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¿Es Trump el mayor enemigo de los Estados Unidos? (y III)

¿Es Trump el mayor enemigo de los Estados Unidos? (III)

El principio ideológico que sustentó estructuralmente el discurso de Donald Trump en su toma de posesión no era otro que derrotar a los enemigos que atacaban a los Estados Unidos. No llegó a identificarlos pero sí que concluyó afirmando que “No nos conquistarán. No nos intimidarán. No nos doblegarán y no fracasaremos. A partir de hoy los Estados Unidos de América serán una nación libre, soberana, e independiente”.

El primer nominado para enemigo era el propio gobierno cesante, “un establishment radical y corrupto ha extraído poder y riqueza de nuestros ciudadanos [… y] no puede gestionar ni siquiera una simple crisis en casa”; el segundo, los emigrantes indocumentados “procedentes de prisiones e instituciones psiquiátricas que han entrado ilegalmente en nuestro país desde todo el mundo”; y, en tercer lugar, aquellas naciones extranjeras que ya no respetan a su patria.

Afortunadamente, dispone de medidas para revertir la situación y “derrotar a los enemigos de los Estados Unidos”. Respecto al primer punto ha ordenado a los miembros de su gobierno “poner en marcha los mejores medios a su alcance para derrotar lo que fue una inflación récord y reducir rápidamente los costes y los precios”; el remedio para el segundo será “declarar una emergencia nacional en nuestra frontera sur. Se detendrá inmediatamente toda entrada ilegal, y comenzaremos el proceso de devolver a millones y millones de extranjeros criminales a los lugares de donde vinieron”; y el tercero, por último “arancelaremos y gravaremos a los países extranjeros para enriquecer a nuestros ciudadanos. Para ello, vamos a crear un servicio de ingresos externos que recaudará todos los aranceles, derechos e ingresos”.

Por si a alguien le preocupa saber hasta qué punto es real el apocalíptico panorama que Trump dibuja en los Estados Unidos, aquí van algunos datos. En estos momentos la tasa de desempleo es técnicamente inexistente, con un porcentaje de poco más del 3% cuando en los años COVID superó ampliamente el 8%; el PIB actual supera los 30 billones —siempre de dólares—, 5 billones más que hace tan solo 2 años; la inflación es inferior al 3% cuando en el 2022 fue del 6,5%; las exportaciones aumentaron un 2,7% alcanzando los 275 billones; el superávit en la cartera de servicios se incrementó hasta superar los 25 billones; las bancas están en máximos históricos…

La respuesta tendría que ver, entiendo, con el déficit comercial en su balanza de pagos que se cifraría en 25 billones respecto a China, 20 billones con la Unión Europea; 15 billones en el caso de México, y que con Canadá alcanza tan solo 5 billones (Fuente EFE). La política de abusón que ha seguido estas dos semanas con Dinamarca, México, Panamá, y Canadá le ha dado resultado; otra cosa será cuando quien ocupe el otro rincón del cuadrilátero sea China.

En cuanto a la política arancelaria que pretende impulsar y la expulsión masiva de emigrantes sin autorización de residencia, podrían desestabilizar el envidiable panorama económico descrito. Los mayores perjudicados con este tipo de actuaciones bien pudieran ser los propios norteamericanos. Imponer aranceles no significa abaratamiento de precios, más bien todo lo contrario, y retirar mano de obra de un mercado laboral sin desempleo repercutiría en un mayor costo de producción. Lo uno y lo otro propician la inflación.

Dudo que Ronald Reagan, artífice de lo que ha sido el republicanismo norteamericano hasta Trump y el presidente con mayores cotas de popularidad en la nación, aceptara tales postulados, pues convirtió la libertad de mercado en el epítome su política económica. Tal fue así que muchos lo consideran precursor e impulsor de lo que llegaría a sustanciarse en el tratado de libre comercio de América del Norte, conocido como NAFTA, que Trump está torpedeando.

En cualquier caso, está por ver hasta qué punto se concretarán las amenazas proferidas. Trump puede considerarse tocado por la mano la divinidad —“Dios me salvó para hacer a Estados Unidos grande de nuevo”— pero es consciente de las consecuencias que puede tener la ruptura de alianzas con socios tradicionales. De momento ha amagado pero no ha pegado y algunas de sus amenazas se han diluido tan solo horas antes de sustanciarse.

Desconozco el nivel de conocimiento histórico de Trump sobre su propio país, pero sería bueno que alguien le recordara lo que fue la ley Hawley-Smoot de 1930, en plena Depresión. En un intento de revertir el statu quo, esta ley impuso aranceles a 20.000 productos importados. El descalabro para los norteamericanos fue de tal magnitud que una de las primeras disposiciones del presidente Roosevelt tras su elección fue derogar en 1933 tan nefasta legislación. Con amigos así, no necesitaba enemigos.

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