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Coronavirus en Estados Unidos: lo que nos enseña la historia

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Estados Unidos se acaba de convertir en el nuevo epicentro de la COVID-19, la nueva enfermedad transmitida por el coronavirus SARS-CoV-2: el país tiene ahora más casos de coronavirus que cualquier otro país del mundo. Desde que se detectó el primer caso en Seattle el 20 de enero, el virus ha contagiado al menos a 181.099 personas en los 50 estados, según las cifras oficiales (siempre más reducidas que las reales). De esos casos registrados, 3.606 son fallecidos, 1.550 de ellos en Nueva York.

En un país con 329 millones de habitantes, esas cifras significan una incidencia proporcionalmente mucho más baja que en España o Italia. Pero todo apunta a una escalada rápida provocada por el inevitable crecimiento exponencial que caracteriza el inicio de todas las epidemias.

Hay razones estructurales por las cuales Estados Unidos tiene dificultades para ofrecer una respuesta a la pandemia: la atención médica privatizada y cara, la deficiente red de asistencia social y la autoridad descentralizada. Esta última, además de una amenaza para la propia democracia, en la guerra biológica contra el coronavirus, es una deficiencia de primera magnitud.

¿Qué está ocurriendo exactamente? Observen la Figura 1. Las estrellas en negrita indican el día en el que diferentes países adoptaron medidas de mitigación consistentes en el confinamiento nacional, regional o local de las poblaciones afectadas. Estados Unidos aún no las ha adoptado. Para entender lo que está pasando allí hay que poner el foco en lo que sucede ahora y lo que sucedió hace más de un siglo. En la lucha contra la actual pandemia, el país se enfrenta a los mismos problemas constitucionales que dificultaron el control de la epidemia de gripe de 1918.

Figura 1. Los costes humanitarios del brote de coronavirus continúan aumentando, con más de 719,000 personas infectadas en todo el mundo. El número de fallecimientos confirmados ha superado los 33.900. Datos a 30 de marzo (Fuente).

La gripe de 1918, también conocida como gripe española, duró hasta 1920 y se considera la pandemia más mortal de la historia moderna. Desde su primer caso conocido, que tuvo lugar cerca de una base militar de Kansas en marzo de 1918, la gripe se extendió por todo el país. Al final de la pandemia, entre 50 y 100 millones de personas habían muerto en todo el mundo, incluidos más de 500.000 estadounidenses.

En 2007, dos estudios científicos intentaron explicar cómo influyeron en la propagación de la enfermedad las distintas respuestas ofrecidas en diferentes ciudades. Al comparar las tasas de mortalidad, el tiempo y las intervenciones de salud pública, los investigadores descubrieron que las tasas de mortalidad eran alrededor de un 50% más bajas en las ciudades que adoptaron medidas preventivas desde el principio en comparación con las que lo hicieron tarde o no lo hicieron (Figura 2C). Además, las ciudades que adelantaron el distanciamiento social se recuperaron económicamente mejor tras la pandemia.

Figura 2. A. Adoptar medidas de aislamiento social un día después eleva espectacularmente el número de contagiados (Luis Monje). B. Número de muertes previstas en Gran Bretaña y Estados Unidos en el caso de no adoptarse medidas de aislamiento social (Fuente). C. Diferencias de casos mortales registrados en diferentes ciudades norteamericanas. San Luis y Nueva York, las primeras en aplicar medidas de aislamiento fueron las que menos casos registraron (Fuente). D. Diferencias en el número de casos mortales registrados entre Filadelfia y San Luis. Dos ciudades que adoptaron medidas de aislamiento en fechas diferentes (Fuente).

Ahora como entonces, las intervenciones de aislamiento social son la primera línea de defensa contra una epidemia en ausencia de una vacuna. Estas medidas incluyen el cierre de escuelas, tiendas y restaurantes; imponer restricciones al transporte; ordenar el confinamiento social y prohibir las concentraciones públicas. Pero en cada zona del país se aplican directrices distintas.

La restricción de viajes a Europa que hizo la Administración estadounidense es una medida en la buena dirección: probablemente el país ganó unas horas, quizás un día o dos para frenar la expansión del virus. Pero no más. No es suficiente. Eso es contención cuando lo que se necesita en estos momentos es mitigación. Y es ahí donde el poder federal tropieza con la capacidad legislativa de los estados.

Aunque la mitad de los ciudadanos está sometida a diferentes grados de distanciamiento social, cada estado (e incluso cada condado o cada gran ciudad) actúa por su cuenta en función en la gravedad de la situación en su territorio, sin olvidar que las autoridades actúan influidas en ocasiones por un trasfondo social.

El presidente Trump tiene las manos constitucionalmente atadas a la hora de declarar un estado de alarma como el declarado en España. Sin embargo, el virus circulará por mucho que el presidente desee que desaparezca. Frente a la crisis del coronavirus el trumpismo no parece a la altura de las circunstancias, como ha ido demostrando el empecinamiento interesado del presidente y de los grupos negacionistas que lo sostienen en acabar con la cuarentena cuanto antes para volver a la normalidad.

El 9 de marzo Trump acusó de embusteros a los medios de comunicación y a los demócratas por conspirar “para inflamar la situación del coronavirus” y dijo equivocadamente que la gripe común era más peligrosa.

Abrumado por las cifras cada vez más preocupantes y por el informe del Imperial College que pronosticaba 2.200.000 muertes de estadounidenses de no adoptarse medidas (Figura 2B), el 30 de marzo, la Casa Blanca emitió las primeras recomendaciones federales de distanciamiento social que podrían durar hasta junio.

Pero son solo eso, recomendaciones, que no son suficientes en el combate actual. En 1918, la clave para acabar con la epidemia fue el aislamiento social. Y eso probablemente sigue siendo cierto un siglo después.

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