El legado más peligroso de la tóxica comunicación política del presidente Trump no es que algunos se crean sus mentiras, es que todos terminemos por no creernos nada.
El punto de inflexión que representa Trump en la comunicación política de Estados Unidos no se limita a romper con todas las convenciones de los profesionales de la cosa pública o su capacidad para conectar con la desafección de muchos norteamericanos. Ni tan si quiera tiene que ver con su habilidad para cultivar una imagen populista de autenticidad a lo Belén Esteban pese a haber cambiado por lo menos cuatro veces de chaqueta partidista. Con diferencia, el principal impacto de Trump, y el más peligroso, ha sido su intento de normalizar la mentira con ayuda de su megáfono presidencial y cuestionar con teorías conspirativas (Muirhead y Rosenblum, 2019) y desinformación (Rid, 2020) la mínima confianza pública que requiere todo sistema democrático.
Desde su toma de posesión como presidente, el Washington Post se ha empleado a fondo a la hora de identificar, desmentir y contabilizar todas las mentiras acumuladas por Donald Trump durante estos últimos cuatro años (Kessler et al., 2020). Todo este alarde de verificación ha arrojado un total de 30 573 mentiras durante su mandato presidencial. Con la particularidad de que este análisis, al descartar cuestiones opinables, se ha centrado únicamente en todas esas pequeñas y grandes mentiras encaminadas a hacer realidad el totalitario principio propagandístico de que “nada es verdad y todo es posible” y romper lo que Hannah Arendt llamaba “el tejido de la realidad” (Hannah, 2006, pp. 474-501). Con el gran peligro de que ciudadanos incapaces de distinguir entre verdad y mentira tienden en convertirse en la audiencia perfecta para líderes autoritarios.
La incorporación sistemática de la mentira dentro de la comunicación política de la Casa Blanca ha tenido un crecimiento exponencial con Donald Trump como presidente de Estados Unidos. Tal y como ha explicado Glenn Kessler, autor de la columna “Fact Checker” para el Washington Post, durante su primer año de mandato presidencial, la media de las falsedades de Trump subió a media docena por día. Durante el segundo año de mandato, subió a una media de 16 mentiras por día, 22 por día en el tercer año, y 39 por día en su último año. Según estos cálculos, tuvieron que pasar 27 meses en la Casa Blanca para que Trump alcanzará el listón de 10 000 mentiras. Y otros 14 meses para llegar a las 20 000 falsedades. Una espiral de mendacidad que le permitió alcanzar y superar la plusmarca de 30 000 mentiras en cuestión de tan solo cinco meses (Kessler et al., 2021).
En cuanto al contenido de todas esas mentiras, las falsedades de Trump sirven para trazar una relación entre sus obsesiones y ciclos informativos. Cuando el presidente se ha sentido cuestionado, usualmente ha respondido con una doble estrategia: la construcción de una realidad alternativa dirigida a sus incondicionales y ataques brutales contra sus críticos. En lo referente a sus canales favoritos de Trump para diseminar sus mentiras, la mitad de las falsedades contabilizadas por el Washington Post fueron comunicadas en sus mítines de campaña o a través de su ahora suspendida cuenta de Twitter: @realDonaldTrump.
El empeño de Trump por normalizar la mentira ha sido tan intenso como para desbordar la tarea de verificación de los fact checkers del diario de referencia en Washington, con dificultades para llevar al día las cuentas de esta relación tan casual con la verdad. Especialmente el último año de Trump como presidente no tiene comparación posible con ningún otro de sus predecesores. Con meses de anticipación a los comicios presidenciales del 3 de noviembre de 2020, el aspirante ha venido desacreditando el proceso electoral en Estados Unidos para poder construir su big lie –gran mentira– de fraude electoral en base a su engañosa profecía cumplida. Durante su discurso del 6 de enero del 2021, en el que incitó a sus seguidores para asaltar patrióticamente el Capitolio y detener por la fuerza el “robo” de los demócratas, Trump incluyó un total de 107 falsedades o afirmaciones engañosas, la mayoría sobre el resultado de las elecciones (Rutenberg, 2021).
El mismo Trump, en su libro The Art of the Deal, intentó hace un cuarto de siglo blanquear sus mentiras describiéndolas como “truthful hyperboles” –hipérboles veraces, un término esencialmente contradictorio– que formaban parte necesaria para su creativo modelo de negocio. Según él mismo venía a reconocer, puestos a fantasear (o mentir) es mejor hacerlo a lo grande si se quiere obtener máxima rentabilidad:
“The final key to the way I promote is bravado. I play to people’s fantasies. People may not always think big themselves, but they can still get very excited by those who do. That’s why a little hyperbole never hurts. People want to believe that something is the biggest and the greatest and the most spectacular. I call it truthful hyperbole. It’s an innocent form of exaggeration—and a very effective form of promotion”[1] (Trump & Schwartz, 1987, p. 58).
El problema no es que haya muchas personas dispuestas a creer a un mentiroso compulsivo como Donald Trump. Con diferencia, el legado más peligroso de la tóxica comunicación política de Trump es que todos terminemos por no creernos nada. Tanto engaño amenaza con generar niveles devastadores de cinismo e incredulidad para la sociedad, la política y la cultura de Estados Unidos. Así no pueden funcionar ni las universidades, ni los medios de comunicación, ni los partidos políticos, ni los gobiernos, ni la economía. Con tanta mentira, hasta la mejor de las vacunas contra el coronavirus corre el riesgo de fracasar.
Puedes leer el artículo «La maquinaria de la falsedad: @realDonaldTrump» aquí. La presentación del nº34 de la revista Tribuna Norteamericana tendrá lugar el próximo 20 de abril de 2021 mediante de la mesa redonda «El futuro del Trumpismo». El evento se podrá seguir en directo a través del canal de YouTube de Casa de América.
[1] La última clave de mi forma de promocionar es la chulería. Juego con las fantasías de la gente. Puede que la gente no piense siempre a lo grande, pero aún así puede emocionarse mucho con los que sí lo hacen. Por eso un poco de hipérbole nunca viene mal. La gente quiere creer que algo es lo más grande, lo más grande y lo más espectacular. Yo lo llamo hipérbole verdadera. Es una forma inocente de exageración, y una forma muy eficaz de promoción.
REFERENCIAS
- Hannah, A. (2006). Los orígenes del totalitarismo. Alianza Editorial.
- Kessler, G., Rizzo, S., y Kelly, M. (2020). Donald Trump and his Assault on Truth: The President’s Falsehoods, Misleading Claims and Flat-Out Lies. Scribener.
- (2021). Trump’s false or misleading claims total 30,573 over 4 years. The Washington Post.
- Muirhead, R., y Rosenblum, N. (2019). A Lot of People are Saying: The New Conspiracism and the Assault on Democracy. Princeton University Press.
- Rid, T. (2020). Active Measures: The Secrety History of Disinformation and Political Warfare. Profile Books Limited.
- Rutenberg, J. (2021). Trump made 30,573 false of misleading claims as president. Nearly half came in his final year. The Washington Post.
- Trump, D. J., y Schwartz, T. (1987). Trump: The Art of the Deal (2016 ed.). Arrow Books