Goodbye Mr. Sanders

Good Bye Mr Sanders

La virulencia informativa de la pandemia mundial que supone el coronavirus ha eclipsado una noticia de calado que, en circunstancias normales, hubiera ocupado portadas en los principales diarios mundiales: la renuncia del senador Bernie Sanders en la carrera de las primarias demócratas norteamericanas.

El pasado 8 de abril se consumó esta retirada tal como venía rumoreándose durante las últimas semanas y que muchos vimos como inevitable desde la derrota sufrida en el supermartes. En cualquier caso estas primarias demócratas pasarán a la historia por la anomalía que supuso una pandemia mundial más que por cualquier otra circunstancia. Los únicos acontecimientos mencionables, más por lo anecdótico que por la importancia o significación en el resultado final, fueron la sorprendente irrupción del joven Pete Buttiegieg en los primeros compases de este baile, el descalabro de Michael Bloomber –considerado por los más optimistas el mirlo blanco demócrata– que no aguantó ni el primer asalto, y la desilusión que supuso para muchos la debilidad de una popular y reputada Elizabeth Warren que tampoco respondió a las expectativas que en ella se habían puesto.

En apenas un mes de primarias, el largo y tortuoso camino hacia la nominación en Milwaukee a comienzos del próximo julio, en circunstancias normales, había quedado reducida a dos candidatos: Joe Biden –quien fuera vicepresidente con Obama– y Bernie Sanders que continuaba siendo el abanderado de quienes abogan por una profunda regeneración del partido. Hasta qué punto ha influido la anormalidad del coronavirus en el desenlace de esta singular campaña ya es motivo de especulación. Tras el referido fracaso del supermartes Sanders confiaba en el resultado de los estados del sur, pero la necesidad de posponer elecciones en algunos estados –precisamente los que le eran más favorables– y los vaticinios poco alentadores que preconizaban las encuestas,  han precipitado la decisión final.

Tal vez sea Sanders el político con mayor autoridad moral entre los demócratas, como para los republicanos lo fue el malogrado John McCain –seguro que hubiera sido uno de los más exacerbados críticos con Trump por su tratamiento de esta crisis–. También resultó encomiable la sinceridad con que planteaba sus postulados políticos mostrándose abiertamente en una posición política próxima a la socialdemocracia europea sin importarle la urticaria que provoca entre un buen número de electores de su país la palabra «socialismo». Tal vez peque de ingenuo, pero para Sanders los principios, sus principios y convicciones de una sociedad más igualitaria, siempre fueron lo primero aunque ello le costara –le ha costado– la nominación demócrata.

En su renuncia a la candidatura manifestó Sanders a Biden: «Tenemos que lograr que Trump tenga un solo mandato, y te necesitamos en la Casa Blanca». Y en el fondo ese es el objetivo principal de los demócratas. Me explico: no se trata tanto de ganar las elecciones o de situar a un presidente demócrata en la Casa Blanca, como en cualquier otro proceso electoral, sino de vencer a Donald Trump cuya política representa la antítesis de los principios demócratas. Y para conseguir ese objetivo no ha dudado Sanders en auto-inmolarse incluso antes de lo que sus seguidores, que no son pocos, hubieran deseado. Las encuestas no le eran favorables y remaba contra corriente. Asumido el hecho en tanto en cuanto vale, no es menos cierto que Sanders recordaba –o le han recordado– lo acontecido hace cuatro años cuando se enfrentó a Hillary Clinton. Tampoco entonces tenía opción alguna a conseguir la nominación, pero él se empeñó en alargar el proceso casi hasta los últimos compases, lo que se tradujo en una suerte de cisma en las filas demócratas. Más de un analista sitúa la derrota de Hillary Clinton en la desafección por el partido de muchos demócratas seguidores de Sanders tras su derrota ante la ex primera dama. Si los demócratas finalmente pierden las presidenciales de noviembre –lo que desde mi punto de vista todavía está por ver– no será por repetir antiguos errores.

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