El próximo sábado 20 de mayo se celebra el Día de la Fuerzas Armadas norteamericanas (Armed Forces Day). El ejército norteamericano es uno de los iconos más valiosos que posee Estados Unidos para difundir su imagen en el exterior. En Europa occidental hemos crecido con el cine bélico norteamericano que nos ha transmitido un mensaje de continua glorificación de su ejército y los valores del pueblo al que representa. Valor, entrega, heroísmo y coraje son alusiones frecuentes en las noticias reales o en la ficción cinematográfica norteamericana.
Sin duda, una de las producciones de Hollywood que más ha contribuido a esta glorificación (pero también miserias) del ejército norteamericano ha sido Apocalipsis Now la prestigiosa cinta de Francis Ford Coppola de 1979. Ambientada en la guerra del Vietnam, el capitán Willar (Martin Sheen) tiene la misión de remontar el río con una especial patrulla en busca del Coronel Kurtz (Marlon Brando); un oficial rebelde que ha creado en el interior de la selva una comunidad independiente; es adorado por los nativos como un dios y no responde a las reclamaciones de sus mandos. Apocalipsis Now constituye un palimpsesto de la novela El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad (The hearth of Darkness) publicada en 1899. Son varias las escenas de esta cinta las que permanecen en nuestra memoria colectiva. El ataque de la división de caballería aerotransportada a un poblado vietnamita con La cabalgata de las Valquirias sonando como banda sonora; los soldados norteamericanos haciendo surf en Charlie’s Point mientras los helicópteros bombardean y ametrallan a la población vietnamita o el célebre discurso del Coronel Bill Kilgore (Robert Duvall) sobre el olor a victoria del napalm por la mañana «I love the smell of napalm in the morning (…) Smelled like… Victory».
Para el rodaje de estas escenas, Francis Ford Coppola no se desplazó a Vietnam si no que lo hizo en una pequeña población de la provincia de Aurora en Filipinas. Esa playa, ese poblado, ese río que forman parte de la memoria militar y cinematográfica de Norteamérica están en Baler, Filipinas. A la Historia le gustan las coincidencias, en 1899, el mismo año en que Conrad publicaba El corazón de las tinieblas, acontecían una serie de hechos que unen de nuevo a España y Estados Unidos en otra historia de coraje, valor, entrega y heroísmo que, dignamente podrían haber estado filmadas por Coppola.
El 10 de diciembre de 1898, el Tratado de París ponía fin a la Guerra Hispanonorteamericana y España cedía la soberanía de Filipinas a los Estados Unidos. Los filipinos comienzan la guerra para liberarse de sus nuevos colonizadores pero, en la iglesia de Baler, un grupo de unos cincuenta españoles dirigidos por el teniente Saturnino Martín Cerezo (tras la muerte del Capitán Enrique de las Morenas en noviembre) resiste frente a las tropas tagalas. Ajenos al desastre de la armada española en Cavite y al final de la guerra entre los Estados Unidos y España, se niegan a creer las noticias del final de la contienda y lo inútil de su resistencia. La carestía, el hambre, las enfermedades y las deserciones van mermando la tropa que, a pesar de todo, mantiene la bandera rojigualda en lo alto del campanario de la iglesia de Baler como último reducto del Imperio español. En esta situación la comandancia norteamericana de Manila recibe la petición de las autoridades españolas en abril de 1899 para que un buque norteamericano rescate a los soldados que resisten en la iglesia de Baler. La noche del 11 de abril de 1899, la cañonera Yorktown llega a la bahía y enfoca con su proyector hacia la Iglesia. Los españoles piensan que sus compañeros vienen a rescatarles y encienden paños con gasolina para llamar la atención del barco rescatador. Los norteamericanos intentan tomar contacto con los filipinos para que les permitan hablar con los españoles de la iglesia pero las negociaciones no fructifican. En la madrugada del día 12, el teniente James C. Gillmore, con dieciséis hombres, sale del buque Yorktown hacia la bahía en una lancha armada con una ametralladora Colt. Dejan en la playa al alférez William Harrison Standley (futuro almirante y embajador de Estados Unidos en la URSS durante la Guerra Fría) y al contramaestre Lysac. Para permitir el reconocimiento de la zona por los dos scouts, Gillmore, con 14 hombres, lleva la lancha hacia la desembocadura del río donde es advertido por las patrullas filipinas. Se produce un tiroteo (que los españoles de la Iglesia reseñan en sus testimonios) hacia las cuatro de la mañana. Dos soldados mueren en el intercambio de disparos y otros cuatro son heridos. Gillmore y sus hombres son capturados, despojados de sus pertenencias y, solo gracias a la intervención de un oficial tagalo, no son fusilados en el acto. A la mañana siguiente, los filipinos permiten a uno de los norteamericanos parlamentar con los españoles de la iglesia portando banderas norteamericanas pero, Cerezo y sus hombres, ajenos al final de la guerra entre España y Estados Unidos, lo toman como una trampa y lo despiden a balazos desde la iglesia[i]. Los dos exploradores Standley y Lysac consiguieron regresar al buque Yorktown y relataron haber escuchado disparos en la desembocadura del rio. Ante la ausencia de noticias de Gillmore, la cañonera abandona la bahía de regreso a Manila en la madrugada del 13 de abril.
