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Una casa (aún más) dividida

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El segundo aniversario del asalto al Congreso de los Estados Unidos por parte de seguidores del presidente Donald Trump ha sido un momento para reflexionar sobre la división política actual que existe en el país. Como recordó el presidente Abraham Lincoln en su famoso discurso de 1858, “una casa dividida contra sí misma no puede permanecer en pie”. Más de 150 años después de estas palabras, parece que Estados Unidos sigue enfrentando una profunda división política que amenaza con debilitar la estabilidad del país.

En noviembre de 2014, y a cuenta del asalto a la democracia española que se produjo con la denominada “consulta popular no referendaria sobre el futuro político de Cataluña”, terminaba una de mis entradas en Diálogo Atlántico haciendo referencia al texto del evangelio de San Marcos (3:25), en el que se señala la imposibilidad de mantener una casa unida si esta está dividida, y que utilizó el candidato y futuro presidente Abraham Lincoln poco antes de la Guerra Civil estadounidense. Esta famosa cita bíblica empleada por “Honest Abe” en uno de sus discursos más significativos, bien podría servir para describir dos situaciones que se están produciendo en este momento en los Estados Unidos. Por un lado, el recuerdo del segundo aniversario del asalto al Congreso Federal, el 6 de enero de 2021 y, por otro, la división del Partido Republicano en la Cámara de Representantes que ha retrasado durante días la elección del californiano Kevin McCarthy como nuevo speaker de dicha Cámara. Ambos casos ilustran, de forma muy clara, el conflictivo devenir que ha tomado la vida política de aquel país.

Es innegable que, ahora mismo, Estados Unidos es un país socialmente dividido. Una de las principales causas es la grieta política sustentada sobre la profunda polarización ideológica que sufren los estadounidenses. En los últimos años, los dos principales partidos políticos del país, Demócrata y Republicano, se han vuelto cada vez más intransigentes en sus posiciones. Si los demócratas han adoptado posturas más progresistas en cuestiones como el cambio climático y la inmigración, los republicanos, por su parte, se han vuelto más conservadores en cuestiones como el control de armas y el aborto. Esta polarización política se ha manifestado, por ejemplo, en la incapacidad de lograr consensos partidistas en el Congreso para aprobar leyes relevantes. Al mismo tiempo, la propia ciudadanía también ha asumido posiciones más extremas, rechazando cualquier tipo de compromiso con el otro bando. Recuerdo aquí a una colega de una universidad estadounidense que me decía que, desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, había dejado de hablar de política e incluso de relacionarse con aquellos que, como ella, no fueran demócratas. Un estudio realizado por Pew Research Center en el 2019 ratificaba esta sorprendente realidad al aseverar que el 55 % de los republicanos afirmaban que los demócratas eran ‘más inmorales’ si se les comparaba con otros estadounidenses. El 47 % de los demócratas, por su parte, decía lo mismo sobre los republicanos. Solo tres años antes, en 2016, el 47 % de los republicanos y el 35 % de los demócratas dijeron que los miembros del otro partido eran menos morales que otras personas.

El asalto al Capitolio debe enmarcarse, pues, en la atmósfera de polarización ideológica y en la creciente desconfianza existente entre los propios ciudadanos de Estados Unidos. Si bien es cierto que el ataque fue condenado por políticos de ambos partidos, los demócratas siguen sosteniendo que el presidente Trump, con los comentarios que sobre el supuesto fraude electoral realizó por sus redes sociales, fue el instigador principal de la violencia y el caos que llevó a sus seguidores a asaltar el Congreso. Pese a ser un claro intento de subvertir la democracia y de cambiar el resultado de unas elecciones presidenciales, entre el 60 y el 70 % de los republicanos, trumpistas o no, todavía creen que, en realidad, hubo un ‘pucherazo’ electoral y que se privó ilegítimamente a Donald Trump de renovar por cuatro años su estancia en la Casa Blanca. Una circunstancia utilizada para alimentar aún más la fractura y la desconfianza en el sistema político estadounidense.

Los seguidores de Trump también estaban detrás de la no elección en primera vuelta de un miembro de su mismo partido como speaker de la Cámara de Representantes. En los primeros días de enero de 2023, Kevin McCarthy, representante republicano por el estado de California, perdía hasta catorce votaciones seguidas para ocupar el House speakership. La razón es que los ultraconservadores del Partido Republicano, vinculados al Tea Party y a Trump, cumplían su promesa de oponerse a McCarthy -y eso que el propio Trump finalmente decidió apoyar al californiano- si no obtenían más poder político dentro del GOP. Este acto paralizaba la Cámara en estas primeras jornadas de mayoría republicana, retrasando el juramento de cientos de miembros del Congreso, posponiendo cualquier trabajo legislativo y exponiendo profundas divisiones que amenazan con hacer que la mayoría del partido en la Cámara sea ingobernable. Lo más curioso del asunto es que, de esta fractura del republicanismo entre trumpistas y no trumpistas, quizás sea la propia sociedad de Estados Unidos la que salga beneficiada. Los republicanos ortodoxos tendrán que buscar alianzas para sacar adelante sus propuestas legislativas y, si son incapaces de convencer a los que están a su derecha, lo natural sería que mirasen a su izquierda. Habrá que ver si los republicanos estarán dispuestos a tender la mano y si los demócratas asumirán el reto de aceptarla. Como bien dice la cita apócrifa, “la política hace extraños compañeros de cama”.

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