
El principio de acuerdo alcanzado entre los conservadores de la Unión Cristianodemócrata (CDU) y la Unión Socialcristiana de Baviera (CSU) por un lado, y el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) por el otro, ha sido celebrado dentro y fuera de la República Federal. En la Unión Europea, por descontado. En Estados Unidos, quizá no tanto. No por el hecho de que se repita la “gran coalición” entre las dos grandes formaciones germanas, sino por el apoyo explícito mostrado por el ala más ‘trumpista’ del Partido Republicano hacia la propuesta política del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD). La formación de la líder ultraderechista Alice Weidel, pese a no haber logrado la victoria final en las elecciones legislativas del pasado 23 de febrero, sí ha podido mostrar todo su músculo social e ideológico, con una sobresaliente subida en las urnas que la ha elevado al segundo puesto en el Bundestag.
En este auge han tenido mucho que ver Donald Trump, Elon Musk y el vicepresidente de EE.UU., J.D. Vance. Los tres apoyaron abiertamente a la líder de la AfD (Vance incluso se entrevistó con Weidel durante la Conferencia de Seguridad de Múnich, cosa que no hizo con Scholz). Sin embargo, fue Musk quien se posicionó de una manera más clara. Primero el 20 de diciembre, señalando en su plataforma X que “Solo la AfD puede salvar a Alemania”. A partir de ahí todo fueron halagos del multimillonario hacia Weidel, incluso en medios alemanes como Welt am Sonntag (dominical del diario Die Welt), y críticas abiertas en X al resto de los candidatos. El 9 de enero Musk incluso mantuvo una conversación en directo con Weidel en X, lo que le dio a la de Westfalia todavía mayor visibilidad. Cabe recordar que sus vínculos vienen de atrás. La propia Alice Weidel, intuyendo la futura proyección política de Musk, ya le había enviado hacía un año al CEO de SpaceX la versión inglesa del programa electoral de AfD.
Los postulados de J.D. Vance y Elon Musk por un lado, y de Alice Weidel por otro, coinciden en denunciar el deterioro económico y cultural que vienen sufriendo en los últimos años tanto EE.UU. como Alemania. Pero hay más puntos de conexión a ambos lados del Atlántico, como es la apuesta por el control migratorio y las deportaciones masivas, la reducción de impuestos, la desregulación económica, la moderación de las normativas medioambientales, la preeminencia de la energía nuclear, la cercanía al líder húngaro Viktor Orbán; y una relación casi obsesiva con Rusia (con un deseo constante de anular las ayudas a Ucrania), y con China (recordemos que Weidel vivió cinco años en la República Popular, y se doctoró con una investigación sobre el sistema de pensiones chino). Como en el caso de los republicanos, también se habló del apoyo ruso a la candidatura de Weidel. Y no han sido menores las injerencias asiáticas a favor de la AfD durante las elecciones. Ahí está su presencia en las redes sociales chinas, y la cercanía que muestra un establishment asiático hacia quien considera “una gran amiga”. Y si Elon Musk posee desde 2022 en Berlín la mayor fábrica de Tesla en Europa, una de sus mayores megafactorías la tiene asentada en Shanghái. De ahí que tanto Musk como Weidel apuesten por directrices legislativas que protejan las inversiones extranjeras en el gigante asiático.
A partir de ahí, el objetivo de la AfD está claro. A saber: presionar al resto de los grupos parlamentarios, evidenciar sus debilidades, resaltar sus conflictos internos, y denunciar sus incongruencias. Además, tratarán de desestabilizar todo lo posible a su gran rival de la derecha, la CDU. No olvidemos que las diferencias programáticas entre la CDU de Friedrich Merz y la AfD de Alice Weidel no son tan grandes. Asimismo, la CDU discrepa en no pocos aspectos con el SPD de Lars Klingbeil. De ahí que la tentación de una alianza entre los partidos de centroderecha y de derecha más extrema continúe, y permanecerá en el tiempo si los dos partidos tradicionales no son capaces de forjar un acuerdo duradero y generoso. La AfD, con los ojos puestos en 2029 (fecha en la que augura hacerse con la Cancillería), hará lo imposible para dividir, fragmentar y acabar con la CDU, de forma que se siga nutriendo también de los descontentos con las fórmulas cristianodemócratas. De momento, Weiden ya define a Hitler como un comunista, y afirma que el antisemitismo siempre ha estado “arraigado en la izquierda”. En este sentido, echa por tierra la polémica generada en torno al supuesto saludo nazi de Elon Musk en la investidura de Trump (él lo niega), que tanto rédito ha dado a los demócratas en EE.UU. y a los adalides del “cordón sanitario” en Alemania.
Asimismo, tanto Weidel como Musk se definen como defensores de Israel y de los judíos, tanto en Alemania como en Norteamérica. Ambos critican un multiculturalismo que consideran peligroso para los valores religiosos y culturales que comparten sus respectivos países. Así lo expuso Musk en un mitin de la AfD celebrado en Halle, en el que participó por videoconferencia a finales de enero (recodemos que Musk lleva años en contacto con plataformas europeas criticadas por sus perfiles supuestamente islamófobos y antiinmigratorios). Ahora la hoja de ruta de Weidel contará, además de con el soporte económico de Elon Musk, con la ayuda de fundaciones y laboratorios de ideas que, gracias a la inyección económica que recibirán del poderoso grupo parlamentario, difundirán postulados cada vez más ‘derechistas’ detectados en la UE, y basados en conceptos como la “remigración”, el peligro de la “sumersión”, el movimiento “anti-woke”, el compromiso con la “seguridad económica”, o la defensa de la “identidad occidental” (cultural e incluso étnica). Hablamos de nociones complejas que, sin embargo, para el populismo de derechas sirven de nexos conectores entre distintas formaciones. También los salarios y los puestos laborales dignos (deteriorados, según ellos, por culpa de la inmigración), el aumento de la capacidad adquisitiva, la reindustrialización, y una crítica férrea a las restricciones medioambientales, conformarán un programa político atractivo para quienes sufren los avatares de la economía, y definen sus perfiles ideológicos a través de las redes sociales tanto en EE.UU. como en Alemania.