Que la política y la mentira van juntas de la mano y se profesan un amor-odio eterno no es nuevo para nadie. Su idilio data desde muy antaño. Quienes se dedican a la noble profesión de «la cosa pública» o la esfera pública, acarician la mentira constantemente en un juego sin fin donde el orden en el que se dicen las palabras es crucial. Todo buen político que se precie hace y hará uso de la mentira con la excusa de encontrarse en la contienda. Medias verdades, suelen llamarla a veces para suavizar su impacto, para luego negar que en su día mintieron, «las campañas electorales son así», se dice. En política, la mentira siempre es el otro, pero ¿qué es mentir al fin y al cabo, sino construir una realidad alternativa o tergiversar la existente?, ¿quién no lo ha hecho alguna vez?
La mentira forma parte, desde siempre, de las estrategias de comunicación en el mundo de la política. La única diferencia es que ahora esa mentira cuenta con una herramienta de difusión tan poderosa como lo es WhatsApp. Desde la llegada de esta aplicación de mensajería instantánea al tablero político, las campañas tienen otro color y otra velocidad, una que generalmente los votantes no pueden controlar, y en ocasiones ni tan siquiera los propios políticos.
Noticias falsas, vídeos, rumores, fotografías, fotomontajes y comentarios corren libremente por los grupos de WhatsApp de cada partido y llegan directamente hasta los móviles de los votantes. Ninguno de esos mensajes es casual. Forman parte de la propia estrategia de comunicación. Los grupos de WhatsApp han entrado en campaña difundiendo ruido, un ruido divertido y guasón a veces, y otras veces rastrero y mentiroso, ¿quién se atrevería a desdeñar el poder de una herramienta así? Para cuando los rumores se desmientan, el mensaje ya habrá calado. Así de rápido trabaja WhatsApp y así de directo es capaz de ser.
La gestión de ese torrente veloz de mensajes alternativos no es un tema baladí. Los partidos que saben bien dónde se dan los golpes de efecto, buscan formar un equipo que trabaje igual de rápido y le dé la importancia necesaria a los mensajes que se mueven en Internet. El diario Hufftington Post publicó el 12 de abril de 2018, que VOX fichó al jefe de campaña de Donald Trump, Steve Bannon, como asesor contra la “propaganda separatista”. Bannon colaboró con VOX en la creación de “estrategias” para contrarrestar el discurso internacional de los separatistas. Un fichaje estrella, ya que Bannon fue el artífice del mensaje America first, que ayudó a Trump a ganar las elecciones en 2016.
Trump, ese presidente de los Estados Unidos tan políticamente incorrecto, tan impopular en sus formas pero tan popular a la vez en las redes sociales, tanto en negativo como en positivo. Su figura ha sido motivo de todo tipo de «memes». Su discurso irreverente y su manera de desacreditar a los medios de comunicación de forma pública han encontrado muy pocos referentes, por no decir ninguno. Trump ha tratado de contrarrestar su falta de credibilidad atacando públicamente a los medios de difundir noticias falsas. Todo forma parte de su estrategia, pensada y desarrollada por su equipo.
¿Pero en qué consisten esas “estrategias”? ¿Cómo y dónde se generan? ¿Nacen realmente en los partidos? ¿Quién las gestiona y cómo, en ocasiones, consiguen viralizarse? Los partidos cuentan, hoy en día, con un buen equipo de creativos, jóvenes que manejan las nuevas herramientas digitales relacionadas estrechamente con las redes sociales. Estas son las plataformas perfectas desde las que se lanzan vídeos con mensajes directos, montajes alternativos a la campaña oficial, aquella que discurre por los caminos convencionales; fotos con mensajes políticamente incorrectos, ciertos en algunos casos y en otros muy dudosos. Mensajes que recuerdan, cual maldita hemeroteca, el pasado de los candidatos que concurren a las elecciones. Nada es casual.
Al igual que la campaña electoral y su mensaje discurren en una lógica carrera de avance hacia las elecciones, lo hacen también los contenidos digitales (sean ciertos, o no). Todo se gesta, nace y se desarrolla como parte del mensaje del mismo equipo, solo que el estilo, las formas y el canal de difusión son distintos.
Hace tan solo unos días, el equipo del PSOE presentaba el lema de su candidato, Pedro Sánchez, «Haz que pase». Rápidamente, se viralizaron fotomontajes del eslogan con la foto de Titanic, película en la que sonó la frase; y recomposiciones de la frase con añadidos del tipo ‘Haz que pase rápido’ o «Haz que pase y no vuelva». Todos estos mensajes han llegado hasta nuestros WhatsApps de la forma más rápida e invasiva posible, como parte de una estrategia perfectamente orquestada. Nuevamente, nada es casual. Reenvíos, comparticiones y publicaciones en redes sociales ridiculizaban este lema y cuestionaban si se trataba de un fallo comunicativo. Esto también forma parte de la campaña. Es ruido que alimenta el juego político. Es fácil de digerir, deja huella y además, como solemos decir entre los periodistas, «da vidilla».
El rumor y la burla son siempre los elementos que le quitan hierro a la política, aunque la mayoría de las veces estén basados en afirmaciones poco fundamentadas o incluso en medias verdades. ¿Y qué más da? – dirá el político menos escrupuloso. Desde el momento en el que un equipo, por pequeño o grande que sea, se dedica a generar, desarrollar y difundir esta otra estrategia digital es que la desinformación y el rumor tienen su propio hueco en la campaña política. Y esta tendencia va a más, porque los medios de comunicación se hacen eco de ella, y todo lo que salga en los medios importa en política. Y qué decir de las redes sociales, el rumor y el humor son la gasolina perfecta para alimentarlas, así que estamos ante el material perfecto para la era digital.
Y ahora piénselo bien… ¿Ha recibido usted algún mensaje de WhatsApp relacionado con algún mensaje político últimamente? Esto es tan solo el principio.