Empiezo con una pregunta sempiterna: ¿qué es el jazz? Algunos maestros de las generaciones anteriores y ciertos jóvenes integristas de hoy en día describen el género como una forma que nació del ragtime, maduró −y creció físicamente− con las big bands, envejeció en las manos de los boperos y, trágicamente, fue asesinado por los no-músicos de los años sesenta. Sobre las improvisaciones de aquella última época, Ken Burns, un productor de programas quien sigue creando una realidad alternativa para los televidentes del canal público en Estados Unidos, opine que “el jazz estaba en apuros”.
Otros ofrecen interpretaciones distintas. Cab Calloway, un maestro de la época en que las estrellas de jazz fueron reconocidos por todo el mundo, rechazó la música de los boperos, exclamando que tocaban “música china”. Los que comparten este punto de vista imaginan el jazz en un ámbito estrictamente anglo, aun con tonos sureños y toques de francés, con una trayectoria que lo llevó desde su fundación en Nueva Orleans hacia sus grandes éxitos en Kansas City, Chicago y Nueva York. Para ellos, el género yacía moribundo hasta La Resurrección iniciada por Wynton Marsalis, actualmente la única estrella de jazz reconocida por todo el mundo.
A pesar del monopolio del término que pretenden Marsalis y sus seguidores y las entidades institucionales que les apoyan, han surgido múltiples estilos musicales que reclaman el honor de ser reconocidos como los herederos de la línea jazzista. En el espacio reducido que ocupa el jazz contemporáneo −género que ya comparte con la música clásica el cinco por ciento del mercado mundial− se hallan tanto los exponentes del estilo tradicional, el llamado Dixieland, como los improvisadores de trap. Además, aún se puede asistir todavía a unos conciertos de swing, bebop, posbop, jazz-rock, fusión y lo que queda de free jazz. Desde los años setenta, ha ido surgiendo también una mezcla de ritmos caribeños y canciones de Tin Pan Alley conocida como el jazz latino.
Basado en los experimentos de Dizzy Gillespie y Chano Pozo, el jazz latino tiene un linaje honrado, con la participación de Ray Barretto, Chano Domínguez, Paquito D’Rivera, Stan Getz, Charlie Palmieri, Cal Tjader, Steve Turre y otros artistas destacados. Aunque anodina en sus emanaciones más populares, la forma también alberga sonidos controvertidos y mezclas inesperadas de todas partes del hemisferio americano. Con esta multitud de variaciones hay algo para todo oyente.
Por todo lo mencionado, el título de esta entrada podría parecer estrafalaria. ¿Cómo se atreve a decir que una música tan conocida −una música tan importante− no existe? Si tiene grabaciones y actuaciones en directo, ¿no es obvio que existe?
Para contestar, señalo la redundancia en la frase jazz latino: es como decir jazz jazz. A pesar de una historia que pretende encapsular la música en un ambiente estrictamente anglo, el jazz no empezó en Nueva Orleans, sino en varios países del Caribe, y tiene sus raíces en la música romántica alemana y francesa, la ópera italiana, los ritos de los yoruba y varios movimientos populares de Haití, Cuba, República Dominicana, México y Estados Unidos, también un país caribeño. Los estilos fueron llevados y mezclados a través del comercio de ida y vuelta por todo el Caribe y en invasiones hegemónicas, a veces bélicas, notablemente en la zona norteña de Colombia ya conocida en aquellos tiempos como la provincia de Panamá.
Se puede escuchar mucha historia de América en sus melodías, armonías y ritmos. Se oyen los primeros dos en las canciones e improvisaciones que los jazzistas estadounidenses tienen en común con sus homólogos por todo el continente. No es casual que la forma de tema-improvisaciones-tema, con las inspiraciones basadas en repeticiones de los acordes de la primera melodía, tuviera su desarrollo simultáneamente en casi todos los países americanos. Tal como he observado en presentaciones académicas y en talleres en las escuelas públicas de Nueva York, el ritmo del clave que aparece en la música cubana formó parte de la introducción de la canción “St. Louis Blues” de W.C. Handy en 1914 y luego se utilizó en muchas otras canciones estadounidenses asociadas con el jazz. Otro ritmo vinculado con el jazz tradicional y el swing, el backbeat, con acentuación en los tiempos segundo y cuarto del compás, forma parte de la cumbia y el vallenato colombiano.
Las músicas de América tienen muchas influencias de fuentes diversas, lo que se hace patente en lugares diferentes. Escribiendo sobre una forma emblemática de La Habana en La música de Cuba, Alejo Carpentier observa como “la country-dance inglesa, pasada por Francia, llevada a Santo Domingo, introducida en Santiago, rebautizada y ampliada en Matanzas, enriquecida en La Habana con aportaciones mulatas, negras y chinas, había alcanzado un grado de mestizaje que daba el vértigo. Y, sin embargo, el danzón mantenía su carácter y su unidad, permaneciendo fiel a sus orígenes, en cuanto a forma y tipo de escritura”. Luego, ese mismo estilo −origen del danzón cubano, la danza puertorriqueña y el ragtime estadounidense− viajó a Buenos Aires, donde se convirtió en el tango porteño. Como toda la música americana, lleva elementos africanos, autóctonos y europeos.
Versiones de la historia que solo enfocan en Estados Unidos son los resultados de la hegemonía y el marketing. Como observo en mi libro Music and Identity in Twentieth-Century Literature from Our America, Estados Unidos fue el primer país latinoamericano conquistado por los ingleses. A nivel nacional, el gobierno ha impuesto un punto de vista en que la cultura estadounidense tiene poco en común con las demás culturas americanas. Visto así, los latinoamericanos vienen del “extranjero” y su “llegada” acaba de ocurrir. Los medios de comunicación que aceptan esta versión de manera acrítica, se hacen eco de “la latinización de América”, una idea ridícula, dado que la mayoría de los países americanos son latinoamericanos. Para el poder empresarial, un relato relativamente breve que contenga la música en un solo país es rentable para los sellos discográficos que valoran la gloria e ignoran la historia.
La cultura latina no es nada nueva en un país donde la historia colonial de España es más larga e incluye más territorio que Inglaterra. Hispanohablantes pisaban tierra que ahora pertenece a Estados Unidos siglos antes de la llegada de los angloparlantes, y hoy en día el país goza de la segunda población más grande de hispanohablantes del planeta. No tenemos que añadir una conga o soltar unas frases en castellano para crear un nuevo género. El jazz latino, para los que quieren llamarlo así, empezó con los primeros sonidos del jazz y nunca ha dejado de ser parte su historia.
Escrito por Marco Katz toca el trombón y arregla y compone música para banda, quinteto de metal y otros conjuntos musicales. Ahora enseña literatura, dividiendo su tiempo entre la Universidad MacEwan en Canadá y la Pontificia Universidad Católica en Santiago de Chile. En 2014 ha publicado su libro Music and Identity in Twentieth-Century Literature from Our America: Noteworthy Protagonists.