Clamaba la Declaración de Independencia de 1776 que “cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios – vida, libertad y búsqueda de la felicidad – el pueblo tiene el derecho a reformarla, o abolirla, e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad”. Probablemente los Franklinitas no tuvieron ningún reparo en hacer buenos estos ideales ante el aparente abandono que sufrían bajo el gobierno de Carolina del Norte y el de los Estados Unidos.
Con capital en la ciudad de Greeneville, una pequeña ciudad al noreste del estado de Tennessee de apenas 15000 habitantes, el Estado de Franklin fue el resultado de la unión de tres condados al oeste de los montes Apalaches, en el territorio entonces propiedad del estado de Carolina del Norte. El origen del desafío de remonta a 1783, cuando el Tratado de París amplía las fronteras de los Estados Unidos desde el océano Atlántico hasta el margen derecho del Mississippi. Esta nueva situación origina que estados como Virginia, las dos Carolinas y Georgia se hallen con grandes extensiones de terreno y población, lo que sería visto como una amenaza económica por las colonias con menor extensión. Con el fin de evitar disputas, el gobierno federal aprueba que Carolina del Norte, entre otros estados, ceda parte de sus territorios a la Unión con el fin de paliar la deuda que los Estados Unidos había contraído tras la Guerra de la Independencia. La asamblea de gobierno de Carolina del Norte acepta ceder estos territorios al oeste de los Apalaches al Congreso en 1784, el cual los podría tomar en posesión si lo considerase oportuno en el plazo de dos años.
El hecho de que pudieran pasar dos años hasta que el congreso aceptara la cesión de Carolina del Norte como territorio federal provocaba desasosiego en los habitantes de los condados de Greeneville, Washington y Sullivan. Entre sus preocupaciones estaba el hecho de que el Congreso era todavía muy débil como para responsabilizarse de un territorio tan grande, y que Carolina del Norte, sabiendo que iba a perder el dominio de esa extensión de tierra, abandonara a sus habitantes – los cuales no tenían la potestad de conformar su propia defensa – a su suerte frente a los Nativos americanos. Esta inseguridad es lo que motiva a los habitantes de estos tres condados a iniciar sus propios planes de gobierno.
El control de estos condados no merecía minusvaloración, ya que al inicio de ese año ya rozaba 18000 habitantes, en su mayoría descendientes de ingleses e irlandeses presbiterianos exiliados forzosamente del este de la colonia atlántica entre 1771 y 1772. Así pues, estimulados por el ideal de autogobierno, acordaron la formación de un estado independiente de Carolina del Norte, el cual sería bautizado como State of Franklin en 1785, año en que la primera Asamblea General de Franklin designó como líder a John Sevier, excoronel durante la Guerra de Independencia.
Pese a su efímera existencia, el Estado de Franklin – o Frankland como lo denominó erróneamente Theodore Roosevelt – trajo más de un dolor de cabeza tanto a Carolina del Norte como al débil Congreso de la Confederación. Nombrado Franklin con el iluso fin de buscar el apoyo político de Benjamin Franklin, este funcionaba como cualquier otro estado: tenía sus propias instituciones, dictaba sus propios impuestos y designaba a sus propios políticos y oficiales militares.
Como es obvio, el gobierno de Carolina del Norte se opuso al plan de los Franklinitas, ya que veía cómo la solución para solventar su deuda de guerra se convertía en un territorio independiente. Muy posiblemente tampoco agradó al gobierno de los Estados Unidos el hecho de que John Sevier flirteara con la Corona Española a tan solo cien kilómetros de su territorio. El Virginiano no hizo oídos sordos a las palabas de Diego de Gardoqui, entonces Ministro Plenipotenciario de España en los Estados Unidos. Gardoqui, quién gracias a su extensa red de espías conocía muy bien la situación por la que estaba pasando Franklin en ese momento, vio en John Sevier parte de la solución a la amenaza que suponía la potencial expansión en un futuro de los Estados Unidos hacia la Luisiana española. El Estado de Franklin, en el imaginario español, serviría como barrera a la ambición territorial del país norteamericano, mientras que Sevier y su gente obtendrían beneficios comerciales y defensivos por parte de España con tal solo jurar lealtad a Su Majestad Carlos III.
Por suerte para los norteamericanos y desgracia para los españoles, el sueño de Gardoqui acaba de la noche a la mañana. John Sevier es detenido por orden del gobernador de Carolina del Norte a mediados de 1788, y posteriormente jurará lealtad a esta tras serle concedido el característico pardon. El Congreso también aprendería la lección, incluyendo posteriormente a Franklin como territorio federal, el cual pasaría a conformar un extenso territorio al noreste del actual estado de Tennessee.
Pese a todo, el desafío soberanista en Carolina del Norte quedó marcado en la historia de los Estados Unidos como un recordatorio de que un pequeño territorio de apenas 18000 habitantes puso en jaque a todo un estado, y pudo haber colocado a España a una distancia ridícula de los estados atlánticos.
Escrito por Daniel Bustillo Hurtado (@blogpluribus), doctorando en Estudios Norteamericanos por el Instituto Franklin – UAH. Graduado en Estudios Ingleses por la Universidad de Valladolid. Entre sus intereses destacan el estudio de la historia, cultura y sociedad de los Estados Unidos durante los siglos XVII, XVIII y XIX, así como las relaciones históricas con España durante estos periodos.