Trump perdió su referéndum

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Legalmente las elecciones de “mitad de mandato” en Estados Unidos tienen como objeto renovar o elegir la totalidad de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado. A lo largo de todo el siglo XX, desde Roosevelt en 1934 hasta Trump en 2018, pasando por presidentes tan populares como el republicano Ronald Reagan y el demócrata Barack Obama, lo habitual es que el partido del presidente pierda el control de una o ambas cámaras. Las excepciones se encuentran en el segundo mandato de Bill Clinton y el primero de George Bush Jr. quienes lograron ampliar su número de congresistas en 5 y 8 respectivamente. Tal es así que está acuñado el término ‘divided government’ para definir este tipo de situaciones. La expresión refleja en buena medida el panorama planteado en estas ocasiones, pues la función del Congreso –Senado y Cámara de Representantes– va más allá de la mera legislación, al ser los congresistas quienes aprueban los presupuestos, ratifican nombramientos, o inician comisiones de investigación –espada de Damocles que pende tanto sobre Trump como sobre Biden–. En este sentido las pasadas elecciones han respondido a lo habitual.

Sin embargo, lo que se dirimía el pasado 8 de noviembre iba más allá de la elección de congresistas y senadores. Según Biden se trataba de los principios democráticos, según Trump del futuro de América, que se deslizaba peligrosamente a los infiernos de la mano de un gobierno izquierdista radical. Para los votantes (es mi lectura) se trataba de respaldar o rechazar a Donald Trump.

Fue el propio Trump quien se implicó de forma personal en todo el proceso electoral desde sus inicios interviniendo de forma directa en las primarias republicanas apoyando y subvencionando a candidatos favorables a sus posiciones conspirativas. Su anuncio “trampa” a bombo y platillo, a tan solo un par de días de celebrarse las elecciones, esa “gran noticia” que dará a conocer el martes que viene, hacía presagiar su eventual participación en las primarias presidenciales republicanas. El resultado de la votación del pasado martes tal vez le obligue a plantearse tal decisión si efectivamente se trataba de comunicar su presencia en la carrera.

Nadando a favor de corriente, con la mayor inflación en los últimos cuarenta años, los carburantes y la electricidad a unos precios nunca conocidos en Estados Unidos, una rampante inseguridad en las calles, contables errores en política internacional, y un presidente sin carisma que a duras penas llegaba al 40 % de aceptación, los republicanos tan solo han podido arañar una escueta mayoría en la Cámara y está por ver si finalmente consiguen el Senado como daban por seguro. En cuanto a los gobernadores, la ilusión de ganar Nueva York se ha quedado en quimera y Kari Lake, la supuesta delfín de Trump que lo acompañaría en el “ticket” republicano para conquistar la Casa Blanca, tampoco lo ha logrado en Arizona. De hecho, tan solo un puñado de candidatos declaradamente trumpistas han logrado vencer en los estados complicados, aquellos en los que realmente se juega la presidencia del país. Cuando así ha sido, la ventaja obtenida por estos candidatos ha oscilado entre los 2/3 puntos, algo que dista mucho de arrasar electoralmente.

La excepción a esta dinámica la encontramos en el estado de Florida. Allí Ron De Santis volverá a gobernar el estado con un margen de prácticamente 20 puntos. De Santis no contó con el apoyo de Trump, bien al contrario, más allá de no solicitarlo, nunca se mostró especialmente receptivo a los cantos de sirena del expresidente, quien es consciente del peligro que entraña el político de Florida en su eventual carrera hasta el despacho oval. Si finalmente se sustancia el rumor de su presencia en las primarias republicanas, la desequilibrada carrera política de Donald Trump bien pudiera haber llegado, ahora sí, a su final.

 

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