Las relaciones entre Cuba y EE.UU. han estado dominadas durante más de 50 años por la política de bloqueo comercial, económico y financiero. La situación se revirtió en 2014, cuando Barack Obama y Raúl Castro anunciaron la apertura de un proceso para restablecer las relaciones diplomáticas entre ambos países. Dicho proceso se culminaría en 2015 con la apertura de una embajada de EE.UU. en La Habana, el mayor éxito diplomático de la Administración Obama. El “fin del bloqueo” se caracterizaba fundamentalmente por el favorecimiento de los intercambios comerciales y de viajeros. Una de las grandes cuestiones como consecuencia de la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump en enero de 2017 era si este iba a continuar la política de deshielo que había iniciado su antecesor. Pues bien, en contra de la opinión mayoritariamente favorable hacia el desbloqueo de la comunidad internacional y de los ciudadanos norteamericanos, y como respuesta a una demanda interna del ala más conservadora del partido republicano –encabezada por el senador Marco Rubio– Trump ha decidido endurecer las relaciones con Cuba.
La nueva política hacia Cuba no rompe drásticamente con los avances heredados de la anterior administración pero sí contempla dos cambios importantes: se vuelven a introducir restricciones en los viajes y se prohíben las transacciones comerciales con empresas administradas por personas vinculadas al régimen militar castrista. Es importante destacar que no limita los intercambios comerciales que se realicen directamente con los ciudadanos cubanos. Sin embargo, la realidad de la isla muestra que la mayoría de los empresas están participadas por militares, por lo que en la práctica, la medida restringe casi cualquier tipo de relación comercial con Cuba. Una cuestión esencial es el hecho de que se mantienen intactas las relaciones diplomáticas. El fin que se pretende con estas medidas es obligar al régimen castrista a respetar los derechos humanos, y a avanzar hacia un estado democrático. Sin embargo, la política de bloqueo condicionada a reformas democráticas –la constante en las relaciones históricas entre Cuba y EE.UU.– ha demostrado haber sido un fracaso.
Más allá de las implicaciones económicas, dicha decisión tendrá un gran impacto político. En primer lugar en el interior de la isla, ya que le da la opción al régimen cubano de volver a erigirse como una víctima del gobierno americano, reforzándolo para no iniciar ningún tipo de reforma democrática, e incluso para que los Castro continúen en el poder más allá de 2018. Por lo tanto, el intento de Trump de conseguir alguna concesión por parte del régimen castrista será un fracaso. Así lo dejaba claro el ministro de asuntos exteriores cubano en sus primeras declaraciones después del anuncio de Trump: “Cuba no realizará concesiones sobre su independencia, ni aceptará condiciones, como nunca lo ha hecho”. Por otro lado, al limitar la entrada de dinero al país, provoca que Cuba dependa en mayor medida de la ayuda de nuevos aliados extranjeros, sobre todo si tenemos en cuenta la crítica situación política y económica de Venezuela, su mayor aliado en los últimos años.
Los nuevos aliados para Cuba están destinados a ser Rusia y China. Dos potencias mundiales que han sabido reconocer las oportunidades diplomático-estratégicas y económicas de la región caribeña como parte de una rearticulación del sistema internacional multipolar cuyo fin es desplazar a EE.UU. En este sentido, Rusia estaría planteándose el reabrir las bases militares exsoviéticas en la región a la vez que establece una red económica a través de la distribución de ayuda a los países caribeños. China ha seguido la misma estrategia. En su caso, ha hecho grandes inversiones en El Caribe con el fin de que estos países corten sus relaciones diplomáticas con Taiwan y limitar así su presencia internacional. Por lo que respecta a las relaciones Rusia-Cuba, desde el año 2000 se han ido produciendo cada vez mayores contactos y aproximaciones con el fin de incrementar las relaciones comerciales. No en vano el mes pasado llegó el primer gran suministro de petróleo importado de Rusia a Cuba derivado de un acuerdo de importación desde el restablecimiento de las relaciones. China también tiene grandes intereses en Cuba, es su primer socio comercial en El Caribe y China el primer socio extranjero para Cuba, el cual no solo está dispuesto a ayudarle económicamente si no también, por ejemplo, a dotar de capacitación a sus altos funcionarios.
Como conclusión es importante destacar que la estrategia de reposicionamiento de Rusia y China en la región se basa en proporcionar ayuda económica y militar. Por lo tanto, el endurecimiento de las relaciones EE.UU.-Cuba no hace sino favorecer la política de aproximación al Caribe –y por extensión, Centroamérica y el conjunto de Latinoamérica– de Rusia y China. Lo que contribuye a que estos dos países consoliden su presencia en este espacio geoestratégico a la vez que limitan el ámbito de influencia de EE.UU. Por lo tanto, la nueva política de EE.UU. hacia Cuba no le ofrece nada que ganar, pero si mucho que perder.
Escrito por Paula Lamoso, investigadora predoctoral de la Universidad Autónoma de Madrid. Sus principales líneas de investigación se centran en el proceso de integración de la Unión Europea, la creación de instituciones y la formación y negociación de preferencias.