El arte ha sido siempre el mejor reflejo tangible y visual de todos los períodos de la historia, donde frecuentemente sus artífices han tenido la mejor salida para manifestar sus emociones y sentimientos. Unas veces a favor de las tendencias políticas o religiosas con las que se identificaban, mientras que otras se convertían en críticos, quienes a través de su obra podían comunicar lo que sentían hacia regímenes totalitarios o absolutistas.
Esta oposición ya se venía produciendo desde épocas muy remotas y en España tenemos buenos ejemplos de ello: El Greco, Velázquez, Goya y, mucho más recientemente, Picasso, Dalí, Miró o los miembros de «El Paso», como bien vimos en el artículo anterior, han sabido plantar cara a aquellos que, de un modo u otro, reprimían y coartaban su libertad; la libertad de todos.
Por eso, no es de extrañar que el mundo del arte, del cine, el de la cultura en general, se haya enfrentado a la política de Donald Trump por sus controvertidas declaraciones, comentarios, actitudes y órdenes, a veces tan anacrónicas que parecen ser más propias de la ciencia ficción que del mundo real. Así lo hizo Meryl Streep en la ceremonia de los Globos de Oro y también David Harbour en la ceremonia de los Screen Actors Guild Awards, SAG Awards, por citar algunos ejemplos.
Nueva York, capital del arte occidental, y curiosamente también capital del imperio Trump, no podía dejar de ser menos. Su alcalde, Bill de Blasio, abiertamente lo manifestó incluso antes de que Donald Trump llegara a la presidencia. Y ahora, en las últimas semanas, los grandes museos de la ciudad como el Moma o el Metropolitan y otros no tan grandes, se han sumado a la lista de repulsas contra el controvertido veto migratorio de Donald Trump.
En algunas salas de estos museos se han colgado obras de artistas vinculados a los países de mayoría musulmana vetados por la ley de inmigración. Así, entre la gran lista de los pintores impresionistas y vanguardistas como Claude Monet, Vincent Van Gogh, Henri Matisse o Pablo Picasso, se han colocado obras contemporáneas de artistas libaneses, yemeníes, sudaneses, iraníes e iraquíes entre otros. Del sudanés Ibrahim el-Salahi podemos ver el cuadro titulado The Mosque (1964) y entre esculturas del iraní Parviz Tanavoli encontramos el Mon Père et Moi (1962) del también iraní Charles Hossein Zenderoudi. Para dejar las cosas claras no falta una nota explicativa que dice: “Esta obra pertenece a un artista de una nación a cuyos ciudadanos se les está negando el acceso a los EE.UU., según la orden ejecutiva presidencial firmada el 27 de enero de 2017”.
A esta respuesta también se han sumado museos menos conocidos pero no por ello menos importantes para las minorías. En Harlem podemos encontrar el Museo del Barrio, gran muestrario para los artistas latinos, comunidad en el punto de mira de la ejecutiva Trump. Su propuesta ha sido responder al “muro de Trump” con otro, pero no de acero, sino de palabras. El “Muro de la gente”, The People’s Wall, nos sirve para expresar lo que pensamos, lo que opinamos. Es una respuesta a la marginación a la que están sometidas las minorías marcadas por su raza, religión, país u orientación sexual. Minorías que por ser diferentes a la norma son marcadas, rechazadas, apartadas y despreciadas por la represión de los extremismos.
Sin embargo, son parte de nuestra identidad como seres humanos. La diversidad no tiene fronteras; es lo que nos identifica, lo que nos diferencia; es lo que nos hace entender el mundo en el que vivimos. La pluralidad es la norma y la norma, una parte de la pluralidad. Si así lo aceptáramos no harían falta ni muros ni murallas. Todos seríamos parte de un todo llamado humanidad.
El lema “America, first” y las acciones que Donald Trump utiliza para conseguirlo chocan frontalmente con la naturaleza híbrida y plural del ser humano y con sus formas de expresión conocidas como Arte. El arte siempre ha sido una reacción al mundo real, una ventana abierta a lo que está pasando y por eso no sería de extrañar que otros museos hicieran lo mismo. Nueva York ha abierto esa ventana pero el resto de los grandes museos del mundo, o, los no tan grandes, podrían sumarse a favor de las libertades para reafirmar que la diversidad es una parte vital de nuestro mundo globalizado; de nuestro tiempo presente; del género humano.
Aparentemente estaríamos ante una reacción más contra la política xenófoba y conservadora de Trump pero no hay que olvidar que su ejecutiva también se ha mostrado partidaria de acabar con los fondos federales dedicados a las Artes y a las Humanidades. Si esto se llevara a cabo se abriría un nuevo frente contra su radicalismo. La “guerra artística” no habría hecho más que comenzar.
Escrito por Antonio Fernández, especialista en Historia del Arte.