El 23 de enero, tras una manifestación en contra de Nicolás Maduro, el presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Juan Guaidó, se autoproclamó presidente interino de la República Bolivariana de Venezuela. Acto seguido, el presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump, lo reconocía como único presidente legítimo. En los días siguientes, el gobierno norteamericano congelaría cuentas que el Estado y el Banco Central venezolanos tienen en su territorio. Este movimiento supuso un duro golpe para el gobierno de Maduro, ya que las cuentas concentran una importante cantidad de los ingresos derivados de la venta de petróleo. Días después, el senador republicano, Marco Rubio, anunciaba la cesión del control de las cuentas a Guaidó. Pero la ofensiva estadounidense no se limita al terreno institucional o económico. En una entrevista televisiva, Trump afirmaba que había rechazado dialogar con Maduro y que todas las opciones, incluida una intervención militar, estaban sobre la mesa para forzarlo a abandonar el cargo.
Este despliegue de lo que Joseph Nye denominó como ‘poder duro’ no es novedoso en América Latina en general, ni en Venezuela en particular. En lo referente al chavismo, el caso más mediático es el golpe de estado cívico-militar de 2002 contra Hugo Chávez. El golpe contó con la participación de la administración de George W. Bush, como demostró la investigación basada en archivos desclasificados de la CIA que Juan Forero publicó en The New York Times. En ese caso, también fue reconocido un presidente alternativo y autoproclamado, se trató del empresario y jefe de la patronal, Pedro Carmona, actualmente asilado en Colombia. El resultado fue desastroso. Un Chávez radicalizado por lo sucedido fue restituido de inmediato por las fuerzas armadas, la narrativa antiamericana validada, el apoyo social al chavismo multiplicado y la fidelidad de las fuerzas armadas de la que goza Maduro, establecida.
¿Cómo fue esto posible? Las razones se encuentran en el contexto histórico y sociopolítico. En primer lugar, y a diferencia de lo que ocurre con el segundo mandato de Maduro, no existía ninguna duda de la validez y legitimidad de los comicios que otorgaron la victoria electoral a Chávez en 1998.
En segundo lugar, la llegada del ex teniente coronel como outsider resultó en una esperanza de mejora ante el desgaste de los partidos tradicionales causado por un fuerte declive económico y una feroz represión de la protesta social que dejó un saldo de miles de muertos durante el famoso ‘Caracazo’. En la actualidad, quien sufre el desgaste de una nefasta situación económica y de una crisis humanitaria, así como de una violenta (y continua) confrontación social, es el chavismo, cuyo núcleo duro de apoyo, si bien aún considerable, es minoritario. El único apoyo decisivo con el que cuenta el régimen es el de las fuerzas armadas, la pérdida de este apoyo significaría su caída instantánea.
El tercer factor es el contexto geopolítico global y la influencia de la imagen de los Estados Unidos en América Latina. La decisión unilateral de la administración Bush de intervenir en Irak, deslegitimada por las Naciones Unidas y un gran número de potencias europeas, tuvo un gran impacto en la percepción de los latinoamericanos que situaron a Bush como un presidente imperialista. A esto hay que sumar que Chávez coincidió con un contexto que resultaría, a lo largo de la década, en una oleada de gobiernos izquierdistas (Brasil, Argentina, Cuba, Ecuador, Bolivia, Paraguay, Chile, Uruguay, etc.). Estos gobiernos tuvieron como señas de identidad el cuestionamiento del neoliberalismo como sistema socioeconómico, el intento de construir una integración latinoamericana independiente de los Estados Unidos y el establecimiento de alianzas con otras potencias como China y Rusia.
El contexto global al que Trump se enfrenta es radicalmente opuesto. En primer lugar, la denominada por los afines como ‘década ganada’ de la izquierda latinoamericana llegó a su fin con la abrupta caída del precio de las materias primas y el desgaste de la imagen de los gobiernos. La llegada de Trump a la presidencia estadounidense coincide con el establecimiento de figuras de corte liberal-conservador afines a Estados Unidos (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Perú, etc.) que con la creación junto a Canadá del Grupo de Lima, han señalado el fin del gobierno de Maduro como una de sus prioridades, lo que es respaldado por amplios sectores de la población. Si bien Trump ha abandonado el perfil moderado adoptado por Obama tras el fracaso de la agresividad de G. W. Bush, el contexto venezolano y la denominada ‘restauración conservadora’ hacen que esto no sea, al menos de momento, un problema.
El nuevo contexto le da a la administración Trump muchas posibilidades con las que Bush no contó. Sin dudas el gobierno estadounidense es plenamente consciente de que reducir su narrativa a una preocupación por la reinstauración de la democracia es poco creíble. El reconocimiento de un presidente no elegido democráticamente para el cargo ya fracasó una vez, por lo que su legitimidad debe ser construida progresivamente. Por esta razón, las sanciones económicas y las amenazas de intervención militar son complementadas con una ayuda humanitaria que, obviamente, Maduro no permite entrar en Venezuela. Esto significa una victoria múltiple porque funciona como una estrategia de ‘poder blando’ que suaviza el perfil agresivo de Trump no solo en Venezuela, sino en todo el mundo, a la vez que desgasta aún más la de Maduro. Las imágenes de los camiones bloqueando el paso de ayuda humanitaria desde Colombia a Venezuela son complementadas con las de Maduro formando milicias civiles e instando al ejército a prepararse para luchar. Aunque la activación militar después de que el presidente de la primera potencia mundial afirme que la opción de intervenirte está sobre la mesa es de sentido común, el resultado es sin duda satisfactorio para los Estados Unidos y sus aliados regionales. A diferencia de Bush, la administración Trump está mezclando el poder duro con el blando para crear poder inteligente.
