A lo largo de la historia, las relaciones hispano-norteamericanas han estado marcadas por una serie de encuentros y desencuentros utilizados políticamente para generar un sentimiento pro y/o antiamericano en función de los intereses del momento. Mientras el antiamericanismo de la derecha tradicional estuvo inicialmente ligado a la guerra de Cuba y la pérdida de las colonias, así como a la religión, el antiamericanismo de izquierdas surge a raíz de la firma de los Pactos de 1953 y la vinculación del régimen franquista con la administración norteamericana. Por este motivo, con la llegada de la democracia a España, los partidos de izquierdas se posicionaron en contra de políticas que consideraron en un primer momento proamericanas, como era la inclusión de España en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), por lo que llevaron a cabo no solo una campaña en contra de la adhesión, sino una campaña lejana de la administración norteamericana con objeto de reequilibrar las relaciones bilaterales que se habían pactado en el 53.
La imagen consensuada de la política exterior española –alcanzada en la democracia y enmarcada en la UE en política y economía, y en la OTAN en seguridad– se cuestionó cuando en marzo de 2003 se publicó la foto de las Azores en la que se situaba a un presidente español junto con el líder de la primera potencia mundial y el primer ministro británico en una cuestión decisiva de política internacional. España había adquirido protagonismo político en una intervención militar en la esfera internacional y, sobre todo, había priorizado su política exterior al lado de Estados Unidos hacia un giro más atlantista. En ese momento, muchos acusaron al entonces gobierno del PP de romper el consenso en política exterior abriendo un debate en la academia y la sociedad españolas sobre la posición de España en política internacional, su alineamiento más atlantista o europeísta y, de nuevo, las relaciones con Estados Unidos –tres cuestiones estrechamente relacionadas.
El cambio de gobierno en 2004 presumía de volver a una posición europeísta con una política más multilateralista y pacifista, recuperando el consenso anterior. Sin embargo, España, como potencia media, miembro de la OTAN y Estado importante de la UE, no podía –ni puede– eludir sus responsabilidades en materia de seguridad internacional y lo que retiraba de Irak debía compensarlo en Afganistán. Aún hoy el presidente norteamericano le pide a Europa que mejore su aportación en la lucha contra el terrorismo.
Por otro lado, España enmarcada en el seno de la UE debe llevar a cabo políticas acorde con su situación, pero tampoco debe olvidar sus intereses nacionales y que como Estado puede llevar su propia política exterior. El mantener sus tradicionales relaciones con Estados Unidos no hace girar su acción política hacia un nuevo posicionamiento, sino complementarla con su relación triangular con Latinoamérica. Asimismo, está demostrado que existen vínculos históricos, intereses estratégicos y de seguridad, además de relaciones comerciales que hacen de Estados Unidos un aliado indispensable para España. Y así lo comparten todos los líderes políticos españoles de la democracia. ¿Cómo es, entonces, posible que se politicen unas relaciones tan importantes? ¿Es posible llegar al consenso?
Es indiscutible que urge la necesidad de establecer una política consensuada de Estado en las relaciones con la primera potencia del mundo, pero esto no debe partir solo de la política. La academia y la sociedad deben reflejar ese consenso. El aumento de las relaciones comerciales entre ambos países, el auge de la lengua española en EE.UU., el incremento de estudiantes norteamericanos en España no hacen más que mejorar estas relaciones especiales desde otro prisma. Así que el balance es positivo y por lo menos, no se cuestiona el consenso.