Anglicismos: ¿invitados o invasores?

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Entre lo mucho que queda por averiguar y conocer sobre el anglicismo, tiene especial interés todo lo que tiene que ver con su dimensión social. Los préstamos del inglés no son simples entes ajenos que pasan de una lengua a otra mediante mecanismos puramente lingüísticos; tampoco tienen por qué ser errores o frutos de la pereza, del desconocimiento o de la moda; y tampoco han de entenderse como violaciones del sagrado reducto de otras lenguas. Como explicaba el gran lexicógrafo Manuel Seco, los préstamos no deben tratarse como “invasores”, sino como “invitados” de otra lengua, ya que realmente no entran solos por la puerta de la casa, sino que requieren que alguien los deje entrar desde dentro. Y ese alguien tiene una naturaleza social.

Por eso resulta de interés conocer el perfil de los hablantes que realmente utilizan los anglicismos; es decir, de que aquellos que los invitan a entrar por la puerta de su casa. La presencia de anglicismos en una lengua depende de factores como el nivel sociocultural o la profesión de los hablantes, pero sobre todo depende de cómo se adquiere y cómo se usa la lengua en la vida de las comunidades. De ahí la conveniencia de partir de la distinción en el ámbito hispánico de tres perfiles de hablantes susceptibles de “invitar” al anglicismo: los hablantes nativos en comunidades hispanohablantes; los hablantes nativos en entornos próximos a comunidades anglohablantes; y los hablantes de herencia en entornos anglohablantes. De estos tres perfiles, sin duda el de los nativos en comunidades hispanohablantes (Madrid, México, Bogotá…) es el más investigado, aunque tampoco faltan estudios de los anglicismos en la población hispanohablante de entornos próximos a comunidades anglohablantes, como Puerto Rico o la República Dominicana. Menos atención ha recibido el perfil de los hablantes de herencia residente en comunidades de los Estados Unidos. Y esta distinción resulta decisiva.

Por otro lado, nunca es poca la insistencia en que el anglicismo no puede tratarse simplemente como algo tolerable o intolerable, como algo necesario o innecesario. Tal planteamiento tiene sentido si el anglicismo se concibe como invasor, pero no al valorarlo como invitado. Si establecemos un paralelismo entre el contacto de lenguas y las condiciones biológicas del contacto entre seres vivos, podríamos ver que en la biología se distingue entre parasitismo, mutualismo y simbiosis. El parasitismo implica que el ser anfitrión se ve perjudicado por el huésped, mientras que el huésped solo puede mantenerse vivo a costa del anfitrión. El mutualismo supone una interacción entre dos seres vivos con beneficio y mejora funcional para ambos. La simbiosis supone una interacción entre dos seres vivos tan estrecha y duradera que puede llevar a una coevolución. En el caso de los anglicismos del español, una buena parte del mundo académico y periodístico valoran los anglicismos como parásitos invasores, cuando en realidad establecen entre las lenguas una relación de comunalismo incluso de simbiosis evolutiva, cuando la integración o adaptación es máxima.

La adopción y la adaptación de préstamos del inglés responden a motivaciones extralingüísticas, por muy lingüísticos que sean los rasgos que las reflejan, y la recepción de los préstamos en cada lengua está muy fuertemente condicionada por el perfil social de los hablantes y la naturaleza de sus comunidades. Cada perfil de hablante y cada comunidad es un anfitrión con su propia personalidad, con su propio contexto, con sus propias necesidades. De ahí que sus invitados sean tratados de forma diferenciada.

En definitiva, una adecuada interpretación del anglicismo ha de prestar atención a su vida social. Probablemente, es imposible que los préstamos del inglés dejen de ser percibidos como “invasores” desde muchos ámbitos públicos de la sociedad, pero lo cierto es que solo su tratamiento como “invitados” permite realmente conocer cómo, por qué y para qué los anglicismos se acomodan a nuestra realidad comunicativa cotidiana.

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