Esta madrugada se ha celebrado en Nueva York el segundo debate entre los candidatos a la Presidencia de Estados Unidos, Barack Obama y Mitt Romney. Hace dos semanas la derrota del Presidente ocupó gran parte de la agenda de la campaña durante días, y la revancha que Obama se ha tomado en el segundo encuentro ha devuelto la emoción a una campaña a la que le quedan tres semanas y un debate.
Los debaten son un espectáculo de la comunicación política que cada cuatro años concentra a millones de espectadores frente al televisor. Sin embargo, con el paso de los años son pocos los momentos recordados y utilizados como ejemplo de lo que hay que hacer o no y muchas las intervenciones olvidadas.
Uno de esos momentos célebres que es obligado citar en cualquier clase de comunicación política, debates o retórica, es el debate que enfrentó al entonces senador John Kennedy con el presidente Richard Nixon, en 1960. La imagen de un Presidente sudoroso, sin afeitar y cansado frente a un bronceado y sonriente aspirante todavía hoy se emplea para demostrar que la imagen de los candidatos y su lenguaje corporal es esencial para tener éxito en un debate.
Lo mismo ocurre con el uso de los ataques y la ironía, que también han pasado a formar parte de las hemerotecas de los debates. En el encuentro del 21 de octubre de 1984 entre el veterano Ronald Reagan y Walter Mondale, ante los ataques de éste último sobre la capacidad de seguir en la Presidencia debido a su edad, Reagan respondió con elegancia que “no voy a hacer de mi edad un tema de campaña ni tampoco voy a explotar la juventud e inexperiencia de mi adversario”.
Una respuesta contundente y recordada como la que dio Ross Perot a George Bush en el debate a tres junto a Bill Clinton en 1992. Bush intentó atacar a Perot en el flanco de la experiencia y éste contraatacó asegurando “que experiencia en endeudar al país en 4.000 millones de dólares seguro que no tengo”.
También hay lugar en un debate para los errores o las referencias menospreciando a contrincantes, ex presidentes o incluso otros países. Así, John McCain llegó a decirle en su segundo debate a Obama en 2008 que “yo no soy Bush” ante las continuas referencias del demócrata al anterior presidente republicano, o el “no quiero acabar como España” que hace unos días declaró Mitt Romney frente a Obama ante el asunto de gastar parte del presupuesto del país en pagar gastos.
Ataques, desprecios, meteduras de pata, deslices propios de la falta de preparación, corbatas y camisas mal puestas, miradas de reojo al reloj… cualquier movimiento y palabras se miran con lupa en un debate presidencial, pero no todos pasan a formar parte del recuerdo. Ni de la historia.