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El hombre y la Tierra: ¿una dominación frágil?

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El demógrafo Robert Malthus pronosticó en 1798 que la humanidad se enfrentaría recurrentemente a crisis alimentarias dado que la población tiende a crecer de forma geométrica en tanto los recursos lo hacen de forma aritmética. Las predicciones de Malthus resultaron erróneas, al menos para lo que hoy denominamos mundo desarrollado. La industrialización permitió un desarrollo de la población humana sin precedentes. El uso de combustibles fósiles permitió la producción a gran escala de bienes, el comercio y, en definitiva, la globalización. El proceso de Haber-Bosch permitió la transformación del nitrógeno atmosférico en nitratos asimilables por las plantas e incrementar la producción mundial de alimentos. Por no hablar de los avances en sanidad, síntesis de nuevos materiales, etc. que se conjuraban en ese nuevo paraíso llamado ciudad.

Pero, paradójicamente, esos mismos avances, aparecen un par de siglos después, como causantes de uno de los mayores problemas de la humanidad. Esto es, en forma de una crisis ambiental cuyo efecto más significativo ya no es sólo la degradación de los ecosistemas y los servicios de los que dependemos para nuestra supervivencia, sino cada vez más sus efectos sobre la salud humana. Así, las elevadas concentraciones de gases de efecto invernadero desestabilizan el sistema climático, con unas consecuencias cuya magnitud aun no comprendemos bien. El exceso de nitratos -otrora milagro de la agricultura- amenaza los ecosistemas acuáticos, y una ingente cantidad de compuestos químicos desde microplásticos a metales pesados, aparecen en nuestros alimentos en forma de venganza karmática. Ante las cada vez mayores evidencias científicas, observamos que los agentes implicados -estados, empresas, individuos, etc.- reaccionan de forma muy dispar.

En primer lugar, encontramos un espectro de respuestas que van desde el escepticismo al negacionismo, pero cuyo denominador común es la inacción. En general abarca a colectivos que no se sienten amenazados por estos problemas ambientales, o que incluso pueden verse beneficiados. Es una opción intelectualmente razonable porque todo cambio implica ganadores y perdedores y, ¿por qué habrían de renunciar los ganadores a este podio? La película “No mires arriba” dirigida por Adam McKay y protagonizada por Leonardo DiCaprio y Meryl Streep, entre otros, es una perfecta sátira de las consecuencias del negacionismo.

En segundo lugar, está la visión antinatalista que culpabiliza a los humanos tanto por su crecimiento demográfico como por su estilo de vida. Esta opción también está cargada de razones. Al fin y al cabo, si no hubiera humanos no habría problema o si viviéramos en condiciones similares a las que precedieron a la revolución industrial muchos problemas desaparecerían. A menudo esta opción encubre una agenda supremacista. Normalmente el problema es «el otro». ¿Quién debería decrecer? Como diría un matemático esta es la solución trivial. Merece la pena buscar algo más.

En un tercer lugar estarían los que creen que la tecnología resolverá todos los problemas. Es evidente que la tecnología será parte de la solución, pero tal y como ha descrito Jeremy Rifkin, cada avance tecnológico suele plantear también nuevos retos ambientales. O lo que es peor, en ausencia de avances éticos y morales, los avances tecnológicos pueden conducir a distopías de todo tipo, tan bien documentadas por la ciencia-ficción.

Finalmente están las aproximaciones algo más elaboradas como la agenda para el desarrollo sostenible de Naciones Unidas y que es en donde buena parte de la humanidad alberga sus esperanzas. No obstante, hay razones para el escepticismo. ¿Seremos capaces de sacrificar nuestro bienestar -léase por ejemplo rentabilidad de un fondo de inversión- en beneficio de las próximas generaciones? ¿Es este esfuerzo creíble dada nuestra escasa implicación por mejorar el bienestar de nuestros congéneres actuales -por ej. allende el Mediterráneo? Cuesta imaginarse que vayamos a ser solidarios con personajes del futuro si no lo somos con los del presente.

El resultado final de todo este complejo juego dependerá de numerosos factores; unos vendrán determinados por equilibrios geopolíticos, otros estarán determinados por la ciencia o por la ética, sin olvidar factores sorpresa, difíciles de prever. Pero, ¿debemos ser pesimistas?

Para la biología evolutiva la crisis ambiental es simplemente un experimento interesante. Al fin y al cabo, es posible que la evolución de la inteligencia no resulte tan útil para la supervivencia de una especie a largo plazo. O al menos, no más que la fotosíntesis o que las branquias. No obstante, la plasticidad cultural del ser humano y su capacidad creativa son inmensos. Como explica el historiador Yuval Noah Harari, la capacidad de generar ficciones es una de las principales fuerzas de organización social en los seres humanos, y uno de los principales motores de cambio en la historia de la humanidad. Y, ¿qué ficción puede haber más seductora que la de un mundo de aire respirable, ríos limpios, paisajes llenos de vida y seres humanos que se respetan?

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