El aislamiento progresivo de Maduro debido a la deriva liberal-conservadora latinoamericana hace de una de las debilidades del relato estadounidense una fortaleza. Desde fuera resulta fácil ver las contradicciones que suponen la negativa a dialogar con Maduro y el trabajo activo en su caída, sustentadas ambas en la urgencia de un retorno a la democracia. ¿Es acaso el gobierno de Maduro menos democrático y/o más peligroso para los derechos humanos, la seguridad nacional y el orden mundial que los gobiernos de Corea del Norte, Arabia Saudí, Rusia, China, Brasil o Turquía? Con los matices de cada caso, pragmatismo mediante, es evidente que no. Maduro ayuda y mucho, ya que algunos de estos países son de los pocos aliados que le quedan, por lo que las contradicciones no pueden ser visibilizadas, al menos por su parte, contra la narrativa estadounidense.
Si Venezuela no es realmente tan importante, ¿por qué se ha convertido en una prioridad para la política exterior estadounidense? Además de la posibilidad obvia y simplista que a más de un lector le habrá venido a la cabeza (el petróleo), el contexto de la política interna estadounidense tiene mucho que decir. Si algo ha sabido desarrollar Trump con heterodoxa eficacia, eso ha sido la comunicación. A las numerosas dimisiones de funcionarios cercanos, investigaciones en su contra y escándalos sexuales que ya cuentan con secciones diarias en los periódicos mundiales, se le sumaron dos situaciones que denotan debilidad: la pérdida de la mayoría en la Cámara de Representantes y las dificultades para financiar el muro, su propuesta estrella. La respuesta a la negativa demócrata fue el cierre del gobierno y la amenaza de mantener la situación por años. Como explica Lakoff en el ya clásico Don’t Think of an Elephant, la autoridad es un rasgo innegociable del líder que quiere movilizar al votante conservador. La reapertura del gobierno el jueves 24 de enero, apenas un día después de la autoproclamación y reconocimiento de Guaidó, fue un inevitable síntoma de debilidad ante los demócratas. Los focos sobre Venezuela que tan bien han funcionado en otros países fueron utilizados, esta vez, por el presidente republicano. Los hirientes efectos de los debates y artículos sobre la reapertura del gobierno, así como la inviabilidad del muro de hormigón (y la amenaza de verlo reducido a una valla) fueron amortiguados ante la fuerte imagen del líder, cuyas acciones fueron legitimadas y seguidas por las grandes democracias mundiales (a las que tampoco les viene mal).
La declaración de emergencia nacional, movimiento desesperado para construir el muro, demuestra tanto debilidad como incapacidad negociadora, pero también una voluntad férrea de cumplir con lo prometido y la valentía de utilizar hasta el último recurso en su mano para conseguirlo. Si algo no se le puede discutir a Trump y a su equipo, como demostró en las primarias, las elecciones y ante cada obstáculo que se le pone por delante, es que saben de comunicación y poder. Ahora bien, si algo ha demostrado la oposición venezolana en estos años es su capacidad de despertar expectativas, defraudarlas y dividirse para alegría del oficialismo. Ni siquiera el impulso de una victoria simbólica como la liberación de Leopoldo López ha conseguido equilibrar los efectos de los continuos errores no forzados de la ‘Operación Libertad’ (como utilizar la embajada española o anunciar el inexistente control de una base militar). Errores que no pueden achacarse a una administración estadounidense que ha puesto infinidad de recursos a disposición de Guaidó.
Hay muchas razones para pensar que la política exterior de Trump hacia Venezuela (¿serán Nicaragua y Cuba las siguientes?) dará como resultado tanto un gobierno afín tras 20 años de conflictos como una victoria que reforzará su legado. Sin embargo, la capacidad de resistencia de Maduro no debe ser subestimada, ya que cada día que se mantiene en el poder juega a su favor. De lo que no hay dudas, estimados lectores, es de que hay Venezuela para rato.
Borger, Julian. “US ‘Gave the Nod’ to Venezuelan Cop.” The Guardian, 17 Apr. 2002.
Forero, Juan. “Documents Show C.I.A Knew of a Coup Plot in Venezuela.” The NewYork Times, 3 Dec. 2004.
García-Marco, Daniel. “Un fracaso militar, un éxito político.” BBC, 05 Feb. 2017.
Gott, Richard. Hugo Chávez y la Revolución Bolivariana. Foca, 2006.
Nye, Joseph S. “Soft Power and American Foreign Policy.” Political Science Quarterly, Vol. 119, no. 2, 2004, pp. 255-270. Acceso: 08/02/2019
Weyland, Kurt. “Neoliberalism and Democracy in Latin America: A Mixed Record.” Latin American Politics and Society, vol. 46, no. 1, 2004, pp. 135–JSTOR.
Escrito por Joaquín Saravia, doctorando en Estudios Norteamericanos del Instituto Franklin-UAH. Sus áreas de interés son las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, así como las comunidades hispanas/latinas de Estados Unidos.