mayoría en el Tribunal Supremo. Sin embargo, la democracia más antigua del mundo, con 250 años de historia, dispone de recursos para defenderse. Bill Clinton intentó revolucionar la sanidad y ni tan siquiera logró hacerle un lavado de cara; la primera disposición que firmó Barack Obama al llegar a la Casa Blanca en enero del 2009 fue el cierre de Guantánamo, y la base americana en Cuba sigue abierta; Donald Trump en el 2016 aseguró que construiría un muro a lo largo de la frontera, pero no logró sino alargar el existente. Los estados tienen un poder y derechos que no pueden ser usurpados por presidente alguno y, además, dentro de dos años se celebrarán las elecciones de mitad de mandato, y bien pudiera perder el poder omnímodo del que goza actualmente.
Otra cosa es el cambio de modelo democrático tal como lo hemos conocido. Los atentados del 11-S marcaron un antes y un después en lo relativo a las libertades personales al aceptarse como dogma de fe que la seguridad colectiva estaba por encima de ciertas libertades individuales. La victoria de Trump bien pudiera interpretarse como una ampliación de tal axioma al ámbito económico doméstico. La pregunta tendría que ver con los espacios de libertad que estamos dispuestos a continuar renunciando en beneficio de la seguridad personal y nuestro bienestar familiar y laboral.
Trump es bien conocido por los electores, tanto en las maduras como en las duras, y nadie puede sentirse engañado haga lo que haga en el próximo mandato. La suya es una propuesta de revolución social incluso más profunda que la de Ronald Reagan en sus planteamientos neo-liberales en la década de los 80. Su alianza con Elon Musk, quien al parecer tiene encomendado transformar las estructuras del gobierno federal; las propuestas de bajadas de impuestos para las grandes empresas, en especial las Big Tech; el nombramiento del tecno-autoritario J.D. Vance como vicepresidente, íntimo amigo de Peter Thiel; sus planteamientos antisistema… invitan a sospechar, a temer, una deriva hacia el Tecnofeudalismo según nomenclatura del economista y profesor Cédric Durand. Si finalmente se sustancia, las distópicas películas de ciencia ficción bien pudieran convertirse en realidad.