Cuando el pasado viernes 28 de abril a las 20:58 sonaron los primeros acordes de “No Surrender” en el Estadi Olimpic de Barcelona, se puso fin a una espera de prácticamente seis años en los que, por diferentes circunstancias, pandemia incluida, no habíamos podido disfrutar de ese espectáculo sin parangón que es ver una actuación de Bruce (Springsteen) en directo. No es casualidad que el cantante de New Jersey haya elegido Barcelona como el lugar para comenzar su recorrido por Europa tras una gira de veintiocho conciertos por Estados Unidos. Con esta elección se hace explícita la relación de amor que Bruce mantiene con la ciudad condal desde ese mítico concierto del 21 de abril de 1981, al que Loquillo quiso rendir homenaje con una canción que muestra lo importante que fue ese momento para una generación de españoles que todavía estaba digiriendo el tránsito hacia la democracia.
Poco se puede decir del concierto que no se haya leído ya en otras crónicas. De forma frenética, como si tuviera un ansia enorme por mostrar lo mejor de sí a un público absolutamente entregado a cada uno de sus movimientos, Bruce fue encadenando canción tras canción en un repertorio en el que no faltaron la mayor parte de sus más icónicas composiciones, desde “Thunder Road” a “Born to Run” pasando por “The Promised Land” u otras menos míticas, pero no por ello menos maravillosas como “The E Street Shuffle” o “Kitty’s Back”. Incluso hubo espacio para una poderosísima “Born in the USA”, que tan poco se había prodigado en la etapa americana de la gira. Todo ello salpicado con algunas de las canciones de sus últimos discos que pocas veces han sonado tan bien ni con tanta emoción como en lo hicieron en el estadio que acogió los Juegos Olímpicos de 1992.
Cuando Bruce recibió el pasado 21 de marzo la Medalla de las Artes de manos de Joe Biden, éste le definió como “un trovador de la vida estadounidense, la resiliencia, la esperanza y los sueños”, un símbolo de una manera de entender los Estados Unidos que se opone claramente a la ideología imperante en la anterior administración. No es de extrañar, por tanto, que el hecho de que el matrimonio Obama (junto a los Spielberg) hayan acompañado al que consideran uno de sus mejores amigos en el comienzo de su recorrido por Europa haya rivalizado en los titulares de esta semana con el anuncio del propio Biden presentando su candidatura a la reelección. Y que ver a Michelle Obama acompañando a Patti Scialfa y Kate Capshaw a los coros de una canción de tanto significado como “Glory Days”, ya en la recta final del concierto, tenga un carácter simbólico mucho mayor que muchas de las apariciones públicas que el actual presidente de los Estados Unidos vaya a realizar de aquí hasta la fecha de las próximas elecciones. Bruce, el hombre que, según sus propias palabras en tono irónico, nunca antes de su espectáculo de Broadway había trabajado cinco días a la semana, se ha convertido en el símbolo de la clase trabajadora de los Estados Unidos no importa cuál sea su ideología.
Un mensaje que se pudo ir desgranando en las veintiocho canciones con las que deleitó a la audiencia durante las 2 horas y 53 minutos que duró el concierto. No está mal para un artista que el pasado mes de septiembre cumplió 73 años, aunque probablemente nunca volvamos a vivir monstruosidades como aquellas 3 horas y 48 minutos del concierto mágico del Santiago Bernabéu del 17 de junio de 2012. Y es que como el propio Bruce reconoció en la introducción a “Last Man Standing”, uno de los momentos emotivos del concierto, en el que habla de lo que siente siendo el último superviviente de la primera banda a la que se unió allá por 1965, cuando tenía 15 años, a esa edad todo son mañanas y holas, mientras que ahora a sus 73 todos son ayeres y adioses. Los que hemos crecido con sus canciones como banda sonora de nuestras vidas, en los momentos buenos y en los no tan buenos, solo podemos agradecer a Bruce esos ayeres llenos de momentos mágicos, como los del pasado viernes, que hemos vivido en cada uno de sus conciertos. Agradecer por los ayeres y esperar que todavía nos queden unos pocos mañanas que nos lleven una vez más a la tierra prometida…