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La achacosa ONU a sus 77 años

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La ONU está en horas bajas. Su prestigio, en no pocos aspectos, casi en los suelos. Sin embargo, resulta diáfanamente evidente que si las Naciones Unidas no existieran habría que inventarlas. ¿De la misma forma? Ciertamente no.

La Organización nació en las postrimerías de la II Guerra Mundial y, en buena medida, a consecuencia de los estragos causados por ella. El conflicto que enfrentó principalmente a la Alemania nazi, Italia y Japón, con Francia, Gran Bretaña y, posteriormente con la Unión Soviética y Estados Unidos, causó decenas de millones de muertos y la devastación de varias naciones. Los vencedores, significativamente Estados Unidos, la URSS y Gran Bretaña decidieron poner en pie una asociación de naciones con un objetivo primordial: “preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra” tal como reza el preámbulo de su documento fundacional, la Carta de la ONU.

Es decir que la ONU nacía en la Conferencia de San Francisco de 1945 con el propósito “de mantener la paz y seguridad internacionales” y para ello “tomar las medidas colectivas oportunas” (art. 1). En segundo lugar, muy en segundo lugar en aquellos momentos, el texto abogaba por el establecimiento de la cooperación internacional para solucionar los problemas internacionales de carácter económico, social, humanitario, etc.

Pasados 77 años, lo que equivale a unas tres generaciones, uno tiene la curiosidad y el derecho de preguntarse cómo le ha ido a la ONU, cuál es su balance. Simplificando podemos concluir que satisfactoriamente en el segundo de sus fines, se le puede otorgar un notable, y muy mediocremente en el más importante, el del mantenimiento de la paz, aquí, para escándalo de los puristas onusianos uno se quedaría con un 4, un suspenso, o un aprobado raspado. A lo largo de estas siete décadas la Organización ha quedado con frecuencia con el trasero al aire en la crucial cuestión del mantenimiento de la paz. El caso de la guerra de Ucrania es un ejemplo clamoroso de esta carencia, de la inoperancia de la Organización.

Subrayando que la ONU ha hecho una labor muy meritoria en ciertos campos como la protección de la infancia, de los refugiados, en la descolonización de numerosos países, no se puede omitir que su labor en evitar los conflictos armados es deficiente, a veces penosa.

¿Cuál es la razón de sus fallos, de su impotencia? Resumámosla en dos: a) el egoísmo de los miembros que la componen –más perceptible y dañino en sus cinco grandes, Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña y Francia– dado que con frecuencia los estados actúan más de acuerdo con sus intereses nacionales que con el bien colectivo y b) la existencia de una constitución, la Carta,  que contiene una monstruosidad jurídica por el momento irreversible.

La ONU cuenta con seis órganos importantes, la Asamblea General, el Consejo de Seguridad, el Consejo Económico y Social, el Consejo de Administración Fiduciaria, la Corte Internacional de Justicia y la Secretaría de la ONU, pero el poder está fundamentalmente en dos: la Asamblea General y el Consejo de Seguridad. En la distribución de las competencias de dos los últimos se encuentra la aberración.

La Asamblea acoge a los 194 estados que la componen y en ella cada miembro tiene un voto. El de Andorra vale igual que el de Estados Unidos. Muy democrático. El Consejo cuenta con quince miembros de dos clases, los permanentes, los cinco anteriores, y los no permanentes que se eligen cada dos años y no son reelegibles inmediatamente. El Consejo posee la responsabilidad primordial de mantener la paz y seguridad internacionales, es decir allí se parte el bacalao, la Asamblea debe abstenerse si el Consejo está desempeñando el ejercicio de sus funciones.

El meollo jurídico resulta de que lo que aprueba la Asamblea no vincula jurídicamente a los miembros; puede afectar a su imagen internacional, pero no es obligatorio. Lo que aprueba el Consejo de Seguridad sí lo es.

Esta es la primera anomalía, la que viene ahora es mayor. Es un poco grotesco que cinco países que ganaron un conflicto hace 77 años estén siempre sentados en el Consejo sin necesidad de ser elegidos. ¿Por qué Francia y China sí y Alemania o India no? Es un poco risible. Más grave con todo es que esos países tengan individualmente el derecho de veto.

Podemos imaginar un caso en el que 193 países quisieran adoptar una resolución de obligado cumplimiento; bastaría que uno, solo uno, de los grandes se opusiera para que la decisión abortara. En la flagrante invasión rusa a Ucrania, donde Putin ha pisoteado el derecho internacional, cometido al parecer crímenes de guerra, etc. unos 148 países la condenaron en la Asamblea, 35 se abstuvieron y cinco votaron en contra. Son fuegos artificiales. En el Consejo de Seguridad, en la instancia clave, Rusia lanza su veto y la acción se paraliza.

Algo obsoleto, antidemocrático y a todas luces injusto.

Por supuesto que la ONU ha intervenido eficazmente en conflictos: El Salvador, Mozambique, Camboya, los cascos azules han separado a contendientes, etc. Pero sus lunares, su pasividad o su impotencia son llamativos. No actuó en Ruanda, ha sido marginada en Medio Oriente, fue comparsa en Kosovo y en los misiles de Cuba, el problema del Sahara se eterniza… La lista es amplia. Ucrania es la gota que colma el vaso y que demuestra, con Rusia campeona del veto, que los grandes, los permanentes son los primeros que destrozan el artefacto pacifista que ellos crearon.

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