La afirmación «un gran poder conlleva una gran responsabilidad» aparece en diferentes declaraciones históricas, pero se ha popularizado a través de algunas versiones audiovisuales del cómic Spider-Man. Esta afirmación se utiliza en varios contextos en relación tanto al comportamiento individual como al de las instituciones, reflejando justamente el dilema al que se enfrentan los EE. UU. frente al cambio climático.
Estados Unidos es la potencia hegemónica de la era industrial, ganador de las grandes guerras mundiales del siglo XX (con Rusia), y ejerce –junto a las potencias asiáticas– el liderazgo de la revolución tecnológica. Todo ello le ha permitido mantener el dominio geoestratégico, militar y económico durante la historia reciente. A esto hay que añadir una hegemonía cultural y moral en la cual, como diría Unamuno, no basta con vencer, sino que, además, hay que convencer. Así, un sistema de valores basado en la libertad individual y de mercado, sustancial a la arquitectura de EE. UU., ha sido y sigue siendo una referencia para muchas sociedades.
Sin embargo, esta hegemonía y modelo de desarrollo ha tenido varios efectos colaterales que, en función de cómo se gestionen, pueden comprometer su liderazgo a largo plazo. Este modelo se fundamenta en gran medida del uso de los combustibles fósiles hasta el punto de que EE. UU. es el país responsable del 13 % de las emisiones mundiales de CO2 (el segundo mayor emisor, después de China). Estos efectos se han agravado durante la presidencia de Trump con medidas de desregulación ambiental y un incremento de emisiones con un impacto que algunos expertos consideran irreversible. La comunidad científica viene señalando el incremento de las emisiones de gases de efecto invernadero como un problema de consecuencias dramáticas para el planeta, principalmente por su impacto sobre el aumento de la temperatura. A esto hay que añadir otros problemas ambientales como la pérdida de biodiversidad, la contaminación, el agujero de la capa de ozono y otros límites para la seguridad planetaria. Todas estas evidencias hacen que muchos movimientos sociales señalen la necesidad urgente de adoptar medidas globales que pasarían por cambios en el sistema económico y de producción actual.
Ante este escenario una respuesta posible es la adoptada por Trump pues, al fin y al cabo existen incertidumbres importantes sobre las magnitudes de estos impactos ambientales: cuándo ocurrirán y a quién perjudicarán. Lo importante, puede pensarse, es salvar la economía, los empleos y mantener la hegemonía actual basada en el uso del petróleo, del cual EE. UU. cuenta con reservas importantes frente a competidores como China. Un cambio radical puede no parecer justificado, al menos a corto plazo.
Pero ante este escenario de elevados riesgos ambientales, los demócratas parecen hacer de la necesidad virtud y utilizan este dilema para impulsar una transición energética que les permitiría distanciarse gradualmente de una fuente de energía con fecha de caducidad. A nadie se le escapa que el liderazgo de esta transición ambiental consolidaría una nueva hegemonía económica y tecnológica sin parangón que, además, según Joe Biden, sería un gran impulso para el empleo. Por otro lado, podría ser una victoria en el importante frente de las guerras morales y la gestión de riesgos existenciales, como la seguridad planetaria. Si EE. UU. ya salvó al mundo del fascismo y del comunismo ahora podría salvar al planeta de un inminente colapso ambiental.
La posición demócrata es razonable porque la historia nos enseña que el mantenimiento de una posición de liderazgo pasa necesariamente por el cambio. El mundo es dinámico y los equilibrios geoestratégicos son perecederos ya que los competidores van reajustando sus posiciones. Si Joe Biden opta por esta vía, como ha prometido en campaña, y pretende alcanzar el objetivo de neutralidad de carbono para el año 2050, tendrá que llevar a cabo acciones contundentes que le permitan revertir la situación generada por su antecesor. Esto implica no ya solo volver al acuerdo de París, sino impulsar un ambicioso plan de transición ecológica que suponga un impulso sin precedentes a las energías renovables y a la eficiencia energética. Todo ello en un contexto complejo, con una Cámara Alta dominada por los republicanos y un Tribunal Supremo de orientación conservadora. Por otro lado, un impulso insuficiente “a medias”, podría dar al traste con la hegemonía de EE. UU. ya que la transición ecológica podría ser asumida por Europa e incluso por China –que al igual que Europa carece de reservas importantes de petróleo–. Todo ello tendría un impacto devastador para un imperio que pretende seguir manteniendo el liderazgo mundial, venciendo, pero también convenciendo.
Por tanto, como diría el tío Ben –mentor de Peter Parker, Spiderman– efectivamente un gran poder conlleva una gran responsabilidad. En el escenario actual del siglo XXI, esta afirmación va más allá de un mero imperativo moral y es posible que seguir ostentando un poder hegemónico pase necesariamente por ejercer una gran responsabilidad.