La seducción del terror en el cómic norteamericano

31 octubre

“¡Bienvenido, querido lector! Soy la Vieja Bruja, señora de la Guarida del Terror. Ten cuidado con el resto de los ocupantes de mi horrible morada. Cada número te contaré sus relatos…hombres lobos… vampiros…”.

Parece un buen comienzo para una historia de Halloween. Sin embargo, era lo que cualquier lector de cómic norteamericano de los años 50 se podía encontrar todos los meses si abría un ejemplar de las historias publicadas por EC Comics. En las páginas de colecciones como Tales from the Crypt, The Vault of Horror y The Haunt of Fear se incluían historias siempre presentadas con una frase similar a la del comienzo de ese artículo por personajes como el «Guardián de la Cripta», el «Guardián de la Bóveda» y la «Vieja Bruja» que ejercían de maestros de ceremonias de historias realizadas por algunos de los más brillantes autores de cómic de la época como Wally Wood, Graham Ingels, Joe Orlando o Jack Davis entre otros. Era una época donde los cómics de terror reinaban en las estanterías de los puntos de venta de revistas en los Estados Unidos. En ese panorama, los cómics de la EC no eran los más vendidos y ni siquiera los más truculentos, pero son lo que han trascendido el paso del tiempo por la calidad de sus historias y por su capacidad de mostrar los miedos de una sociedad norteamericana que se despertaba triunfadora del final de la Segunda Guerra Mundial y necesitaba nuevas emociones que, otros cómics, como los de superhéroes no le daban.

Sin embargo, pese a la abundancia de cómic de terror de esa época, la peor pesadilla estaba por llegar. Y llegó en la figura de Fredric Wertham, un psiquiatra germano-estadounidense que representaba a esa parte de la sociedad que no quería que sus miedos fueran evocados. Con la excusa de un estudio que demostraba que la mayoría de los jóvenes inculpados de algún delito violento leían cómics (como si la mayoría de los jóvenes, y no tan jóvenes, no violentos no lo hicieran en esos años), Wertham empezó a escribir varios artículos en revistas como Collier’s y Ladies Home Journal que mostraban lo nocivo de los medios de comunicación y, especialmente, de los cómics. Estos artículos despertaron los miedos de las madres de familia, principal público lector de estas revistas y culminaron con la publicación del libro La seducción del inocente en 1954 donde describía las representaciones explícitas y encubiertas de violencia, sexo, consumo de drogas y otra temática adulta dentro de los “cómics de crímenes”, término en el que englobaba también a los cómics de terror y de superhéroes. Con la publicación de este libro, la tesis de Wertham incrementó su repercusión, creando una gran conmoción magnificada por la fiabilidad que se le daba a Wertham como experto en el tema.

 

Portada del número 22 de Crime Suspenstories de E.C. Comics correspondiente a abril/mayo de 1954, ilustrado por Johnny Craig, que se discutió en el Subcomité del Senado para la Delincuencia Juvenil entre Ester Kefauver y William Gaines, editor de EC Comics.

Como consecuencia de este revuelo Wertham tuvo que comparecer ante el Subcomité del Senado para la Delincuencia Juvenil presidido por Ester Kefauver, en unas audiencias que empezaron el 21 de abril de 1954 y por donde pasaron varias figuras relacionadas con diferentes estamentos de la industria del cómic, incluyendo artistas, editores y distribuidores. Uno de los editores que fue requerido en dichas audiencias fue William Gaines, editor de EC Comics, cuya conversación con los miembros del comité sobre el buen gusto de una portada de uno de sus cómics de horror, parece que fue fundamental para el veredicto final. Los cómics no fueron considerados la causa de la violencia juvenil, pero se aconsejó rebajar el tono de sus contenidos. No fue, por tanto, una censura directa, pero sí indirecta y trajo como consecuencia la creación del llamado Comics Code, un código de censura autoimpuesto por las propias editoriales que impidió la inclusión no solo de elementos relacionados con el terror, sino también cualquiera que pudiera considerarse que pudiera atentar contra la moral. Se produjo, por tanto, un retroceso en los contenidos del cómic en los Estados Unidos que trajo como consecuencia la dificultad para desarrollar ningún tipo de historia que pudiera tratar con madurez ningún tema que pudiera considerarse para lectores adultos. Una situación que produjo una infantilización del cómic estadounidense de la que tardaría décadas en recuperarse, hasta, con algunas excepciones, bien entrados los años 80.

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