En el 2015 Donald Trump anunció su candidatura para las primarias del partido republicano ante un nutrido grupo de incondicionales en la Torre Trump en Manhattan, el lugar más emblemático de su consorcio empresarial. Para proclamar su candidatura a la reelección ha escogido este martes el Amway Center en Florida, la cancha oficial de los Orlando Magic donde jugó el mítico Shaquille O’Neal; únicamente pudieron presenciar directo la nominación 20.000 afortunados de los más de 100.000 que solicitaron un pase. Es la diferencia entre lo que parecía ser un aspirante de relleno y un presidente de los Estados Unidos. La elección del “Sunshine State” esta semana como punto de partida para su reelección entra en la estrategia electoral del Presidente-candidato. En el 2016 el presidente Trump supo leer el mapa electoral mucho mejor que la candidata Clinton, y el premio fue la Casa Blanca. El presidente sabe que Florida y sus 29 votos electorales serán, una vez más, claves en el recuento del martes 3 de noviembre del 2020; sin duda volverán a repetirse sus apariciones en este estado. En cuanto al contenido de su intervención nos encontramos con Trump en su estado puro. Atacó a los demócratas que le han perseguido como perros de presa a raíz de la trama rusa; a la prensa que únicamente publica noticias falsas; hizo valer sus innegables logros económicos; estigmatizó las “columnas de emigrantes”; y preconizó sobre la debacle que aguarda a los Estados Unidos –o yo o el caos, vino a decir– en caso de no ser reelegido.
No resultará fácil desbancar al Presidente Trump en este nuevo proceso electoral. Desde 1900 únicamente 4 presidentes no han repetido mandato –Hoover, 1932; Ford, 1976; Carter, 1980; y Bush padre en 1992–; también es cierto que resultan espectaculares sus logros económicos, con una tasa de desempleo en parámetros más bajos incluso que durante el mandato de Reagan, y los índices bursátiles en máximos históricos. En política exterior ha reencauzado –al menos de momento– el delicado asunto de Corea del Norte; ha terminado con la amenaza del Daesh en Siria e Irak; y ha mostrado músculo en su particular pulso frente a China, Rusia, e Irán. Y por si todo ello no fuera suficiente los demócratas parecen tender a la división y no disponen de un líder entre los 20 candidatos ya proclamados lo suficientemente carismático y popular como para enfrentarse con mínimas garantías de victoria. Otros datos de interés tienen que ver con la cantidad ya recaudada para su campaña que supera de largo los 100 millones de dólares incluso antes del inicio, que tras las elecciones de medio término afianzó su liderazgo entre los republicanos, o que cuenta con un alto porcentaje de fidelidad entre sus votantes, en torno al 90%. No resulta extraño que ante este panorama aumente día a día el número de quienes asumen como segura la reelección del actual presidente.
Cualquier análisis objetivo propicia tal lectura; sin embargo el candidato demócrata, sea quien fuere, tal vez pueda tener éxito en la batalla que comenzará a librarse dentro de un año si no comete los principales errores en los que cayó Hillary Clinton. El primero de ellos fue el menosprecio de Trump como contrincante político; utilizando el símil de un partido que se iba ganando, era únicamente cuestión de “dejar pasar el tiempo hasta el pitido final”. El segundo prestar idéntica atención a todos los estados sin establecer distinción alguna entre aquellos claramente demócratas o republicanos y los llamados “swing states” (estados pendulares o cambiantes) que son los auténticos campos de batalla donde se decide el resultado final. A estas alturas ya nadie cuestiona la capacidad y potencial de Trump, que incluso partirá como favorito –exactamente lo mismo que la candidata Clinton en el 2015–; en cuanto a la referida lectura del mapa electoral resulta significativo que un candidato con posibilidades como el otrora vicepresidente Joe Biden haya escogido Pennsylvania para hacer pública su candidatura a las primarias demócratas. Se trata de uno de los estados pendulares, históricamente demócrata pero que en las últimas elecciones decantó sus 20 votos electorales a favor de Trump. Y ya que menciono a Biden; resulta significativo que Donald Trump Jr., que precedió a su padre en la presentación de su candidatura en Orlando, dedicara buena parte de su discurso a atacar la candidatura de Biden. Como cantaba la recientemente fallecida Doris Day “Qué será, será; whatever will be, will be”… Otros datos a tener en cuenta son la baja aceptación del actual presidente en estos dos años, que ni en sus mejores momentos ha superado el 45%; o que si las elecciones se celebraran este mes Biden superaría a Trump en 13 puntos (Biden 53%, Trump 40%). En la columna del debe también se le puede imputar a Trump la errática política de dimisiones, despidos, y desencuentros con importantes miembros de su administración, desde aquella temprana del Secretario de Estado, Rex Tillerson, hasta la recientísima –y van 36– de su secretaria de prensa y portavoz Sarah Huckabee.
Resultan innegables, en definitiva, las posibilidades de Trump para su reelección, pero no conviene vender la piel del oso antes de cazarlo, que se lo pregunten a Hillary Clinton. Como diría un castizo, “todavía hay partido”.