Desde el pasado verano hasta noviembre de 2016, en Estados Unidos se celebrarán más de una veintena de debates electorales: 12 debates entre los aspirantes republicanos a la nominación presidencial del partido, 6 entre los demócratas, 1 debate entre los candidatos a la vicepresidencia del país y 3 más entre los candidatos a la presidencia de Estados Unidos.
Los debates ya celebrados han batido récord de audiencia en cada una de las cadenas de televisión anfitrionas, pese a que aún es pronto en la carrera electoral y las primarias ni siquiera han empezado. Es indudable que el factor Trump está revolucionando la escena política hacia 2016. Quién sabe hasta cuándo. Pero no conviene restar importancia a la esencia misma de los debates en Estados Unidos, un ritual político y cívico que, bajo la lupa de la ética electoral, se han convertido en una obligación de todo candidato. Debatir es un riesgo político, sí. Pero también es un derecho de la ciudadanía. Tras más de seis décadas de experiencia cuentan con larga tradición, la suficiente como para haber establecido algunas reglas básicas de lo que funciona y lo que no. Y hay rasgos generales que permiten ser aplicados en cualquier rincón del mundo, peculiaridades políticas a un lado. Los debates son parte del mismo juego político. Y aunque no decidan la partida, es mejor dominar las reglas.
1. Cuantos más debates mejor
El partido demócrata ha decidido que sólo habrá 6 debates entre los aspirantes a la nominación presidencial del partido. Les han llovido las críticas. Políticos y votantes consideran este número inaceptable. Y son 6.
2. Sí, un debate puede ser decisivo
Que se lo digan a Richard Nixon y su derrota frente al joven John F. Kennedy en 1960; a John Kerry, que ganó 30 puntos tras su primer cara a cara con George W. Bush en 2004; o al gobernador de Texas, Rick Perry, que abandonó las primarias republicanas en 2012 tras quedarse en blanco en el último debate.
3. Jamás despreciar la convocatoria de un debate
Independientemente de su efecto práctico en la conversión del voto, los debates electorales importan por una razón elemental: a los ciudadanos les interesan. Las audiencias históricas lo demuestran. Despreciar ese interés es un error y una falta de respeto cívico, dentro de la ética electoral. Aún hoy se recuerda las miradas furtivas que George H. W. Bush lanzó a su reloj en pleno debate de 1992. Un simple gesto que fue interpretado como desinterés del presidente por los temas domésticos y por sus rivales, Ross Perot y Bill Clinton, quien después ganó las elecciones.
4. Preparación, preparación, preparación
A debatir se aprende. No hay más secreto que ese. La preparación de los debates electorales debe ser exhaustiva y entrañar varios niveles de aprendizaje. El objetivo final es conseguir que la audiencia perciba a un candidato preparado para ser presidente.
5. El físico importa, el contenido también
Se trata de encontrar un sano equilibrio entre la imagen frente a sustancia. Importa la actuación, la apariencia y la presencia. Pero también importa la solvencia política y el relato narrativo, en primera persona. El eterno ejemplo es el debate que enfrentó a Nixon y JFK en 1960. Sí, el joven Kennedy lucía lozano y maquillado, pero también se había preparado hasta la saciedad un cara a cara, que, según la historia supo después, fue clave para su victoria presidencial.
6. Cuidado con el ego
Los debates electorales muestran la verdadera naturaleza del político. El candidato debe ser uno mismo, sí, pero pulido. Es su mejor versión la que esperan los ciudadanos. No suspiros arrogantes o miradas de desaprobación. Como las que el vicepresidente demócrata, Al Gore, dedicó al candidato republicano George W. Bush en 2000, que fueron interpretadas como sobrada prepotencia frente a la naturalidad del gobernador de Texas, quien después ganó aquellas ajustadas elecciones por apenas un puñado de polémicos votos.
7. Jamás perder el sentido del humor
La herramienta que nunca falla a la hora de enfrentar los momentos más difíciles de un debate electoral. Lo difícil es ajustar la receta. Demasiado humor puede trivializar la imagen del candidato. Poco, deshumanizarle. Ronald Reagan consiguió encontrar la pizca perfecta para sazonar su imagen. Aún hoy es muy recordado uno el cara a cara de 1984 con el exvicepresidente, Walter Mondale, que optó por usar los 73 años de edad de Reagan como arma arrojadiza. “No voy a convertir la edad en un tema de campaña. Ni explotaré por motivos políticos la juventud e inexperiencia de mi oponente”, respondió contundentemente Reagan. Incluso a Mondale se le escapó una carcajada.
8. El moderador modera
Una obviedad que conviene recordar por lo que a menudo se incumple. Protagonismos a un lado, cuánto mejor sea el moderador, mejor será el debate, porque en sus manos está principalmente el ritmo y profundidad del formato televisivo y radiofónico.
9. Los debates pueden ser entretenidos
Es cuestión de encontrar el formato flexible adecuado, la práctica justa de los candidatos y la realización ágil que unifique información y entretenimiento de la mejor manera posible.
10. El debate sobre el debate es parte del debate
Los debates han dejado de tener un solo escenario. Hay que cuidar todos los frentes, desde el spin room, a la avalancha de redes sociales.