Y que no sabíamos hasta ahora
Un mes después de las elecciones en Estados Unidos, el recuento de votos aún no ha terminado. Continúa el escrutinio en muchos condados, arrojando nueva luz sobre lo que creíamos saber de la victoria de Donald Trump. Mucho ha cambiado desde aquellos análisis iniciales el 8 de noviembre. El candidato republicano fue el rotundo ganador de las elecciones. Eso lo sabemos seguro. Lo que sigue sin estar tan claro es por qué. A la espera de los resultados definitivos, aquí van los seis datos más recientes, que contradicen algunas conclusiones y tópicos que han estado circulando.
1) 306 VOTOS ELECTORALES PARA TRUMP
Michigan se quedó atascado la noche electoral. Es ahora cuando se acaba de certificar allí la victoria del republicano por 10.704 votos, otorgándole los 16 votos electorales del estado. Trump suma así un total de 306 votos electorales, de los 270 necesarios para ganar la presidencia, frente a los 232 de Hillary Clinton. Es una victoria amplía y rotunda que se debe al éxito de una eficaz estrategia de campaña, que muchos cuestionaron. Trump se volcó en los estados del cinturón industrial, sobre todo en tres históricamente demócratas y duramente golpeados por la crisis: Wisconsin, Michigan y Pennsylvania. Era imposible ganar allí, le dijeron. Pero lo consiguió. Con su promesa de “Hacer América grande otra vez” y una mirada a los ojos de la clase media trabajadora, Trump ganó por unos 100.000 votos en total en los tres estados que la demócrata no recorrió como él, llevándose los 46 votos electorales en juego que decantaron su victoria. Trump no ganó por una gran avalancha de votos, sino por una efectiva estrategia basada en distritos clave y colegios electorales, que es como se ganan las elecciones en Estados Unidos. Al menos hasta ahora.
2) CLINTON GANA EL VOTO POPULAR POR MÁS DE 2,5 MILLONES.
La candidata demócrata ganó abrumadoramente el voto popular, con una ventaja de más de 2,5 millones de votos. Y el recuento aún no ha terminado. Clinton tiene más de 65 millones de votos (48,2%), frente a los 62 millones y medio de Trump (46,3%). Se acerca así a los resultados que cosechó Barack Obama en su reelección en 2012 (65,9 millones), aunque queda varios puntos porcentuales por debajo (51,1%). Hay un desfase demográfico, sí. Pero sobre todo una clara conclusión: mucho del voto que Obama obtuvo en su día esta vez se quedó en casa u optó por terceros partidos. Hillary Clinton no supo movilizar a toda la base demócrata, especialmente los blue collar. Sigamos con el ejemplo de Michigan, un estado que Obama ganó por 350.000 votos en 2012 y Clinton ha perdido por unos 10.000. Wisconsin es más de lo mismo. Trump apenas ha ganado votos nuevos en comparación con Mitt Romney en 2012. Ambos rozan el millón y medio de votos. Es Clinton quien ha obtenido unos 230.000 votos menos que Obama hace cuatro años. Y este patrón es nacional. Trump tiene en torno a un punto porcentual menos de voto al alcanzado por el candidato presidencial republicano en 2012 (47,2%). Y los márgenes de voto blanco son muy similares en ambos, pese a todo. Nada apunta a una ampliación masiva de la base republicana, pero sí sostenida y con repuntes. Es la campaña de Clinton la que no supo movilizar en pleno la llamada coalición de votantes que llevó a Obama a la Casa Blanca (jóvenes, mujeres, latinos, asiáticos y afroamericanos). Trump ganó las elecciones. Pero, sobre todo, Hillary Clinton las perdió.
3) 58% DE VOTANTES BLANCOS APOSTARON POR TRUMP. 59% POR ROMNEY. 58% POR BUSH
Sí, Trump ganó las elecciones gracias al voto blanco. Pero no solo. Eso no basta para ganar elecciones en Estados Unidos. Hay otros factores en juego. El presidente electo mantuvo la alianza de votantes que sustenta tradicionalmente las victorias republicanas, votantes conservadores blancos del Sur y Oeste del país. Y a ellos se unieron millones de votantes del Medio Oeste, donde los estadounidenses blancos sin título superior y clase media trabajadora se volcaron en estas elecciones, entre ellos, miles que no habían acudido a las urnas en décadas. Pese a esta movilización, según Pew Research, el magnate ganó el voto blanco por los mismos márgenes virtuales (58% – 37%) que Romney en 2012 (59% – 39%). La diferencia es que se le dio mejor entre las minorías. Trump alcanzó un 8% de voto afroamericano, según las encuestas a pie de urna, y un 29% de voto hispano, cifra por cierto que los líderes hispanos rechazan. Son dos puntos más respectivamente que Romney. También acumuló un 53% del voto de las mujeres blancas. En resumen, Trump, además de movilizar el voto blanco esencial para su victoria, alcanzó porcentajes por encima de lo esperado entre otros sectores de la población que no entraban en las quinielas de nadie. Incluso consiguió que un 7% de votantes de Obama le dieran su apoyo este año, según YouGov. Y arrasó en 298 condados del país, en los que Obama ganó dos veces. Esto se debe a la conjunción de muchos factores. Algunos votaron a Trump por la frustración económica. Otros votaron por hartazgo con la clase política y las élites. O por el miedo al terrorismo, la inmigración o la globalización. O por el deseo de cumplir con la eterna alternancia de poder, tras ocho años demócratas. Por descontado existe también un factor de “ira blanca” como lo llaman aquí, white rage. Voces extremistas y supremacistas han subido el volumen ahora que encuentran en Trump un candidato que alienta sus odios y que se está normalizando lo que antes estaba escondido en las cavernas y revive ahora tras dos mandatos del primer presidente afroamericano. Pero que hagan más ruido o que incluso hayan llegado a la Casa Blanca, no significa que sea el único eje de la victoria del presidente electo, ni que sus 62 millones de votantes respondan a ello, como demuestran las cifras.
