Vivimos en un mundo físico en el que estamos hechos de carne y hueso, con sus leyes naturales inmutables desde que el mundo es mundo y al que nos hemos adaptado a lo largo de millones de años de evolución como especie y de años o décadas de crecimiento personal.
Pero también vivimos en un mundo lógico digital en el que estamos hechos de unos y ceros, con sus leyes y términos de uso dictados por los gabinetes jurídicos de instituciones y corporaciones, que se modifican cada pocos meses y que existe desde hace poco más de un par de décadas en las que, además, ha ido mutando muy rápidamente.
En ambos mundos desarrollamos nuestra actividad personal, social, política y, dentro de esta, bélica. Pero cada uno de estos aspectos se ve afectado por los ritmos distintos a los que se desenvuelve cada uno de los dos ámbitos.
A diferencia de lo que hacemos con nuestra carne y nuestros huesos –no cedemos nuestros derechos sobre nuestra nariz o nuestra rodilla izquierda–, cada día regalamos los unos y los ceros de nuestro yo digital para comprar después a precio de oro los productos customizados que nos venden basándose en ellos.
Y, mientras que Maslow colocaba la seguridad en la base de su pirámide de las necesidades humanas, hemos diseñado la arquitectura del mundo digital para que sea una pista de Fórmula 1, pero olvidándonos de las escapatorias. Zuckerberg lo definía en el logo de su empresa con aquel “muévete rápido y rompe cosas”.
Es como si el mundo digital no pudiera ser hostil por el hecho de que estemos separados de la “realidad” por una pantalla. Ni los WannaCry que encriptan cientos de miles de ordenadores, ni los desmanes de Cambridge Analytica, ni las revelaciones de Snowden respecto a lo que ocurre en las cloacas cibernéticas parecen ser capaces de hacernos tomar conciencia de nosotros mismos en el ámbito digital.
Incluso muchos estados han tardado en descubrir en Internet un nuevo ámbito al que llevar sus disputas y confrontaciones. De una etapa hippie en la que Internet perdió sus tonos verdes y se disfrazó de todos los colores del universo pasamos a otra en que explotó la cooperación, el desarrollo, el crimen y el activismo. Las mismas herramientas se transformaron después en armas tan peligrosas como cualquier otra, pero mucho más accesibles a cualquiera.
Y la guerra dejó de estar tanto en el frente para estar en el campo de batalla de nosotros mismos, para pasar a combatirse en la gente.
En un mundo hiperconectado, como el que describo en Mundo Orwell, puedes –igual que en el salvaje oeste– correr, pero no esconderte.
Ángel Gómez de Ágreda (@AngelGdeAgreda), coronel del Ejército del Aire, diplomado de Estado Mayor, de Seguridad de Vuelo y de Logística Militar. Máster en Terrorismo por la Universidad Internacional de La Rioja y doctorando por la Universidad Politécnica de Madrid en Ingeniería Industrial.
Puedes leer el artículo completo en el último número de la Revista Tribuna Norteamericana, publicación de difusión con base científica que recoge artículos relacionados con la política, la economía, la sociedad y la cultura de Estados Unidos, realizada por la Fundación Consejo España-Estados Unidos con la colaboración del Instituto Franklin-UAH. La presentación del número 30 de Tribuna Norteamericana se realizará próximamente.
Artículo completo: I-ntentando e-xplicar lo que significa la ciberseguridad escrito por Ángel Gómez de Ágreda.