El fenómeno Trump que polarizó a la sociedad estadounidense durante los debates televisados de la campaña de primarias republicanas, continuó durante la carrera hacia la Casa Blanca en los debates contra Clinton y ha estado muy presente en las ruedas de prensa de los dos primeros meses de la nueva Administración. Quizá aquí se encuentre la razón de que las redacciones de información política, contrarias al actual proyecto republicano, no hayan concedido ni los cien días de cortesía tradicionales de las últimas décadas. El mencionado fenómeno político es una masa informe y voluble de liderazgo carismático, discursos directos, léxico popular, patriotismo conservador, cosmovisión rural, improvisación personal, experimentación comunicativa, estrategias de mercado y ataques a la “América liberal”. Desde la toma de posesión y juramento del cargo, a través de los medios tradicionales de comunicación, de las nuevas redes sociales y de manifestaciones espontáneas en encuentros improvisados con profesionales de la información, el presidente Trump no ha escatimado en descalificativos, ataques, menosprecios y exabruptos, saliendo casi a polémica diaria. Los últimos acontecimientos han dejado como damnificados a periodistas, líderes de otros países, corporaciones de la comunicación, organismos federales, detractores del mundo de la cultura y representantes del Partido Demócrata.
Aunque resulte sorprendente, cuestiones como la independencia del “cuarto poder” y conceptos como la libertad de prensa están de plena actualidad como consecuencia del calentamiento progresivo del debate político y la crítica a la labor de los medios de comunicación. En la reciente Conferencia de la Acción Política Conservadora (CPAC), Trump se atrevió a colocar a todos los medios de comunicación críticos con su proyecto político en una maniobra organizada contra su persona y su equipo de colaboradores, ofreciendo una cascada de calificativos muy manidos y nuevas ocurrencias: “son lo peor”, “son gente muy deshonesta”, “no tienen fuentes y por eso se las inventan”, “hacen un daño tremendo a nuestro país y a nuestra gente”, “no deberían poder utilizar fuentes anónimas”, “tenemos que pelear contra ellos”, etcétera. Incluso se atrevió a ir más allá poniendo nombres y apellidos; para referirse a la CNN dijo: la “Clinton News Network”, haciendo un juego de palabras con las siglas de Cable News Network; respecto a una pregunta de The New York Times, sobre la prohibición de seguimiento a Jorge Ramos de The Washington Post, Trump declaró: “si inventan cosas, no veo por qué deben ser admitidos”. El ataque sistemático contra los principales medios de comunicación no es exclusivo del líder de los republicanos, ya que muchos son los desencuentros de varios componentes de su equipo. Concretamente, Steve Bannon afirmó que los medios de comunicación críticos deberían “cerrar la boca” y añadió: “los medios de comunicación son la oposición” y “no entienden este país”.
Esta situación de controversia no es nueva en los Estados Unidos, ya que otros presidentes republicanos tuvieron momentos de mucha tensión dialéctica y frialdad en el trato con algunos periodistas, pero no hasta las cotas que se están alcanzando en el momento presente. ¿Por qué la situación empeora por momentos y no es comparable a los problemas de Nixon y Reagan con la prensa? Con contextos políticos semejantes y acusaciones menos graves, Trump está alimentando la polémica con su posición contumaz y controladora, además de con la proyección generalizada de acusaciones de una mala praxis periodística, que está condicionando el alineamiento profesional de muchos individuos y organismos de muy diferente condición ideológica y vinculación corporativa. Ni en los peores momentos del escándalo del Watergate ni en el paroxismo de las críticas a la guerra en Vietnam, Nixon se atrevió a vetar la presencia de corresponsales de medios críticos. En lo que respecta a Reagan, a su llegada al Despacho Oval tuvo que hacer frente a las presiones periodísticas de hemeroteca sobre su pasado político y asumir las críticas personales con abnegación y un muy buen asesoramiento hasta que la mayoría de la prensa se rindió a los logros de sus reformas económicas. Volviendo a la polémica actual, incluso en el incondicional grupo de Rupert Murdoch, News Corporation, se están empezando a ver tímidas críticas a las formas de Trump frente a la prensa liberal estadounidense, a pesar de que sigan manteniendo un firme apoyo en el fondo de la cuestión política.
La corrección política es una cuestión que genera mucha inseguridad en Trump; ha hecho de las palabras gruesas y la confrontación dialéctica su bandera política, hasta el punto de utilizar un lenguaje excesivamente coloquial. Este factor es interpretado por muchos analistas como una forma de estrategia de mercado para llegar a la mayoría de la gente del campo y la ciudad, como un elemento de interconexión con la gente que no consume información política especializada y que recela de los discursos políticos tradicionales. Aunque el nuevo inquilino de la Casa Blanca no muestra un carácter conciliador, los medios deberían guardar un poco más las formas y dejar de escandalizarse por todo lo que rodea al poder ejecutivo, ya que el proyecto político surgido de las últimas elecciones presidenciales no alberga ideas muy diferentes a las de la mayoría de políticos de primera línea en el Partido Republicano.
Escrito por José Abreu, investigador en las áreas de Historia y Comunicación.