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The Show Must Go On

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No ha habido sorpresas en las elecciones legislativas que se desarrollaron el pasado martes en Estados Unidos. Los republicanos han ganado en sus feudos tradicionales y han conseguido recuperar bastiones otrora perdidos en favor del bando demócrata. A pesar de este descalabro electoral, el partido del asno tratará de dejar atrás lo antes posible estos comicios y los dos años que le quedan a la presidencia de Obama.

Ya han pasado las “midterm elections” y con ellas dos de los últimos cuatro años de mandato de Barack Obama. Han sido unas elecciones que, como viene siendo habitual en los últimos procesos de esta índole, han tenido una alta repercusión en los medios de comunicación nacionales y extranjeros, pero que han suscitado, analizando la escasa intervención del electorado, poco interés entre los ciudadanos estadounidenses. Quizás habría que matizar esta afirmación: han levantado menos atracción entre los demócratas que entre los republicanos. Hecho este de la baja participación que siempre acaba beneficiando al GOP. En todo caso, los resultados no dejan lugar a duda y resaltan una clara victoria del Partido Republicano. El partido del elefante ha revalidado su mayoría en la cámara de representantes, donde han logrado aumentar en 14 escaños los conseguidos en 2012. Su victoria más dulce ha sido, sin embargo, en el senado, donde han conseguido nuevamente la mayoría, 52 frente a 45. Un triunfo que alienta sus expectativas de cara a las presidenciales del 2016.

Cuando el 114 congreso se componga a principios de enero del 2015, los republicanos ya no podrán acusar a un senado controlado por los demócratas del atasco político o “gridlock” en el que el país ha estado sumido. Como bien dice el sabio refranero español, “una cosa es predicar y otra es dar trigo”. O en versión post-electoral estadounidense: gran parte del éxito de esta campaña republicana ha consistido en canalizar el descontento del voto contra Obama desde la oposición; en cambio, muy pocas han sido las propuestas legislativas concretas explicitadas por los candidatos republicanos. Es más, casi todas las promesas han girado en torno a los planteamientos tradicionales del partido: reducir impuestos, equilibrar el gasto público, promulgar una reforma del código tributario, y, como no, la derogación o revisión del Obamacare. Unos proyectos que, dados los resultados, serán difíciles de conseguir. Los republicanos no cuentan con la mayoría suficiente para hacer frente en el senado al filibusterismo al que les podrían llevar los demócratas, ni con los dos tercios de ambas cámaras para anular el veto presidencial.

Ante el panorama político que estas elecciones han dejado, Obama ya ha convocado a los líderes de las mayorías y minorías de ambas cámaras. Es en estos momentos cuando más necesario es el pragmatismo político y se espera más del sentido de servicio público que se presume de los gobernantes –y no estoy hablando en clave española, aunque también valdría. Que Obama trate de legislar de forma ejecutiva, dentro de los límites que este poder le da, o que se enroque en su capacidad de veto, no hará sino mermar la baja estima que los estadounidenses tienen de sus últimos años de gobierno. A nivel doméstico, se espera un presidente que sepa negociar e incitar a los legisladores a que negocien, pues en eso se basa gran parte del sistema político de Estados Unidos. En el plano internacional, Obama seguirá siendo el dirigente más poderoso y su política exterior poco o nada se verá afectada por estas elecciones. Dentro de dos años Obama será historia y volveremos a analizar los resultados que, esta vez, sí traerán un nuevo inquilino a la Casa Blanca, una nueva renovación de la cámara, y la elección de otro tercio de los senadores federales. En la política estadounidense, el espectáculo siempre continúa.

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