El destino de Gillmore[ii] y sus hombres tomará un camino muy diferente al de los españoles de Baler que se rendirán en julio de 1899 regresando a España. Tras dejar en la población a los heridos, la compañía Gillmore es conducida como prisioneros hacia la selva por los filipinos. Primero hacia San Isidro, donde estaba el cuartel general de Emilio Aguinaldo, jefe de los tagalos, y luego en un verdadero “sendero del diablo” hacia el norte, a la provincia de Cayagán, entre la espesura de la selva filipina y las privaciones de su condición de prisioneros. En una operación de rescate, el ejército norteamericano emprenderá la búsqueda de Gillmore y sus hombres a lo largo y ancho de la Isla de Luzón durante los meses de abril a diciembre de 1899. Al igual que el capitán Willar tras las huellas del coronel Kurtz, el Coronel Luther R. Hare, superviviente de Little Big Horn (1876), y el lugarteniente Robert Lee Howze emprenden la búsqueda de Gillmore y sus hombres en un verdadero viaje al corazón de las tinieblas. Acosados por los norteamericanos, los filipinos abandonan a los prisioneros que llevaban y estos son rescatados por Hare y Howze el 18 de diciembre.
El momento está inmortalizado de manera sorprendente[iii]. Según el relato que el propio Gillmore realizaría para McClure´s Magazine, uno de los rescatadores, el teniente Lipop tenía una cámara de fotos Kodak a la cual le quedaba aún un solo disparo para inmortalizar el momento del rescate.[iv] Esta es precisamente la fotografía[v] que preside esta entrada. Un grupo de hombres, civiles y militares, entre los que se distingue a Gillmore con una bandera norteamericana improvisada, inmortalizan la épica epopeya de la compañía Gillmore y la expedición de rescate posterior.
En 1945, Antonio Román realizaba la cinta Los últimos de Filipinas donde incluía la escena del rescate del Yorktown. En una lectura muy particular, todos los hombres de la embarcación de Gillmore fueron abatidos y sus cuerpos yacían en la playa junto al del soldado español que intentó contactar con ellos. Hoy sabemos que esto no fue lo que ocurrió en realidad con la compañía Gillmore que protagonizó, al igual que los soldados españoles de Baler, una de las épicas aventuras que, con un sentido de responsabilidad, debemos reconocer, valorar y difundir. En España no poseemos versiones cinematográficas de esta historia dignas de ser mencionadas pero es extraño que el cine norteamericano no haya tomado la historia de Gillmore para realizar una producción que estaría a la altura de las grandes producciones del cine bélico y que difundiría aún más la gloria del ejército norteamericano.
O tal vez si se ha realizado… y se titula Apocalipsis Now.
[i] Sobre las fuentes y testimonios españoles y norteamericanos del intento de rescate del Yorktown puede verse: Martín ruíz, Juan Antonio, “El USS Yorktown y el destacamento de Baler” en Revista de Historia Naval, 114 (2011) donde se cita principalmente el relato de Saturnino Martín Cerezo from Under the red and gold: being notes and recollections of the siege of Baler (1909), by the very Saturnino Martín Cerezo (traducido al inglés por Frank Loring Dodds).
[ii] La investigación sobre la compañía Gillmore en Estados Unidos cuenta con WestFall, Matthew, The Devil’s Causeway: The True Story of America’s First Prisoners of War in the Philippines and the Heroic Expedition Sent to Their Rescue (2012) que constituye la aportación más fiable y rigurosa sobre el hecho.
[iii] Puede consultarse la página del autor Matthew Westfall en YouTube o en Facebook donde contiene una amplia selección de fotografías.
[iv] After the enthusiasm had to some degree subsided, my men and I were placed upon an immense bowlder that had rolled down from the mountain and rested near the tawny stream. At that moment I saw our friends the natives disappearing in the shady distance. One of the sailors pulled from his breast a small American flag which he and his comrades had made of pieces of red, white, and blue calico, purchased by dint of economy from their subsistence money. He tied the ensign to a stick, and passed it to me. As I raised the stars and stripes aloft from my perch upon the top of the bowlder, another mighty cheer went up. Lieutenant Lipop had a kodak with him, and just one film which he had saved for this very occasion. Lieutenant-Commander James C.Gillmore, U.S.N «A Prisoner among Filipinos», McClure´s Magazine, 15 (Aug., 1900): 291-802; (Sept., 1900): 899-410.
[v] Nuestro agradecimeinto a Matthew WestFall, autor de The Devil’s Causeway: The True Story of America’s First Prisoners of War in the Philippines and the Heroic Expedition Sent to Their Rescue, que cedió amablemente los derechos para la publicación de la fotografía en este post.