Se acabaron los insultos. Se acabaron los tuits que hacían temblar el mundo en mitad de la noche. Se acabaron las ruedas de prensa que parecían veladas de lucha libre y se acabó también la nueva edad de oro del periodismo. Con Joe Biden, la Casa Blanca ha vuelto a ser una oficina eficiente, un reloj suizo, una operación coreografiada, aburrida, fiable y previsible. Se piensa antes de hablar y se elabora una política antes de tuitearla. En 100 días el nuevo presidente ha cumplido su principal promesa: no ser Donald Trump.
La pregunta es hasta cuándo le valdrá a Biden con no ser Donald Trump. Las encuestas nos dicen que cuenta con el apoyo de algo más de la mitad de la población, los que siguen felices de no ver ahí a su antecesor. Sin embargo, los mismos sondeos nos cuentan que casi uno de cada tres estadounidenses piensa todavía que es un presidente ilegítimo que llegó al cargo mediante un fraude electoral masivo. Un fraude del que ningún juez ha encontrado pruebas, pero que sigue bien vivo en la mente de millones de republicanos. De un 70 % de ellos, en concreto.
Al presidente de EE. UU. se le escoge para cuatro años, pero su ventana de oportunidad para hacer grandes reformas es mucho más estrecha. Desde el momento en que jura el cargo, tiene poco más de un año antes de que la cercanía de las elecciones de mitad de mandato haga imposible cualquier debate y, justo después de estas, tiene que empezar a preocuparse de su propia reelección. Es por eso que este primer año, cuando acaba de ser elegido y tiene el capital político intacto, es fundamental. Lo que pasa es que a Biden la tradicional “luna de miel” le ha pillado con un tercio del país llamándole golpista y en mitad de una pandemia que deja poco espacio para pensar en nada más.
Su primer gran proyecto le ha venido impuesto por las circunstancias: un espectacular despliegue de gasto público para aliviar el golpe económico de la pandemia. Incluso en mitad de una crisis sin precedentes, ha tenido que aprobarlo por un procedimiento parlamentario especial y sin el apoyo de un solo senador republicano. Ahora quiere sacar adelante un ambicioso plan de reformas de infraestructuras: una iniciativa muy popular en un país con carreteras, puentes y aeropuertos de tercera división. Y sin embargo, aunque es algo que ya propuso el propio Trump, las posibilidades de un acuerdo con los republicanos para hacerlo realidad son remotas.
Es difícil creer que vayan a permitir a Biden anotarse cualquier triunfo pero, gane o pierda esa batalla, es evidente que ya le quedará poco tiempo y poco capital político para meterse en otras. Habrá decidido emplear el año más productivo de toda su presidencia en dos iniciativas que no son precisamente centrales en el proyecto político de su partido y que no cumplen sus propias promesas en materia de inmigración o control de armas. Sin embargo, sí que habrá podido reclamar el papel del gobierno y del gasto público como instrumento de mejora social después de que los demócratas renunciaran a ese concepto cuando Bill Clinton anunció en 1996 que “la era del gran gobierno ha terminado”.
Biden va a caminar una línea muy fina entre lo que quiere hacer, lo que tiene que hacer y lo que puede hacer. Entre no decepcionar a las bases de su partido, incluyendo al ala más izquierdista que le mira con desconfianza, y ser consciente de que los demócratas tienen unas mayorías estrechísimas en el Congreso que dan para lo que dan. También, si puede evitarlo, intentará no levantar en armas a las bases republicanas en un nuevo Tea Party como el que destrozó a Obama en las elecciones de mitad de mandato de 2010. Y todo con un país que necesita de la política más que nunca, en plena emergencia económica y sanitaria. Un equilibrio difícil que va más allá de un cambio en el tono y en las formas con respecto a Trump. Un camino que ya ha empezado a recorrer en sus primeros 100 días y del que dependerá el éxito o el fracaso de su presidencia.
Escrito por Carlos Hernández-Echevarría (Madrid, 1983) periodista y Master of Arts in Elections and Campaign Management por la Fordham University de Nueva York (Fulbright 2014). Colabora como analista de la política estadounidense en varios medios como eldiario.es, TVE, La Vanguardia o El Orden Mundial. Ha publicado artículos sobre EE. UU. en varias revistas académicas. También ha trabajado en informativos de televisión durante 15 años y actualmente es el coordinador de Políticas Públicas y Desarrollo Institucional de Maldita.es.