Corría el marzo de 1969 cuando en las páginas del periódico La Vanguardia sus lectores se encontraban con un anuncio de Trans World Airlines –la otrora poderosa línea aérea coloquialmente conocida como TWA, adquirida en 2001 por American Airlines tras su quiebra definitiva– que homenajeaba la gesta lunar completada por la misión Apolo VIII. Sus tripulantes habían sido los primeros en orbitar el satélite para, posteriormente, regresar sanos y salvos a la Tierra. Un episodio más de la carrera espacial librada entre Estados Unidos y la Unión Soviética durante la Guerra Fría, que ese mismo 1969 se decantó definitivamente hacia el lado norteamericano cuando el 20 de julio el astronauta Neil Armstrong fue el primer ser humano en hollar la superficie de la Luna.
Sin embargo, el publicista que ideó la campaña con la que se buscaba conectar el éxito de la NASA con la TWA lo planteaba de una manera muy particular: «a los americanos se les ha acusado, y no sin razón, de frívolos, de incultos, de ingenuos. Pero hay una cosa que a los americanos se les alaba siempre: la increíble precisión que puede convertir en realidad un sueño…alcanzar la Luna. Esto es U.S.A., ésto es TWA». El párrafo no puede dejar indiferente, toda vez que las alabanzas se acompañan de una visión de la sociedad estadounidense que no puede ser más tópica. El país de las oportunidades, de las ilusiones, pero también de la superficialidad y el infantilismo.
Casi cincuenta años después, la celebración en Glendale (Arizona) de la quincuagésima séptima Super Bowl –la final que anualmente decide el título de la National Football League (NFL)– es un buen momento para reflexionar sobre la vigencia de esa visión simplificada de Estados Unidos. El domingo 12 de febrero, el enfrentamiento entre los Kansas City Chiefs y los Philadelphia Eagles paralizará la nación. Es el súper domingo, probablemente la fecha más señalada tras el 4 de julio y que solo está por detrás de Acción de Gracias como el día en el que más alimentos se consumen al año. Todo lo que rodea a la Super Bowl es en sí excesivo, convirtiéndose en la excusa perfecta para que medios de todo el mundo se hagan eco de la locura colectiva que la caracteriza. Tomemos como ejemplo el caso de Infobae, diario digital argentino cuyo portal web es uno de los acumula más tráfico de lectores hispanohablantes. En una entrada reciente, sus redactores trataban de traducir a cifras el impacto económico del evento.
Así, emitir un anuncio de un minuto de duración en la cadena Fox, canal que este año tiene la exclusiva, puede llegar a suponer catorce millones de dólares para los anunciantes. A pesar del precio, no ha quedado un segundo de la parrilla sin ser ocupado. Otro buen indicador son las apuestas. Se calcula que en torno a cincuenta millones de estadounidenses recurrirán a ellas. Las casas de apuestas aceptan, además, todo tipo de pronósticos, muchos de ellos que nada tienen que ver con lo deportivo. Infobae también nos informa de que adquirir un boleto para asistir en vivo al partido en el State Farm Stadium cuesta desde cinco mil quinientos dólares para las localidades más económicas y hasta cuarenta y cuatro mil dólares para las más exclusivas. Todo ello sin contar el precio del desplazamiento y alojamiento.
De hecho, no hay que esperar al domingo ni acudir al estadio de los Arizona Cardinals para observar cómo se pone en marcha esta engrasada maquinaria de consumo y espectáculo. Desde este jueves está ya operativa la zona fan, patrocinada por la conocida cadena de herramientas y productos para el hogar Lowe’s. A su vez, la marca de cerveza Budweiser, bajo su línea Bud Light, es la promotora de un festival que antes del día de la Super Bowl llevará al escenario a conjuntos como Paramore, Imagine Dragons o Dave Matthews Band. Precisamente, la música es otro elemento íntimamente ligado con la final en el imaginario colectivo. El show del intermedio es uno de los momentos más esperados del año, quedando en esta ocasión de la mano de Rihanna la responsabilidad de sorprender a los espectadores de todo el planeta. La National Retail Federation (NRF) augura un consumo total de dieciséis mil millones y medio de dólares, lo que supondrá un gasto por ciudadano norteamericano de más de ochenta y cinco dólares, recuperando casi los umbrales prepandémicos.
En suma, se puede no saber absolutamente nada de fútbol americano, pero permanecer despierto para disfrutar de todo lo extradeportivo. Seguro que en las crónicas extranjeras volverán a resonar las ideas comunes sobre los estadounidenses y su manera de disfrutar del ocio. Parafraseando el anuncio con el que abríamos este texto, «los mismos que trajeron el chicle» volverán a ser, para bien o para mal, el centro de atención mundial.