4) PARTICIPACIÓN DEL 58,6%
Durante la resaca electoral, las cifras iniciales apuntaban a una alta abstención el 8 de noviembre. Conforme ha ido avanzando el recuento, ya no es así. La participación en las elecciones del 2016 fue en torno al 58%, cifra prácticamente idéntica a las de 2012. La diferencia en voto popular es de unos cinco millones de votos, cuatro años de cambios demográficos después. Siguiendo la tradición, casi la mitad de los votantes estadounidenses se quedaron en casa. Cifra decisiva esta vez en al menos 19 estados clave, donde la participación descendió en comparación con 2012, entre ellos Iowa, donde cayó un 1,3%, Wisconsin 3% y Ohio 4%. Al mirar la letra pequeña, la abstención pesa más en el lado demócrata, especialmente entre jóvenes y afroamericanos. La campaña de Clinton culpa al FBI. Incluso al factor de género. Pero es difícil obviar el rastro de decepción, desconfianza y desmotivación que despertó la candidata demócrata, incluso en el núcleo duro del voto azul. Como dice Johnatan Alter, “pocos supieron calcular la profundidad de las debilidades de Clinton con los demócratas blancos mayores que no van de brunch.”
5) MÁS DE 7 MILLONES DE VOTO A TERCEROS PARTIDOS
La cifra es astronómica, comparada con elecciones anteriores. La decena de terceros partidos y candidatos independientes han acumulado más de 7 millones de votos en 2016, en torno al 5,4% del voto popular. El candidato del Partido Libertario, Gary Johnson, consiguió 4,4 millones de votos, la cifra más alta de un tercer partido desde Ross Perot en 1996. Por su parte, Jill Stein, del Partido Verde, acumuló casi millón y medio de votos. Para ambos candidatos esto representa una importante subida respecto a 2012, cuando Johnson consiguió un 0,99% del voto popular y Stein, 0,36%. Es difícil calcular el trasvase exacto de votos republicanos y demócratas a los terceros partidos. Pero sí se puede dilucidar su peso decisivo en los resultados electorales. Hay porcentajes que hablan solos: en Michigan, el total combinado de votos de Johnson y Stein es 20 veces mayor que el margen de la victoria de Trump en el estado. En Wisconsin, 5 veces. Y Pennsylvania, casi 3. Algunos analistas se preguntan ahora si al perder de vista aquellas protestas de seguidores de Bernie Sanders, que se resistían a conceder su derrota en las primarias y advertían que jamás votarían a Clinton, se alimentó este trasvase de voto. Pero los terremotos electorales nunca responden a una sola causa. Son una conjunción de factores que culminan en la sorpresa.
6) 83% DE VOTANTES QUERÍA CAMBIO
Una de las claves más interesantes de los resultados electorales la escuché de la consultora demócrata, Mandy Grunwald. “El deseo de cambio fue mayor que el miedo a Donald Trump, el miedo al riesgo”. Este es un antiguo dilema en la teoría política. Cambio vs. Riesgo. Pese a que Trump es uno de los candidatos más impopulares de la historia y que solo el 38% de votantes, según la encuesta a pie de urna del diario NYT, cree que está capacitado para ser presidente o tiene el temperamento adecuado para ocupar el Despacho Oval, 1 de cada 4 votantes estadounidenses dijo en las mismas encuestas que el rasgo más importante a la hora de decidir su voto era alguien “que represente el cambio necesario”. Y de ese grupo, Trump ganó el 83%, frente al 14% de Clinton. Nadie supo anticipar cuántos millones de estadounidenses votarían por el republicano pese a tener una opinión desfavorable de él, ni cuántos querían cambio en Washington a toda costa, incluso por encima del riesgo que representaba votar por alguien sin experiencia política ni militar en la Casa Blanca. Estas elecciones han cambiado aquella antigua ecuación política, culminando la máxima expresión del voto emocional. Y en el fondo de esta conclusión, entre otros factores, está el malestar rotundo de los estadounidenses con su clase política y las élites del establishment. Una frustración que Trump supo recoger y canalizar a la perfección. Pero que no detectaron ni demócratas ni republicanos hasta que fue ya tarde. Que tampoco Obama supo aliviar. Que ni siquiera los medios supieron detectar a tiempo. Y que es imprescindible que lo hagan. Que lo hagamos.