En las semanas previas al 8 de noviembre de 2016, fecha en que Donald Trump fue elegido cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos, se instaló en los círculos mediáticos hegemónicos del país una certeza por la cual Hillary Clinton derrotaría con holgura al magnate neoyorquino.
En esa calma antes de la tormenta, parecía que el futuro sonreía a un Partido Demócrata que vería blindado y ampliado el legado político de Barack Obama. A diferencia de la vitriólica campaña de las primarias republicanas, la disputa entre Clinton y Bernie Sanders, a pesar de la dureza propia de cualquier envite electoral, se centró fundamentalmente en discrepancias programático-estratégicas, y cristalizó en un apoyo explícito por parte del veterano senador por Vermont a la eventual candidata. Hillary Clinton y Bernie Sanders han vehiculado, no obstante, dos tradiciones políticas distintas. Clinton encarna el incrementalismo programático y el viraje al centro del Partido Demócrata abanderado por políticos como Bill Clinton, Al Gore o Joe Lieberman (la vía estadounidense de la celebérrima Tercera Vía). Bernie Sanders representa la ruptura con esa ortodoxia centrista, una vuelta al New Deal de Roosevelt y Truman y su recetario keynesiano de altos gravámenes e inversión pública, que amortiguó las penurias de la Gran Depresión y sustentó treinta años de bonanza económica después de la Segunda Guerra Mundial. Aún con esas importantes diferencias, parecía que el Partido Demócrata poseía una cierta coherencia ideológico-política en su seno y una batería troncal de objetivos más o menos claros: la necesidad de combatir el cambio climático y la desigualdad económica, la mejora del acceso a los servicios sanitarios y el establecimiento de controles más estrictos en la venta de armas especialmente letales. Las divergencias radicaban, aparentemente, en el modo y velocidad a la hora de materializar dichos objetivos.
Por contra, el Partido Republicano bajo el liderazgo de Trump había contradicho buena parte de sus líneas políticas. Trump criticó los tratados de libre comercio, habló en términos positivos de planes públicos de infraestructura (con los correspondientes déficits presupuestarios) y apoyó entablar una mejor diplomacia con la Rusia de Putin. Si bien la retórica nativista de Trump ya había brotado ocasionalmente en algunos sectores del campo ideológico de la derecha estadounidense (especialmente en algunos grupúsculos dentro del Tea Party), el grueso del discurso de Trump no concordaba, en modo alguno, con la ortodoxia republicana de George W. Bush, John McCain o Mitt Romney. Sin embargo el 9 de noviembre, el partido que se levantó derruido electoral, política y anímicamente no fue el Partido Republicano sino el Partido Demócrata.
Si bien Obama finalizó su presidencia con índices de aprobación inusualmente altos (cercanos al 60%), a la conclusión de su mandato, los demócratas habían perdido casi 1000 escaños en diferentes cámaras estatales, controlaban 18 estados menos que los republicanos y disponían de tan solo 12 mayorías legislativas a su favor en los estados del país. El próximo 6 de noviembre, se renueva más de un tercio del Senado, la Cámara de Representantes y una miríada de estados y alcaldías. A lo largo de este último año y medio, los demócratas se han visto inmersos en una especie de vivisección política. Sus primarias para elegir candidatos a las próximas mid-term elections han dado buena prueba de ello. El caso más singular, y el que mejor ejemplifica la batalla interna por el alma del partido, es el de Alexandria Ocasio-Cortez, flamante candidata a la Cámara de Representantes por el Distrito 14 del Estado de Nueva York. Ocasio-Cortez derrotó ampliamente a Joe Crowley, experimentado congresista demócrata que sonaba como futurible para sustituir a Nancy Pelosi como presidente de la Cámara de Representantes en caso de que los demócratas recuperaran mayoría. Ocasio-Cortez, de 28 años y de origen portorriqueño y, al igual que Sanders, autodefinida como socialdemócrata, derrotó por casi 15 puntos a Crowley articulando una plataforma claramente inspirada por la campaña presidencial del senador por Vermont: ampliación de la cobertura sanitaria a toda la población, acceso gratuito a la universidad, negativa a aceptar donaciones por parte de entidades bancarias, relajamiento de las políticas migratorias existentes (aquí con una cierta divergencia con Sanders) y una explícita voluntad política de seducir a amplios segmentos de la población, extendiendo su mensaje a territorios vinculados históricamente a los republicanos. Ni rastro de lo que en Estados Unidos se denomina identity politics (la apelación a la adhesión política en base a la identidad de género, sexual o racial). Al igual que Sanders, Ocasio-Cortez sustentó su mensaje en un continuo énfasis en cuestiones programáticas y de contenido político (una especie de versión estadounidense del “programa, programa, programa” de Julio Anguita).
Más allá de que Ocasio-Cortez obtenga o no un escaño en la Cámara de Representantes el próximo 6 de noviembre, su figura encarna la fractura dentro del partido. ¿Deben los demócratas volver a sus orígenes rooseveltianos y abrazar la etiqueta de la socialdemocracia? ¿La viaja guardia de Baby Boomers clintonianos debe desinstalarse de los nodos de poder del partido o su mensaje se puede rearticular de otra manera? ¿Es el giro a la izquierda de Ocasio-Cortez y Sanders políticamente viable en los 50 estados? Lo que está claro es que tanto las mid-term elections, como la incipiente nueva campaña presidencial para 2020, desvelarán finalmente si el Partido Demócrata desempolva y actualiza su imagen de partido nítidamente anclado en la izquierda, o si el hábil pragmatismo centrista del establishment clintoniano consigue reinventarse y presentarse atractivamente al país.
Escrito por Fabián Orán Llarena, Doctor en Filología Inglesa y Máster en Estudios Norteamericanos por la Universidad de La Laguna. Su línea de investigación se centra en los Estudios Norteamericanos, con un especial énfasis en la intersección entre cine y política estadounidenses. Sus publicaciones se han tratado las representaciones cinematográficas del 11-S, la Gran Recesión y cuestiones relativas a la identidad nacional estadounidense. Actualmente imparte docencia en la Universidad de La Laguna y la Universidad Nacional de Estudios a Distancia (UNED).