Aunque el presidente Trump es -aparentemente- un mandatario muy particular, sus prácticas no son tan originales. El acercamiento a Arabia Saudí, las promesas de retirada de sus tropas de Estados aliados y sobre todo, el inicio de una dura guerra de aranceles, son medidas que nos recuerdan a otras administraciones republicanas. Por ejemplo, el presidente George W. Bush en el año 2002 prometió una política agresiva de implantación de aranceles que ponía en peligro el comercio internacional, aunque finalmente todo quedó en nada.
El presidente Trump parece haber abierto dos frentes claros. Por un lado, Washington ha reducido notablemente los compromisos internacionales en mega-acuerdos regionales como el de la Cuenca del Pacífico (Trans-Pacific Partnership) o el acuerdo negociado, pero no firmado, con la Unión Europea (Transatlantic Trade and Investment Partnership). Esta visión de la Sociedad Internacional se complementa con el rechazo al mantenimiento del apoyo norteamericano a otras iniciativas multinacionales como la OTAN o la propia ONU. Por otro lado, estarían las agresivas medidas arancelarias que la Casa Blanca está planteando en casos como Brasil, Venezuela y sobre todo China. Esta segunda línea parece estar más avanzada y responde a algunas promesas hechas durante la campaña electoral.
El caso más destacable es el de las relaciones con Beijing, donde el presidente Trump está poniendo los mayores esfuerzos en reducir la relación comercial. Desde enero del presente año, el Departamento de Comercio de los Estados Unidos ha venido anunciado una serie de medidas proteccionistas contra aquellos productos donde China tiene una posición dominante, sobre todo en su relación con los Estados Unidos. Si bien es cierto que Washington ha anunciado medidas de protección en productos como juguetes, material deportivo o incluso carne congelada, parece que la gran batalla se va a librar en los próximos meses en el campo de los productos tecnológicos, donde China si que es el hegemón comercial monopolizando el 81% de las importaciones norteamericanas. En este sector el gigante asiático es, sin lugar a dudas, el líder absoluto no solo en su relación con Estados Unidos sino de todo el mundo ya que en lo que a teléfonos móviles, ordenadores y tabletas se refiere, China produce el 70% de lo que se fabrica en todo el globo.
Curiosamente esta guerra comercial ataca aquellos productos estratégicos recogidos en el documento “Made in China 2025” lo que ha provocado que Beijing acuda a la Organización Mundial del Comercio para denunciar a los Estados Unidos por exceder los tipos consolidados en de los Estados Unidos y, sobre todo, por ser incompatible con el Acuerdo General de Aranceles. Este elemento sí que es realmente nuevo, ya que la Organización Mundial del Comercio -antes GATT- puede ser considerada como una de esas organizaciones internacionales que fueron creadas después de la Segunda Guerra Mundial para garantizar la hegemonía de los Estados Unidos en el mundo. Así, a día de hoy, parece que China confía más en estas instituciones que fueron creadas por Washington para mantenerse como hegemón benigno.
La relación con Europa es algo más compleja. Si bien es cierto que el presidente Trump anunció también duras medidas proteccionistas, la reacción de la UE parece haber frenado las medidas proteccionistas de Washington. Cabe destacar “la amenaza” del presidente de la Comisión Junker, quien anunció que si se implantaban aranceles sobre el acero (25%) y sobre el aluminio (10%) la UE no dudaría en poner tasas a productos tan americanos como las motocicletas Harley Davidson, el bourbon o los vaqueros Levis.
El levantamiento de las amenazas no solo se ha reducido a las relaciones de la Unión Europea, sino que otros socios estratégicos de Estados Unidos como Corea del Sur, Australia o Argentina también se han beneficiado de esta suavización de la política comercial de la Administración Trump.
Aunque tendremos que esperar a las próximas fechas, parece que la guerra comercial que el presidente Trump había iniciado con la mayor parte de sus socios comerciales se va reduciendo a un grupo de estados como China, Brasil o Rusia, con quien además de no compartir política comercial parece que tampoco comparte otros aspectos fundamentales en lo que a la política exterior y de seguridad se refiere.
En todo caso, lo que sí que parece que se seguirá manteniendo es la falta de confianza del presidente Trump en las instituciones internacionales, ya que su decidida apuesta por el unilateralismo se repite en otros casos como la relación de Washington con los aliados europeos en la OTAN o con los asiáticos en otros foros como APEC o ARF.
Así, debemos estar preparados para ver a un Estados Unidos aislacionista, proteccionista y unilateral: vuelve la América profunda.
Escrito por Alberto Priego Moreno, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Pontificia Comillas. Sus principales líneas de investigación son la Diplomacia, las Transiciones Políticas y la Seguridad.