El Mes de la Herencia Hispana constituye un periodo espléndido para la reflexión sobre la realidad estadounidense. Como es sabido, la celebración comenzó en forma de ‘Semana de la Herencia Hispánica’ en 1968, instituida por el presidente demócrata Lyndon B. Johnson, sucesor del malogrado John F. Kennedy, y ampliada a un mes por el presidente republicano Ronald Reagan en 1988. Entre el 15 de septiembre y el 15 de octubre coinciden una serie de efemérides hispánicas que justifican la celebración: el 15 de septiembre se recuerda la independencia de la mayoría de las naciones centroamericanas; dos días después, la de México y tras otros dos días, la de Chile. El mes culmina con la celebración del ‘Día de la Raza’, también llamado ‘Columbus Day’, que cada año levanta más polvareda entre revisionistas, ofendidos e iconoclastas.
Desde 1968, las cosas han cambiado mucho en los Estados Unidos y en todo el continente americano. Sin embargo, el último año ha supuesto o nos ha revelado algunos hechos que merecen un mínimo comentario. Uno de ellos es la llegada a la presidencia de Joe Biden, significativa en sí misma, pero de singular relevancia por producirse tras el terremoto político y social de la presidencia de Trump. Otro hecho notable es la publicación del censo de 2020, que nos muestra lo acaecido entre la población estadounidense a lo largo de la última década.
La elección de Trump como POTUS auguraba pocas cosas buenas para los hispanos. Su discurso supremacista y xenófobo venía a atacar de raíz la esencia migratoria de la nación estadounidense y muy especialmente de la población de origen hispano. El ‘muro’ ante, contra y frente a México, o la supresión de la página web de la Casa Blanca en su versión en español se convirtieron en símbolos de una ideología sin fisuras. Biden se propuso dar un giro a la estrategia antihispana permitiendo el uso del español en su toma de posesión y reabriendo la versión en español de la mutilada página web. Pero hete aquí que llegó la pandemia golpeando fuertemente y revelando las crueles desigualdades internas de la gran nación. Las fronteras se cerraron, con unos efectos a medio plazo sobre la política migratoria que hoy por hoy se desconocen.
Pero la pandemia no está encubriendo las realidades que el censo de 2020 ha evidenciado. Frente al discurso de la progresiva decadencia del español, los datos censales nos dicen que la población hispana supera con holgura los 60 millones de habitantes, con un crecimiento superior al 50 % respecto a 2010, que uno de cada cinco estadounidenses es hispano (uno de cada cuatro niños), que estados como California tienen más población hispana que blanca no hispana o que estados supuestamente poco ‘latinizados’, como Rhode Island, Oklahoma, Connecticut o Massachusetts, han visto crecer su población hispana en un mínimo de un 3 %.
Obviamente, debe recordarse que ‘población hispana’ no equivale directa y necesariamente a ‘población hispanohablante’. Bien cierto es. Pero aquí es cuando vuelve a revelarse un dato que exaspera a los fieles creyentes de la ‘ley de hierro’ de la asimilación, aquella que sostiene que los Estados Unidos diluyen por completo las lenguas de sus inmigrantes en tres generaciones. El dato de 2020 dice que el 72 % de los hispanos maneja el español de modo proficiente, cuando en 1970 el porcentaje era del 75 %: esto es, tras medio siglo, la diferencia es de un 3%. Lenta resulta, pues, la dilución. Es cierto que, entre los hispanos ya nacidos en los Estados Unidos, el conocimiento del español ha descendido del 67 % al 57 % en diez años, pero también lo es que la fuerte identificación con el origen étnico-cultural retrasa la pérdida de habilidad lingüística, cuando no fomenta el conocimiento de la lengua por la vía de la escuela. Los datos nos dicen que actualmente la mitad de los hispanos ¡de cuarta generación! se identifican principalmente como tales.
Todo ello sin perjuicio de un mayor y mejor conocimiento de la lengua inglesa por parte del conjunto de los hispanos, ya que, en la última década, la población hispana buena conocedora del inglés ha pasado del 59 % al 70 %. Aunque no se quiera ver, los datos muestran que las comunidades bilingües son posibles en los Estados Unidos, sin deterioro de ninguna supuesta esencia angloamericana.