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Tecnofeudalismo: la necesidad de un enemigo

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Mi hermano y yo éramos muy fans de una serie llamada Max Headroom. Cada capítulo comenzaba con una de estas didascalias (siento la pedantería) que ubicaban al espectador en el momento en el que transcurría el capítulo que se iba a ver: “Cinco minutos en el futuro”.

Max Headroom se situaba en un momento en el que la sociedad era gobernada por la cadena de TV que más audiencia tenía y, si la memoria no me falla (no he vuelto a verla porque ya me he decepcionado alguna vez cuando he vuelto a ver alguna serie de la que tenía buen recuerdo), eran dos cadenas las que competían de forma mayoritaria por el share. Es decir: los guionistas mantenían el bipartidismo en el futuro que describían, pero dejaban que la sociedad se guiara por el consumo inmediato de los espectadores, atajando con esta forma de democracia tanto el voto como la consolidación de políticas.

¿Era Max Headroom una descripción temprana del tecnofeudalismo o debemos limitarlo al levantamiento de un término por parte de un viejo conocido y provocador como es Giannis Varoufakis con la publicación de un libro que lleva, precisamente, ese título?

Vayamos a por el término: Varoufakis explica tecnofeudalismo como el proceso por el que Apple, Meta o Amazon (entre otras) han transformado la economía hasta el nivel de asemejarla al sistema medieval europeo. Los gigantes tecnológicos son los señores y todos los demás somos vasallos que trabajamos y alimentamos sus dominios.

“Feudal” implica servidumbre al extremo de la dominación y, como no ha habido mucha oportunidad de usarlo en los últimos años, el término está disponible para intentar lograr una hegemonía política y social. Vamos, Laclau y sus significantes vacíos.

Luego está “tecno-” que implica modernidad, desafío, avance, futuro… tan necesaria para completar en casos como el que estamos tratando, o con aquello de la “TecnoCasta” de Pedro Sánchez, algo que sólo se entiende si lo ligamos a “la casta” de los primeros tiempos de Podemos y que se utilizaba para acusar a los potentados. De nuevo los significantes vacíos.

Pero la gran diferencia que parece que se quiere obviar es que ese supuesto / denunciado vasallaje es voluntario, participativo y, en ocasiones, beneficioso. Empezando por las redes sociales que, como canal, se pueden enfocar hacia la información o educación o también a ser aquella revista de moda, tendencias o del corazón al que muchos aspiraban, pocos llegaban y, aún menos, se mantenían. Hoy cada uno puede tener la suya. Que triunfe o no, es otro tema.

Pues bien, los hay que han hecho de ello su medio de vida, monetización, se llama. Además de que gran parte de la responsabilidad de “domesticar” todo lo posible el algoritmo de sugerencias es de uno mismo. En uno mismo está el poder de dar like, distribuir, repetir el vídeo, comentar o , en caso contrario, decir “no me interesa”, dar dislike e, incluso, bloquear. El algoritmo entiende cada una de esas cosas y otras adicionales de comportamiento.

Pero la queja al tecnofeudalismo es que esas dinámicas, las que se tengan en conjunto, generan ingresos a los que poseen el canal, bien sean las plataformas de RRSS o las tiendas de aplicaciones. De acuerdo, pero ¿acaso no lo hace también un gimnasio? Las instalaciones son suyas pero el esfuerzo lo pones tú.

Ironía aparte, no es la primera vez que una revolución tecnológica deriva en reacciones al “mal del Capital”. De hecho Varoufakis se hizo famoso en una época marcada por las consecuencias de la estupidez y codicia asociadas a un producto financiero originalmente razonable llamado Mortgage Back Security (MBS) o, traducido, valores respaldados por hipotecas solventes. El problema llegó cuando las MBS derivaron en las Collateralized Debt Obligations (CDO) que eran MBS que incluían Subprime, que son hipotecas de baja calificación pero que, mezcladas en las CDO con hipotecas solventes, “mágicamente” adquirían el valor de las buenas e invisibilizaban las malas… el resto ya lo conocen ustedes.

Esa crisis trajo el advenimiento de la ultra-izquierda y su búsqueda de hegemonía; de intelectuales y académicos favorables a elevar de forma inexorable el intervencionismo; de los que criticaron las consecuencias y se subieron a una ola que pretendía el reordenamiento social… pero, todo, sin haber sido capaces de predecir el desastre. Tan sólo se lo encontraron de frente.

Pero ahora, sin crisis evidente, estamos ante un caso de inducción. No de causalidad ni tampoco correlación. Veo a Varoufakis queriendo liderar, justificado en un término con impacto, un movimiento que haga frente a un enemigo que él mismo define y que, en realidad, es un elemento generado por las dinámicas de uso y consumo del mismo público al que anima a rebelarse (y que, seguro, tiraría de esas mismas tecnologías para manifestarse).

Vamos, que es el mismo principio que persigue Pedro Sánchez con la TecnoCasta y es el mismo principio bajo el que funcionó lo de la casta a secas: la creación de un enemigo que permita justificar la lucha y facilite liderazgo al que lo ha creado.

Pero aquí hay una variable que parece que se quiera obviar y es que, tras esos términos “revolucionarios”, son las aplicaciones de la tecnología lo que nos lleva a tener decenas de nuevas plataformas, con ellas, miles de expertos y supuestos expertos en krypto, en IA, en Big Data, Deep Learning, en FinTech… y, de ahí, cientos de miles de aspirantes a ser innovadores o expertos (supuestos o verdaderos).

Pertenezco a una generación que ha visto cómo la tecnología ha ido generando sus propias crisis que abarcan desde las .com, cuando todo el mundo quería tener un portal de internet, el DVD o el Blue Ray, Snapchat, Explorer o Yahoo, Terra… y todas esas crisis han implicado su propia evolución.

Según todo eso se sustituía por Netflix, Amazon, Instagram o Whatsapp, atrás quedaban Gates, Yang, Brin, Page, Ballmer, Jobs o Ivie. Además las TELCO hoy son tan utilities como lo puedan ser las eléctricas y, en esa alternancia entre saturación y renovación, es el propio público el que, parece ser, mueve actores en un espacio de tiempo que podríamos describir casi como cada “cinco minutos en el futuro”.

Entiendo por tanto que el tecnofeudalismo no es más que la respuesta a una necesidad autoinducida por Varoufakis de liderazgo a través de un enemigo creado, ante un mundo que cambia de hegemonía a tal velocidad que no es posible centrarse en un solo supuesto señor tecnofeudal. Así que hay que meterlo todo en el mismo saco para darle al término la máxima longevidad posible.

Paradójico, ¿verdad?

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