En 1968, impulsada por el presidente Johnson, comenzó a celebrarse en Estados Unidos la semana de la hispanidad a mediados de septiembre coincidiendo con las fechas de independencia de varias naciones centro y sudamericanas. En agosto de 1988 el presidente Reagan ampliaba la semana a todo un mes, oficialmente denominado “Mes de la Herencia Hispana”, entre los días 15 de septiembre y octubre, de forma que también se incluía el “Columbus Day” en octubre.
Festejar la llegada de Colón a tierras americanas se remonta a finales del siglo XVIII cuando la Tammany Society organizó una fiesta en Nueva York. El ejemplo fue seguido en ciudades importantes como Boston o Philadelphia, y los italo-americanos comenzaron a considerarla como una festividad propia. Durante el siglo XX se consolidó como una de las fechas referenciales del calendario, pero a finales de ese mismo siglo el personaje de Colón fue cuestionado por su crueldad con los nativos y numerosos estados, algunos de clara raigambre hispana como Nuevo México, han eliminado la celebración. O mejor dicho, han alterado al homenajeado, pasando a ser ahora el Día de la Raza (en 1994 la ONU declaró el 9 de agosto Día Internacional de las Poblaciones Indígenas).
En los últimos años estamos asistiendo en los Estados Unidos a un continuo goteo de retirada de estatuas, símbolos y cualquier referente de presencia española en aquel país. Indudablemente cualquiera es libre de sentirse ofendido por cualquier acontecimiento histórico propio y/o ajeno, pero pervertir la historia, como se está haciendo en lo referente a este tema resulta, cuando menos, intelectualmente obsceno. En cualquier caso considero que las festividades de Colón, los reconocimientos a frailes y exploradores, cualquier conmemoración o ceremonia que pretenda honrar la memoria o gestas de unos hombres que por mil y una razones se lanzaron a cruzar el Atlántico, tienen sus días contados. Parece estar de moda entre influyentes académicos evaluar modos y formas medievales –Colón tenía tanto de medieval como de renacentista- según los valores de una sociedad desarrollada y posmoderna, lo que supone una regresión analítica tan importante como si en la actualidad intentaran imponerse aquellos del siglo XV. Además el populismo se ha apoderado del ideario político, y nadie parece dispuesto a mover un solo dedo no ya para defender, sino para exponer la realidad de los hechos, algo que indudablemente le valdría no pocas críticas de sectores radicales. Y es que la verdad escuece.