La batalla republicana, el Grand Old Party ante unas primarias desiguales

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Estamos ante las primarias republicanas o, mejor dicho, en la gran batalla dentro del Grand Old Party, un fenómeno que se conoce como «las primarias» y que en Estados Unidos se traduce en procesos polémicos y apasionantes para la ciencia política comparada. Nos encontramos en una situación donde el Partido Demócrata cuenta con la presidencia del país; por ello, su proceso de primarias dista de ser tan entretenido o controvertido como el del partido que queda fuera de la presidencia. Así las cosas, toda la atención se deriva al Partido Republicano.

La situación en este gran partido en Estados Unidos se puede calificar como de inquietante o preocupante. Tenemos como favorito y principal actor para encabezar la candidatura al expresidente Trump. Él, precisamente, se ha confirmado como el eterno candidato o el eterno favorito. Es el principal actor de esta batalla republicana y, al igual que su presidencia, es un todo o nada en esta batalla dentro del partido del elefante. Para Donald Trump, demostrar su victoria apabullante en este proceso de primarias es fundamental en el relato sobre su victimismo y el robo de las elecciones presidenciales del 2020.

Tenemos así a un expresidente en modo candidato con un discurso populista, nacionalista y, en ocasiones, contrario a la esencia misma del Grand Old Party. Trump ha ganado en Iowa por una cómoda diferencia y ha forzado la retirada de Ron DeSantis, el gran rival que batir en el inicio de estas primarias y favorito como gobernador de Florida. Precisamente, Iowa puso en evidencia la fragilidad de la candidatura del gobernador y demostró que otra rival emergente era el siguiente adversario que batir por Trump. La victoria del expresidente en Iowa y la victoria algo más comedida en New Hampshire llevaron al gobernador de Florida a retirarse, pero, en cambio, encumbraron como la gran salvación anti-Trump a una figura controvertida como es Nikki Haley. La exgobernadora del estado de Carolina del Sur y exembajadora ante la ONU, precisamente nombrada por Donald Trump, es la que aglutina a día de hoy el descontento anti-Trump en el Partido Republicano y en esa ala más tradicional republicana.

Por ello, la victoria de Trump en New Hampshire por solo 10 puntos de diferencia demuestra su gran debilidad, que es precisamente el voto de las mujeres y, lo más fundamental en este caso, el voto de los independientes y los indecisos. Es este último segmento de población norteamericana el que hace inclinar la balanza en los denominados swing states o estados bisagra. He aquí el verdadero punto flaco en la omnipresente y poderosa campaña de elección del expresidente Trump.

Enfrente tenemos la candidatura de la exgobernadora de Carolina del Sur y exembajadora ante la ONU en la anterior administración republicana de Trump, un perfil más fresco que el del expresidente. Pero ello no quiere decir que sea una opción republicana menos conservadora o tradicional. Nikki Haley es una mujer de un perfil ultraconservador, alineada con el ala más conservadora derivada del movimiento Tea Party, pero que ha sabido adaptarse y demostrar mediante la propagación de las encuestas que su candidatura en unas elecciones presidenciales sería más potente o, mejor dicho, más atractiva electoralmente para el segmento de población fundamental, los independientes del electorado en los estados clave o bisagra. Tenemos, pues, a una candidata que ha sabido aglutinar el voto en las primarias republicanas de quienes no quieren una reedición del enfrentamiento Trump vs. Biden. Pero no solo eso, sino también a una candidata que ha sabido captar ese electorado tradicional conservador republicano que nunca ha aceptado al expresidente como un republicano digno de representar la tradición y solera del Grand Old Party o GOP.

Por otra parte, nos hallamos ante dos perfiles completamente opuestos a simple vista, pero que comparten más de lo que imaginamos en el fondo: Haley es un producto de la propia administración presidencial Trump. Este producto se ha adaptado a los cambios en el Partido Republicano para intentar captar el voto descontento con el expresidente y a todos aquellos independientes que sueñan con volver a votar al partido republicano más tradicional y conservador, pero a quienes aterroriza la idea de una segunda administración Trump que pueda, incluso, poner en peligro no solo la separación de poderes, sino la propia democracia y el modelo constitucional norteamericano.

La gran batalla republicana en el Grand Old Party ha arrancado y asistimos a una victoria más que contundente de Donald Trump en Iowa, pero, en cambio, otra no tan sólida en la segunda parada en el estado de New Hampshire. Esta segunda victoria, por solo 10 puntos, demuestra la fragilidad en la candidatura trumpista y confirma que la exgobernadora de Carolina del Sur puede seguir estirando el chicle de las primarias y de la contienda.

Y mientras tanto, ¿qué tenemos? Pues un calendario fascinante de primarias o una dura pelea republicana. El 8 de febrero llegamos al estado de Nevada, donde las encuestas exhiben la fortaleza de Trump. El siguiente paso es el estado de la propia Haley, Carolina del Sur, en el que los pronósticos nos hablan de una diferencia de 20 puntos en la victoria de Trump. Este precisamente puede ser el punto de inflexión que espera su candidatura. Si la retirada no se produce, presenciaremos el gran supermartes del próximo 5 de marzo, momento en el que, si las encuestas se cumplen al 100 %, tendremos nuevamente una victoria de Trump y una retirada de la candidatura de Haley.

Llegados a este punto, nos encontramos con el inicio de los procesos judiciales al expresidente, donde el fundamental será el de alteración de las elecciones y el intento de subvertir el orden constitucional. Si estos procesos o cualquier otro de los pendientes descarrilan la candidatura de Trump, tendremos enfrente —salvo que se dé por vencida antes— la candidatura de Nikki Haley. Una candidatura que ha provocado esta guerra republicana de fuerzas desiguales, pero que, de no cambiar los acontecimientos, nos derivará en una repetición de la contienda electoral del 2020, un auténtico duelo nada querido por la sociedad norteamericana de Trump y Biden en las elecciones de noviembre. Mientras tanto, sigue la batalla republicana en el Grand Old Party.

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