Día Mundial del Arte: en memoria de los primeros artistas españoles en Manhattan

Interior of the creative art workshop with wooden easels and painting equipment

Al comenzar el verano del año 1874, hace ahora ciento cincuenta años, un joven artista español nacido a orillas del Turia conseguía introducir sus dibujos en una prestigiosa revista ilustrada de Nueva York: el Harper’s Weekly. Aquella veterana publicación que había comenzado su andadura en 1857 atrajo hasta sus filas a algunos de los más prestigiosos ilustradores del momento. Uno de ellos fue Thomas Nast, quien convirtió al elefante en símbolo del Partido Republicano y diseñó esa imagen tan popular de Papá Noel vestido con ropa de invierno y mostrando una poblada barba blanca. En aquella potente revista que puso en la calle más de doscientos mil ejemplares semanales, estampó sus primeros dibujos neoyorquinos un artista español que había desembarcado en Norteamérica meses antes: el valenciano Fernando Miranda Casellas (1842-1925).

Aunque realmente era escultor de profesión, Miranda llegaba a Nueva York con una amplia experiencia acumulada como dibujante en algunas de las cabeceras ilustradas del viejo continente: el semanario parisino L’Illustration. Journal Universel o la conocida revista madrileña La Ilustración Española y Americana. Su paso por la capital de Francia rodeó al escultor valenciano de una aureola de prestigio en un momento en que los artistas más señalados debían impregnarse del eclecticismo arquitectónico de L’École des Beaux-Arts de París o aprender las nuevas tendencias que nacían a orillas del Sena. De hecho, las primeras escenas que Miranda mostró en la revista neoyorquina relataban algunos sucesos ocurridos en Francia que tanto gustaban a los lectores neoyorquinos. Junto a ellas, también presentó su visión épica de las guerras carlistas en la que luchaban dos cosmovisiones sociales: la que se aferraba a las tradiciones y la que luchaba por las libertades. Su destreza con la plumilla hizo que el Harper’s Weekly presentara al ilustrador valenciano como “un artista distinguido, dotado de un talento especial para representar escenas conmovedoras o trágicas”. Tras unos meses en esta revista, Miranda, fue contratado por otro conocido semanario neoyorquino: el Frank Leslie’s Illustrated Newspaper en el que dejó más de un centenar de dibujos y se convirtió en un cronista social de la ciudad.

Bien conocido por el público neoyorquino de la época aunque relegado al olvido por las generaciones siguientes, Miranda no fue el único artista español que labró su futuro en la ciudad de Nueva York, ni tampoco el pionero. En 1854 había llegado el artista murciano José María Domenech y Bañón (1826-1890) que estuvo dos años en la ciudad y se quedó con una imagen muy negativa de su producción artística: “los Estados Unidos son unos países sin alma porque no tiene artes”. En la década siguiente arribó el pintor y escultor barcelonés Josep Cardona (1828-1898) y, tras él, una pequeña nómina de artistas cuya estancia en Manhattan fue algo ocasional como la del pintor bilbaíno Ramón Elorriaga (1836-1898) o la del asturiano Ignacio León y Escosura (1834- 1901).

Ninguno de estos últimos artistas se asentó en Nueva York, a excepción de Fernando Miranda. Este escultor español hizo de las calles de Manhattan su hogar definitivo y en ellas falleció tras una larga vida dedicada a las artes y a los negocios inmobiliarios que le proporcionaron una acomodada posición social. Ello le permitió mantener vínculos de paisanaje y cooperación con otros artistas españoles que, como él, también probaron fortuna en el Nuevo Mundo y se asentaron en la ciudad como Domingo Mora (1840-1911), Philip Cusachs (1841-1892) o Rafael Guastavino (1842-1908) con quienes compartía café, tertulia y proyectos.

Entre ellos, Miranda ayudó especialmente a este último con quien estaba especialmente vinculado al compartir la misma cuna y el mismo año de nacimiento: Valencia, 1842. Gracias a él, Guastavino pudo abrirse camino en una sociedad tan distinta a la suya cuyo desconocimiento del inglés no le facilitaba la inserción laboral. El escultor valenciano le proporcionó contactos para que Guastavino se ganara la vida publicando sus primeros diseños en algunas revistas ilustradas de la ciudad y le ayudó con las patentes que terminaron por convertirlo en el “arquitecto de Nueva York”.

Tras estos artistas, en 1909 llegó también a Nueva York otro pintor que había nacido a orillas del Turia y se ganó el aprecio de toda la ciudad: Joaquín Sorolla. Por su exposición abierta en la Hispanic Society of America desfilaron más ciento sesenta mil visitantes que hicieron del pintor español un auténtico fenómeno de masas, aclamado por la crítica y el público. Dos años más tarde regresó e hizo una nueva presentación de sus óleos luminosos y alegres. En 1926, cuando ya había fallecido, llegaba a la Hispanic Society su obra más completa: Visión de España. Catorce paneles de gran formato que muestran el costumbrismo español y la variedad regional del país. Un año antes, el escultor valenciano Fernando Miranda fallecía en su residencia de Manhattan en un momento en que la emigración española comenzaba su declive.

Un siglo después, merece la pena recordar a quienes dejaron la marca España en aquella ciudad que presume de ser la capital del mundo y que lo hicieron cuando Nueva York comenzaba a engalanarse y a embellecer sus calles y paseos con la City Beautiful Movement. Conviene recordar a este puñado de artistas que, durante aquellos años en que muchos españoles emigraban a Hispanoamérica, optaron por Nueva York y tornaron las luminosas playas del Mediterráneo por las frías aguas del Hudson.

 


Escrito por Miguel Ángel Hernández, profesor asociado de la Universidad de Salamanca. Departamento de Historia del Derecho y Filosofía Jurídica, Moral y Política. Es licenciado en teología (1998) por la Universidad Pontificia de Salamanca y licenciado en historia (2005) y doctor (2016) por la Universidad de Salamanca. Además de ejercer la docencia en la Facultad de Ciencias de la Educación de Zamora, es miembro asesor del Instituto de Historia y Ciencias Eclesiásticas de la Universidad Pontificia de Salamanca. Sus primeros trabajos académicos han estado centrados en el estudio de la historia religiosa en la España contemporánea a cuya asociación pertenece desde su fundación en 2017 bajo el impulso de Feliciano Montero. Entre 2011 y 2015 residió en el Bronx donde comenzó a interesarse por los orígenes de la emigración española a Nueva York, asunto al que ha dedicado diversos artículos y capítulos de libros. Recientemente ha publicado en el Instituto Franklin-UAH un libro titulado Del Mediterráneo al Hudson donde presenta la trayectoria vital de algunos artistas españoles que emigraron a Nueva York y analiza los vínculos sociales y familiares tejidos entre los españoles que residían en Manhattan a lo largo del siglo XIX. Sus áreas de especialidad son la historia religiosa contemporánea y la emigración española a Nueva York.

 

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