Recientemente pude ver en nuestra televisión pública la película “Bad Teacher” (2011). Cameron Diaz y Lucy Punch son dos profesoras en una escuela primaria que compiten en muy diversos modos y acciones dentro y fuera de la escuela. Reconozco que esta comedia no hubiese tenido mayor trascendencia para mí de no haber sido porque sobre la mitad hay una escena en la que Elizabeth Halsey (Cameron Diaz) es informada de que el profesor que obtenga mejores resultados en el examen estatal (algo similar a lo que tienen los niños españoles en 6º curso) recibirá 100 000 $. Reconozco que de repente mi mente se fue a los peores efectos de la política “No Child Left Behind” (“Que ningún niño quede atrás”) cuya ley ha afectado a tres generaciones de norteamericanos. Aprobada en 2002, trataba de revisar y mejorar una serie de leyes que habían marcado la década final del siglo XX.
Si bien es cierto que su capítulo 1 realizaba previsiones para el apoyo de estudiantes desaventajados, a lo largo de los años, como veremos en este y el siguiente artículo, se convirtió en un arma letal en la educación. La ley requería que los estados desarrollasen unas evaluaciones en materias y destrezas básicas. El examen sería realizado por todos los estudiantes y cada estado lo haría de manera autónoma y, asimismo, cada estado valoraría los logros y analizaría las escuelas y distritos escolares que necesitasen más ayuda. El examen estaba en clara consonancia con la tendencia internacional de que era necesario evaluar a los estudiantes de 15 años. Así el Informe Pisa, realizado por la OCDE para el impulso de políticas equitativas transnacionales y como medida de apoyo internacional, debía servir para la mejora orgánica de la educación mundial y, desde luego, Estados Unidos ha participado desde el principio.
Sin alejarme de mi objetivo –que era la ley americana– no trato de pormenorizar en su diseño e implementación pero, desde luego, tuvo muchos críticos desde el principio. Entre los positivos se encontraba un mayor control contable de los resultados educativos para favorecer tanto a los centros con menor y mayor índice de éxito con el fin de apoyar mejoras o primar los buenos resultados, el efecto en la elección por parte de los padres, el incremento en la investigación educativa y el control y distribución de los mejores profesores. El resultado fue que muchas escuelas comenzaron a formar a sus estudiantes para obtener los mejores resultados incluso si ello significaba “enseñar solo para el examen” a costa de que los alumnos perdiesen oportunidades reales de aprendizaje. Una segunda crítica fue que los exámenes estatales eran demasiado amplios y, sobre todo, discriminaban particularmente a los más desfavorecidos. En una próxima entrada desarrollaré más en profundidad los efectos que la ley tuvo. Anticipo que no todo fue ni malo ni bueno y también añadiré que la cultura de la evaluación ha llegado para difícilmente irse por ahora.
Escrito por Jesús García, Decano de la facultad de educación de la UAH. Estudió su posgrados en las Universidades de Wisconsin y Georgia-Athens y ha sido investigador invitado en Penn State University. Ha investigado en evaluación educativa y educación bilingües.