Pocas sorpresas y mucha euforia en la Convención Nacional Republicana que se ha celebrado entre el 15 y el 18 de julio en el Fiserv Forum de un Milwaukee blindado por las fuerzas de seguridad. No es casualidad que la convención se celebre en el estado de Wisconsin, donde la diferencia entre los candidatos en las dos últimas elecciones fue de alrededor de 20.000 votos y donde Trump consiguió algo que ningún candidato republicano había conseguido desde 1984: ganar en 2016.
El Partido Republicano celebra esta convención, con una estética muy particular, donde los delegados de cada estado (2.429 en total) eligen candidato a vicepresidente y presidente de cara a las próximas elecciones del 5 de noviembre. Una vez que el 17 de julio el senador por Ohio James D. Vance aceptó la nominación a la vicepresidencia en la carrera presidencial, el Partido Republicano tiene claro que la línea del discurso de Trump será siendo la mayoritaria en los próximos años en el seno del partido. Este argumento se sustenta en el propio discurso de Vance con claras referencias a la familia, a la fe y a al espíritu de lucha para defender a los estadounidenses bajo la idea del “deber sagrado de elegir un nuevo camino”.
Está por ver si la elección del joven Vance (39 años), ejemplo de “hombre hecho a sí mismo”, ayudará a los republicanos a ganar en los estados del Medio Oeste. Encima de la mesa se encuentran la promesa de lucha contra el importante problema con las drogas que tiene Estados Unidos, un impulso de políticas de reindustrialización, y una mejora de la competitividad de las empresas estadounidenses en una clara referencia al empuje de China en el ámbito comercial internacional y a la necesidad de aplicar medidas desglobalizadoras.
En términos generales, el conjunto de la carrera presidencial de estas elecciones se ha enfocado en el estado de salud del actual presidente Biden, evidenciado en la mala actuación en el primer debate presidencial del 27 de junio y las supuestas presiones de los barones demócratas para aupar a un nuevo candidato. El intento de asesinato a Trump ha dado un giro de tuerca más a la ya de por sí extremadamente delicada situación del Partido Demócrata. La idea subyacente para una parte del electorado con importantes convenciones religiosas es clara: ha sido prácticamente un milagro que Trump haya salvado la vida; en palabras de su hijo Eric Trump, “por la gracia de Dios, la intervención divina y tus ángeles de la guarda, sobreviviste”. El propio Trump apuntaba en su discurso de clausura de la Convención, “estoy aquí en este escenario solo por la gracia de Dios todopoderoso”.
La Convención Republicana termina, en un entorno festivo, con el largo discurso del nuevo candidato a las elecciones, Donald Trump, quien ha dejado clara la idea de trabajar por un país más fuerte y “superior” en todos los ámbitos, volviendo a hacer referencia al “Make America Great Again” y a la necesidad de centrarse en los problemas internos, en línea con las soluciones políticas que demanda su electorado.
En este sentido, un segundo mandato de Trump tendrá importantes implicaciones en las políticas internas de Estados Unidos. Las más evidentes: las políticas migratorias y los derechos sociales, pero también supondrá un cambio en la política internacional. Veremos si se modifica el compromiso de apoyo a Ucrania y se impone una salida negociada al conflicto. De igual modo, una nueva presidencia de Trump promete un descenso del multilateralismo y un incremento de la competición estratégica. Trump ha llegado a calificar en su discurso a China como “Chinavirus”. Mayores aranceles a los productos chinos (entre otros) tendrán consecuencias para el resto del mundo, sobre todo para las llamadas potencias medias, que se verán avocadas progresivamente a “tomar partido” en un escenario internacional más competitivo y dividido en bloques.
Si las elecciones se celebran con normalidad, y cualquiera que sea el resultado de estas, el nuevo presidente asumirá, además del cargo, una situación interna muy tensa, con una sociedad tremendamente divida y cada vez más polarizada. La situación en la esfera internacional es, si cabe, más desalentadora, con una tendencia clara a la competición internacional y una vuelta a la defensa territorial, lo que supondrá un repliegue de los Estados Unidos en base a un proteccionismo que garantice los intereses nacionales, independientemente del candidato que termine en la Casa Blanca.