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Kissinger y España

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Heinz Alfred Kissinger nació en el seno de una familia judía de la localidad bávara de Fürth en mayo de 1923; seis meses después, Adolf Hitler lideraba un fallido golpe contra la República de Weimar surgida en Alemania tras la derrota del II Reich en la Gran Guerra. En septiembre de ese mismo año, en España, el general Miguel Primo de Rivera llegaba al poder como consecuencia de un exitoso golpe de estado.

En 1938, Kissinger y su familia dejaban atrás el III Reich para emigrar a los Estados Unidos. Mientras, en España se cumplía el segundo año de una Guerra Civil marcada por el intervencionismo de las potencias totalitarias y la no intervención de las democracias liberales. Años después, la Segunda Guerra Mundial entre las Naciones Unidas y el Eje acabó con la victoria aplastante de las primeras y la rendición incondicional de las segundas. En sus últimos combates participó Kissinger como soldado de su país de adopción, sirviendo a posteriori en la ocupación y desnazificación de su país natal.

En 1947 Kissinger ingresó en la Universidad de Harvard. Su propósito era iniciar una carrera académica en historia de las relaciones internacionales, una disciplina en pleno apogeo de la mano de la metamorfosis del poder americano y la incipiente Guerra Fría con la Unión Soviética. Días después de su graduación en junio de 1950 daba comienzo la Guerra de Corea, el conflicto que terminó por precipitar el acercamiento del campeón del “mundo libre” a la España dictatorial del general Franco (consumado en los Pactos de Madrid de 1953). Ni la historia del país ibérico, ni la lengua de Cervantes habían recibido particular atención en la formación de Kissinger.

A lo largo de los años cincuenta se hizo evidente que el brillante veterano de guerra apuntaba más allá de las aulas y la disciplina histórica, saliendo a relucir su ambición de influir y participar de la acción exterior y la gran estrategia de su país en la contención del comunismo soviético. Tras doctorarse en 1954 con una tesis sobre la geopolítica y la diplomacia del siglo XIX en la vieja Europa, su monografía Nuclear Weapons and Foreign Policy (1957) terminó por colocar a Kissinger en el radar de los creadores de opinión y la clase política norteamericana, inclusive de dos de sus estrellas emergentes: el vicepresidente Richard M. Nixon y el senador John F. Kennedy. Aquel libro, por cierto, se publicó el mismo año en que estaba prevista la activación de las bases militares que los Estados Unidos estaban construyendo en España en el marco de su despliegue geoestratégico y disuasión nuclear. La entente hispano-norteamericana representaba ya entonces uno de los ejemplos más evidentes de las contradicciones ideológicas incurridas por Estados Unidos debido a la Guerra Fría: ¿hasta dónde estaba dispuesta a llegar la democracia estadounidense en defensa de un interés nacional demarcado globalmente?

Aquella pregunta se hizo más incisiva e incómoda en Estados Unidos en la década siguiente, conforme la desastrosa Guerra de Vietnam y la exposición periodística de la guerra sucia practicada por la CIA se convirtieron en recordatorios cotidianos en el país. Fue durante los años sesenta cuando Kissinger dio el salto a la planta noble de la política exterior: primero como asesor de los dos presidentes demócratas, luego como actor en las primarias republicanas y las presidenciales que acabaron con Nixon en la Casa Blanca en enero de 1969.

En agradecimiento, el californiano le nombró consejero de seguridad nacional, cargo al que añadió el de secretario de Estado en 1973. Tras la dimisión de Nixon por el escándalo Watergate, Gerald Ford le ratificó la confianza presidencial, manteniéndole al frente de Foggy Bottom hasta enero de 1977. Para entonces, el arquitecto y principal rostro de la acción exterior de su país durante ocho dramáticos años (distensión con la URSS, acercamiento EE. UU- China, salida de las tropas americanas de Indochina, Acta Final de Helsinki, independencia de Bangladesh, golpe en Chile, conflicto árabe-israelí y Primera Crisis del Petróleo, guerra civil en Angola, invasión de Timor Oriental, Operación Cóndor, Camboya…), se había convertido en uno de los personajes más escrutados, admirados y odiados dentro y fuera de su país. Su singular autoconfianza y gusto por la atención mediática sin duda colaboraban en ello.

En junio de 1976, apenas un mes antes de celebrarse el bicentenario de los Estados Unidos, el rey Juan Carlos I de España intervino como invitado ante una Sesión Conjunta del Congreso. Washington y Madrid acababan de elevar el rango de sus acuerdos bilaterales a Tratado de Amistad y Cooperación. Se trataba de un calculado espaldarazo político por parte de Washington al monarca cuando la transición del país a la democracia no estaba ni mucho menos garantizada. Kissinger había defendido desde su llegada al poder una posición continuista respecto a la nación ibérica. Al igual que sus antecesores, consideraba que, tras la muerte de Franco, el entonces príncipe era la mejor alternativa para una evolución política acorde a los intereses americanos, que pasaban a corto plazo por el mantenimiento del acceso a las instalaciones militares y, a medio/largo, por la plena integración española en el bloque occidental (Alianza Atlántica, Mercado Común). Todo ello se hizo patente tanto en las negociaciones del mencionado Tratado de 1976 como en las del Convenio bilateral de 1970. Las tensiones bilaterales en relación al Acuerdo Preferencial del España con la CEE, los Nixon Shocks de 1971, la Guerra de Yom Kippur o la descolonización del Sáhara no alteraron la visión estratégica de Kissinger sobre España; tampoco el asesinato del presidente del gobierno, el almirante Carrero Blanco.

Lejos del mundo académico, el interés por el longevo Kissinger en España se mantuvo de manera excepcional hasta su fallecimiento en 2023, traduciéndose buena parte de sus obras al castellano e informándose sobre sus declaraciones públicas. La faceta polémica del personaje sumado a su complicado legado y la leyenda negra que le ha rodeado son sin duda las principales razones de ello. Ejemplo de lo primero fue la solicitud por parte de un juez de la Audiencia Nacional en 2002 para interrogarle en relación a la Operación Cóndor; de lo segundo las recurrentes teorías conspirativas en relación al atentado contra Carrero.

 


Escrito por Pablo León Aguinaga, científico Titular en el CSIC. Es especialista en historia internacional y en particular de la proyección mundial de los Estados Unidos. Ha publicado en revistas como Cold War History, Ayer, International History Review o Hispania. Sus últimas monografías son «Los Estados Unidos y el mundo. La metamorfosis del poder americano, 1890-1952» (Síntesis, 2019), junto a José A. Montero, y «Philip W. Bonsal. Diario de un diplomático americano en España. Estados Unidos ante la dictadura española (1944-1947)» (PUZ, en prensa).

 

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