España ocupa el tercer lugar entre los destinos más populares para los alumnos estadounidenses a la hora de estudiar en el extranjero. Solo en el curso 2015-16 de los aproximadamente 325 000 estudiantes que eligieron estudiar fuera de EE.UU., casi 30 000 lo hicieron en España[1]. Se trata de un número muy significativo de estudiantes que cada año vienen a nuestro país y conviven en las aulas españolas con otros universitarios de diversas nacionalidades, incluyendo muchos españoles. La mayoría son alumnos de grado, más de la mitad estudian programas cortos (hasta ocho semanas), lo hacen normalmente en verano y provienen de distintas partes de este país norteamericano y de una variedad de instituciones. Sin embargo, ¿cuánto sabemos de ellos y de su percepción sobre nuestro país?
En un taller de interculturalidad varios estudiantes de intercambio (tanto españoles que ya habían tenido experiencias internacionales, como estadounidenses en España) debatieron sobre las principales diferencias entre la cultura española y la estadounidense. Partiendo del hecho de que existen grandes contrastes entre regiones dentro de los propios países, trataron de comprender los valores, creencias y comportamientos que distinguían a un país del otro para alcanzar un mayor entendimiento intercultural.
En primer lugar, destacaron algunos de los elementos más visibles en cualquier cultura, es decir, aquellos que se perciben inmediatamente a través de los sentidos, como la ropa (los españoles salen a la calle más arreglados), los horarios (con cenas muy tardías en España y comidas copiosas), el contacto físico (mucho mayor y más permitido que en Estados Unidos) o el contacto visual (más continuado y largo que en culturas anglosajonas). Además, más allá de cómo saludarse (con besos, amago de abrazo o con la mano), aprendieron unos de otros algunas cosas más sutiles de la cultura. Por ejemplo, el hecho de que estirarse o bostezar en España es de mala educación o que las manos se ponen encima de las mesa durante la comida y que no se debe comer en clase. También los españoles comprendieron que en EEUU se esboza una pequeña sonrisa cuando estableces contacto visual con alguien (aunque no lo conozcas) o que el espacio personal que rodea a alguien es más amplio que en las culturas mediterráneas y que por eso sus amigos estadounidenses se echan para atrás incómodos cuando ellos se acercan mucho.
Por otro lado, reflexionaron largamente sobre la comunicación, considerando a los españoles más directos en su lenguaje; “más rudos” en algunos casos, sobre todo en bares y restaurantes, afirmaban los estadounidenses. Los españoles, a su vez, explicaron que la corrección y la buena educación en esos casos se encontraban en el tono más que en las palabras, por lo que era muy difícil de distinguir para un hablante no nativo.
Además, después de largos debates, ambos grupos estaban de acuerdo en que el mensaje a trasmitir estaba más codificado en la cultura española que en la estadounidense, en otras palabras, es más necesario conocer el contexto y aprender a leer entre líneas en España. Como explica el famoso antropólogo Edward T. Hall la comunicación en las culturas de bajo contexto (más tendente en EE.UU.) suele ser específica, detallada y precisa, las instrucciones y explicaciones se dan por escrito y el mensaje se presenta claro. Sin embargo, en las culturas de alto contexto (más habitual en España) la comunicación suele hacer referencia a un código compartido donde muchas cosas se sobreentienden utilizando mucho lenguaje no verbal. Este tipo de comunicación pone mucho énfasis en las relaciones humanas y para “no ofender” a veces se encripta el mensaje por no dar, por ejemplo, un “no” que suene demasiado abrupto. Esto provoca, en ocasiones, confusión entre los extranjeros que interpretan algunas normas establecidas (pero no escritas) como meras sugerencias.
Pero, ¿cuál fue el elemento diferenciador más llamativo que encontraron? Probablemente el concepto del tiempo. Los alumnos estadounidenses se referían a la puntualidad con la expresión “cinco minutos antes de la hora es llegar a tiempo; a tiempo es tarde; tarde es inaceptable”. Para los españoles, el concepto del tiempo es más flexible y fluido. Las relaciones personales y familiares son más importantes que aquello que se persigue o se pretende realizar. Además, las distracciones y las interrupciones se asumen como parte de la vida y los planes se cambian fácilmente y bastante a menudo. Si bien es cierto que la influencia de la globalización empieza a percibirse cada día más en España, sobre todo a nivel laboral, esta forma de emplear el tiempo es difícil de entender para las culturas donde las tareas y los horarios son compromisos ineludibles y el tiempo es tangible. Ser impuntual o cambiar los planes sin una excusa más que razonable supone una falta de respeto hacia el otro. Se considera jugar con el tiempo y los quehaceres de los demás. En la cultura estadounidense las fechas límite (los famosos deadlines) para entregar trabajos, proyectos, etc. son sagradas, puntualizando exactamente no solo el día, sino la hora exacta de entrega. La razón, en muchos casos, es que el tiempo es dinero y “malgastarlo” es casi un pecado.
Finalmente, los estudiantes comprendieron que, ante una situación intercultural, hacerse una sola pregunta como ¿qué me estoy perdiendo en este escenario? podía evitar prejuicios, estereotipos y conclusiones equivocadas. Dicho de otro modo, ¿qué valor o creencia en esta otra cultura produce este comportamiento que yo no alcanzo a entender? Y, sobre todo, aprendieron probablemente una de las lecciones más importantes en las relaciones interculturales y es que, a pesar de todo lo que nos une como seres humanos, las diferencias existen. Y estas diferencias son buenas porque nos enriquecen, nos dan nuevas perspectivas y potencian nuestra creatividad pero desconocerlas, ignorarlas o tratar de minimizarlas puede dar lugar a grandes malentendidos, frustraciones y ofensas graves. Si, por el contrario, aceptamos valores, creencias y comportamientos distintos (aunque no necesariamente los incorporemos a los nuestros), y comprendemos que podemos aprender a convivir y trabajar con ellos a través del intercambio intercultural, no hay duda de que estaremos promoviendo un mundo más tolerante y pacífico.
Escrito por Ana Carballal Broome, doctora en economía de la empresa, especializada en gestión intercultural en entornos internacionales y multiculturales. Es profesora de comunicación intercultural y competencias globales a estudiantes españoles e internacionales. También es consultora y formadora intercultural para empresas y organizaciones específicamente con respecto a gestión de equipos multiculturales, identificación y selección del talento global y mediación intercultural. Al haber crecido en una doble cultura (EE.UU.-España), ha trabajado en entornos culturales muy diversos, experimentando contextos multiculturales tanto personales como profesionales y ha sido, además, durante años la coordinadora del Centro de Estudios Hispánicos de la Universidad Nebrija.
[1] Open Doors Report on International Educational Exchange 2017.