Cuando al todopoderoso presidente de los Estados Unidos le restan dos años para alcanzar el fin de su segundo mandato, recibe el nada cariñoso apelativo de “lame duck” o pato cojo. Desgraciadamente para Obama, su estatus como “pato cojo” será todavía más duro si, como parece ser, los republicanos revalidan su mayoría en la cámara y se hacen con el control del senado.
En el año 2000, cuando la primera era Clinton –puede que pronto haya una segunda–, se cerraba y comenzaba la carrera presidencial, el candidato Al Gore apenas apareció en campaña junto a su antiguo jefe. Al final de su mandato, Bill Clinton estaba mal visto por la opinión pública norteamericana. Esta no le reconocía haber logrado la recuperación de la maltrecha economía heredada de la primera –luego hubo una segunda–, era Bush, pero sí le enjuiciaba por sus escándalos extramatrimoniales y el proceso de “impeachment” al que tuvo que hacer frente. Gore prefirió hacer campaña en solitario, temeroso de que las acusaciones sobre Clinton le hicieran perder la presidencia. Cosa que, como todos saben, al final ocurrió. Algo similar está pasando en estas “midterm elections” que tendrán lugar en menos de una semana y donde muy pocos han sido los candidatos que han decidido contar con el presidente Obama en sus mítines electorales.
El próximo día cuatro de noviembre los estadounidenses están llamados a las urnas para decidir la composición de la cámara de representantes (435 miembros), un poco más de un tercio del senado federal, los gobernadores de treinta y seis estados y tres territorios, cuarenta y seis legislaturas estatales, cuatro legislaturas territoriales y numerosos alcaldes y representantes locales. Las encuestas que los distintos medios manejan señalan que la cámara continuará siendo republicana de forma abrumadora. Sin embargo, será por los puestos en el senado donde se libren las mayores batallas electores. Curiosamente, solo hay 7 estados en clara disputa: Georgia, Kansas, New Hampshire, Carolina del Norte, Colorado, Iowa y Alaska. Conseguir vencer en ellos supondría un golpe de efecto para demócratas y republicanos. De mantener el control en la cámara alta, los demócratas verían reforzadas las políticas económicas realizadas durante la época Obama, y sería un claro mensaje al partido rival: no estáis preparados para arrebatarnos la presidencia. Si los republicanos se alzan con el control de ambas cámaras, algo que no ocurre desde el 109 Congreso, el mensaje es otro: en 2016 podemos tener una oportunidad.
En cualquiera de los dos escenarios propuestos, victoria en la cámara de republicanos y de demócratas en el senado, o que ambas cámaras caigan bajo control del “GOP”, la verdad es que, desde el punto de vista de la presidencia de Obama, poco van a cambiar las cosas. Hemos visto durante este segundo mandato que el entendimiento entre los dos grandes partidos sobre asuntos de carácter nacional es prácticamente nulo, lo que ha provocado la desolación de Obama. La supuesta mayoría que el Partido Republicano pudiera obtener en el senado no llegaría a los 60 escaños, cifra mágica para sortear el temido “filibusterismo”. Sin alcanzar ese número, todas las propuestas legislativas acabarían en el mismo “dead end” en el que, por ejemplo, ha acabado la reforma migratoria sugerida por el presidente. Es probable que estas elecciones en nada despejen el panorama político estadounidense. Puede que sirvan para probar la fuerza del “Tea Party” y la capacidad de este grupo para influir en la selección del candidato presidencial por el Partido Republicano. Pensando en 2016, los demócratas han preferido utilizar muy poco al actual mandatario estadounidense en esta campaña. Obama lleva mucho tiempo siendo un pato cojo.