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Cuando las banderas no son de todos

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¿Es Estados Unidos un país racista? La respuesta es compleja y cualquier respuesta no dejaría satisfecha a la mayoría. Hechos como el ataque de la semana pasada en Charleston así lo confirman. Sin embargo, tras ese crimen se han abierto una serie de debates sobre aspectos que afectan a la sociedad estadounidense y que aún hoy la mantienen dividida: el derecho a la posesión de armas, la discriminación racial, y la utilización de símbolos del pasado como instrumentos de segregación racial.

Siempre me ha parecido curioso cómo trozos de tela con colores pueden significar tanto para tanta gente dependiendo de donde ondeen. La utilización (o la mala utilización) de las banderas está presente en más aspectos de nuestra vida cotidiana de lo que pensamos, separándonos o uniéndonos dependiendo del contexto en el que nos movamos. La carga semiótica que las banderas han adquirido tanto en España como recientemente en Estados Unidos ha dado lugar a unos debates muy diferentes pero coincidentes en el tiempo. Así, en nuestro país, la aparición del dirigente socialista Pedro Sánchez delante de una gran bandera constitucional –la única reconocida en nuestra Carta Magna como enseña nacional–, ha generado regueros de tinta –y todavía más de tinta electrónica–, a favor o en contra de su utilización por el PSOE. Mientras, en Estados Unidos, el debate no ha sido causado por el uso de la bandera nacional. Allí tienen muy claro que su bandera, la de «las barras y las estrellas», es, junto a su himno, un bien común que debe ser honrado y respetado por todos. Difícilmente veríamos en aquel país hechos tan lamentables y bochornosos como los acontecidos en Barcelona recientemente en la final de la Copa de SM el Rey. El «Star-Spangled Banner» se escucha con emoción y respeto entre aquellos que perdieron la guerra que dividió al país hace siglo y medio, pero también entre aquellos que, pese a conseguir su libertad en ese conflicto, se vieron abocados a una vida de discriminación y separación racial durante los siguientes cien años.

El ataque racista perpetrado por el joven blanco Dylan Roof en la histórica «Emanuel African Methodist Episcopal Church» de Charleston, Carolina del Sur, y en el que murieron 9 feligreses, ha abierto un triple debate en el país. Por un lado está la facilidad con la que los estadounidenses pueden acceder a las armas de fuego. El propio Dylan Roof reconocía que el arma con el que asesinó fríamente a nueve afroamericanos había sido un regalo de su padre por su veintiún cumpleaños. A pesar de las reiteradas peticiones por parte del presidente Obama para cambiar las leyes de acceso a las armas de fuego, la sociedad estadounidense parece no estar dispuesta a realizar un cambio que afectaría a sus libertades civiles, tal y como recoge la segunda enmienda de la Constitución. Por otro lado, el crimen cometido por Roof deja claro el racismo latente que existe en la sociedad de Estados Unidos y que, a pesar de los avances económicos, políticos, sociales y educativos, todavía es apreciable, en mayor o menor medida, por todo el país. Numerosas voces han solicitado que el horrendo ataque de Charleston sea considerado como crimen de odio e incluso equiparado a un ataque terrorista.

Finalmente, el tercer debate que se ha abierto en el país tiene que ver con la utilización de la bandera confederada en el ámbito privado y en el público. La «Old Dixie» ha estado presente en numerosas enseñas estatales. Todavía se recuerda la controversia creada en torno a la bandera de Georgia cuando Atlanta fue seleccionada para albergar los juegos olímpicos de 1996. El alcalde de la ciudad, el afroamericano Maynard Jackson, ya pidió en 1993 que se retirase del guion estatal la bandera sureña, pues era un símbolo de racismo y exclusión. No sería hasta 2001 cuando se retirara definitivamente. En la actualidad, solo Mississippi mantiene la bandera secesionista en su enseña estatal. El crimen de Charleston ha provocado que numerosos líderes políticos quieran borrar de la bandera de Mississippi la «Old Dixie». Y en Carolina del Norte, la gobernadora republicana Nikki Haley también se ha sumado a las peticiones de retirar la vieja bandera confederada de las inmediaciones del Congreso Estatal, afirmando, además, que su lugar de exposición debe ser un museo y no una institución pública. Incluso tiendas como Amazon, eBay, Targets o Sears la han retirado ya de sus catálogos. Todavía me parece sorprendente que, amparándonos en la libertad de expresión, en España nadie actúe política o judicialmente cuando se utilizan emblemas pre o anti constitucionales, o que nos rasguemos las vestiduras por utilizar, en actos públicos o privados, la bandera constitucional. Una bandera que, frente a otras, sí es la de todos.

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