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Los Camino Reales

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Establecer vías de comunicación eficientes, seguras, y rápidas fue durante siglos objetivo prioritario de cualquier imperio que se preciara. Referentes de todo conocido son las vías romanas, las rutas chinas, o los establecidos por los incas, el más largo de ellos el que partía desde la actual Colombia y alcanzaba los confines de Chile y Argentina pasando por Cuzco. También el imperio español estableció sus propias vías de comunicación, conocidas como los Caminos Reales, siendo aquellos del virreinato de Nueva España -todo México y Centroamérica- los más mencionados y reconocidos.

Los cuatro originales conectaban la capital mexicana con Veracruz -puerto de llegada para los navíos españoles desde Hernán Cortés-, Acapulco -origen y destino del Galeón de Manila en la ruta comercial del Pacífico-, Audiencia -en la actual Guatemala, sede de la Capitanía General de Guatemala que abarcaba todo Centroamérica- y Santa Fe -corazón de los territorios del norte conocido como el Septentrión Hispano-. Este último, el Camino Real de Santa Fe o de “Tierra Adentro”, obtuvo el 1 de agosto de 2010 la distinción de Patrimonio de la Humanidad al cumplimentar los criterios de “testimoniar un importante intercambio de valores humanos” y “ofrecer un ejemplo eminente de un tipo de edificio, conjunto arquitectónico, tecnológico o paisaje, que ilustra una etapa significativa de la historia humana”.

Su origen se fecha a mediados del siglo XVI, cuando Juan de Tolosa descubrió a mediados del XVI una rica veta de plata en el cerro La Bufa de Zacatecas -la ciudad con rostro de cantera y corazón de plata-. Resultó entonces imperativo establecer un camino seguro para el traslado del precioso metal; fue bautizado con el nombre de Ruta de la Plata. A finales de aquel siglo se incrementó el interés por explorar y establecer asentamientos en los territorios del norte, en el referido Septentrión Español, iniciándose la ampliación de la ruta ya establecida -en algunos casos siguiendo las veredas utilizadas por tribus nativas- hasta alcanzar un trazado superior a los 2.500 km. A lo largo del recorrido se fundaron algunos destacamentos militares -conocidos como “presidios”- y, a su vera, establecimientos de abastos y servicios que con el tiempo se convertirían en ciudades ahora por todos conocidas, como Guanajuato, Durango, Chihuahua, Juárez, El Paso, Albuquerque…

Un siglo más tarde los asentamientos en territorio texano motivaron el trazado de una nueva ruta, conocida como “El Camino de los Tejas” entre Los Adaes y el actual México D.F., entroncando con el Camino de Santa Fe en Zacatecas. Siguiendo idénticos patrones a los ya mencionados surgirían las poblaciones de San Antonio, Laredo, Monterrey… Un Camino Real, este de los Tejas, ramificado en cuatro rutas distintas con una longitud de casi 4.000 km. y catalogado como “National Historic Trail”.

El último de los Caminos Reales en el septentrión fue el Camino Real de California. Los más puristas niegan tal catalogación, pues en sus orígenes -la Santa Expedición del Padre Serra y el capitán de dragones Garpar de Portolá en 1769- discurría entre San Diego y San Francisco sin alcanzar la capital como era preceptivo para ser considerado “Camino Real”. En cualquier caso, las expediciones de Juan Bautista de Anza desde Culiacán en 1774 y 1775 respectivamente, abriendo la ruta terrestre hasta California, también entroncaban el originar recorrido del fraile y el militar con el tronco que representaba la ruta hasta Santa Fe.

En una de las numerosas inscripciones que jalonan el periplo misional que representa este camino, se afirma que se trata del “primer itinerario cultural terrestre trazado por los españoles en América”. Más allá del componente anecdótico en cuanto a si efectivamente el Camino Real de California fue el primero o, por el contrario, el último, lo verdaderamente importante y significativo es que los caminos reales fueron la vía utilizada por España para sembrar su legado cultural, social, político, económico, y humano en tierras americanas. La denominación de Camino Real escogida por el Instituto Franklin-UAH para nombrar el galardón que concede se debe, precisamente, a que ese es su espíritu: reconocer a quien, teniendo ciudadanía española, es referente de los valores y principios morales de una nación, España, cuya aportación resulta cardinal para la historia norteamericana.

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