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¡Vivir para ver!

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Este agosto del 2023 ha distado mucho de ser el tradicionalmente aburrido mes vacacional en el ámbito político norteamericano. La tragedia natural del devastador incendio en Hawaii volvió a situar al borde del esperpento al presidente Biden, que decidió desplazarse a un soleado destino playero cuando el fuego arrasaba la isla de Maui.  La reacción crítica fue de tal consideración que se vio obligado a interrumpir las vacaciones y viajar al epicentro del drama para poner en entredicho, una vez más, su oportunismo político al comparar el doméstico siniestro de un incendio en su casa con el terrible drama de más de cien muertos, además de decenas de desaparecidos y pérdidas billonarias. Uno se pregunta si comportamientos de este tipo son los que tendría un verdadero candidato a la Casa Blanca.

A quien no se le puede negar astucia política es al expresidente Donald Trump, protagonista, una vez más, de informativos y rotativas de todo tipo y condición. Comenzó el mes con la tercera imputación por un gran jurado, ahora de Washington, tras los casos relativos a “Stormy Daniels” y los documentos confidenciales encontrados en su mansión de “Mar-a-lago”. Las acusaciones tenían que ver con sus maniobras conspiratorias, la más grave –siendo graves todas ellas– “conspiración para defraudar a Estados Unidos”. En el escrito incriminatorio también se afirmaba que las afirmaciones vertidas en su momento por el entonces todavía presidente “fueron falsas, [y] el acusado sabía que eran falsas”.

Si esta comparecencia tuvo lugar a comienzos de agosto, el mes se despidió con una nueva imputación, la cuarta, a diferencia de las anteriores –federales– de ámbito estatal y relativa a su intento de “alterar el resultado electoral” en el estado de Georgia en las elecciones presidenciales de 2020. Recordemos la grabación en la que Donald Trump exigía con la mayor vehemencia al secretario de estado de Georgia, Brad Raffensperger, “encontrar 11.780 votos” para derrotar al candidato demócrata Joe Biden.  Otras singularidades de este caso tienen que ver con las personas imputadas –a diferencia de los anteriores, en esta ocasión compartirá banquillo con otros 18 acusados– lo que ha propiciado que el fiscal general del estado haya cursado sus acusaciones de acuerdo a la legislación relativa a “asociación delictiva”, lo que supone la violación de la ley de Georgia contra el crimen organizado. El escrito de acusación resulta suficientemente explícito: “Trump y el resto de los defensores acusados en este pliego rechazaron aceptar que Trump perdió, y a sabiendas y voluntariamente se sumaron a una conspiración para cambiar de manera ilegal el resultado de las elecciones en favor de Trump”.

Las diferencias entre Biden y Trump son tan numerosas que la simple enumeración requeriría de varios volúmenes, sin embargo hay una que llama poderosamente la atención: la repercusión que tienen sus actuaciones entre los/sus votantes. Todo parece indicar que Biden y Trump repetirán como candidatos demócratas y republicanos (aunque, como diría un castizo, “hasta el rabo todo es toro”). Las previstas imputaciones contra Trump se han ido sucediendo tal como estaba en el guion. El segundo capítulo de ese mismo guion tiene que ver con la celebración de los juicios que previsiblemente comenzarán a celebrarse a comienzos del año que viene en plena campaña de primarias y, tal vez, incluso durante la campaña de elecciones presidenciales. ¿Hasta qué punto repercutirá lo mencionado en el resultado final?

Para los exégetas políticos, caerse de una bicicleta, preguntar por alguien ya fallecido, o el referido dislate de comparar un siniestro personal con una tragedia universal, son interpretadas como faltas graves que pueden hacer peligrar la reelección del actual presidente. Sin embargo apropiarse de documentos oficiales, y ser protagonista de gravísimas conspiraciones que supondrían el fin de la carrera política de cualquier mortal, conforman el combustible que alimenta las posibilidades de éxito del actual candidato Trump. Resulta paradójico que el 70% los votantes de Trump tienen más fe en las afirmaciones de su líder que en las de un familiar o incluso su propio pastor religioso.

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