El dilema y la pesadilla

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La incursión terrorista de Hamás en Israel el día 7 ha producido en Israel un shock similar, mayor diría yo, al causado en Estados Unidos el 11 de septiembre del 2001 y que trastocó el tablero internacional. Es evidente: en Estados Unidos murieron 3.000 personas de una población de 330 millones, desde la batalla de Antietam en la guerra civil estadounidense los americanos nunca habían sufrido tantas pérdidas en una jornada. En Israel 1.350 de una población de 10 millones. Los judíos tampoco han sufrido nada parecido desde la atrocidad genocida del Holocausto. La humillación sufrida, mayor la de Israel, también tiene semejanzas.

El paralelismo refuerza el apoyo americano a Israel cimentado en las últimas décadas. No fue, con todo, siempre exactamente así. En contra de lo que sostiene bastante izquierda, Israel no nació en 1948 como una imposición de Estados Unidos.  Fue una decisión de las Naciones Unidas en una resolución, aprobada por una mayoría de 33 países, 13 en contra y 10 abstenciones, que alumbraba la creación de dos estados en la zona : Israel y Palestina.

Los árabes cometieron entonces su primer gran error. Rechazaron la resolución y varias naciones árabes invadieron Israel que, sorprendentemente, con armas proporcionadas por la comunista Checoslovaquia los contuvo y derrotó. El desliz árabe está grabado en la mente de los israelíes. En el siguiente conflicto, el de Suez de 1956, sería Israel, en comandita con Gran Bretaña y Francia, quien invadiría arteramente Egipto. Sin embargo, Eisenhower se separó ruidosamente de sus aliados presionando sin pudor al británico para que cesaran las hostilidades. El rechazo estadounidense a la aventura colonial marca el principio del fin de los imperios británico y francés.

En octubre de 2023 el apoyo oficial de Washington a Israel es sin fisuras. Ha habido alguna manifestación aislada en alguna universidad, Harvard…, de simpatía con la causa palestina, escasas, pero Biden, aunque ha pedido proporcionalidad a Tel Aviv en la respuesta, respeto al derecho internacional, etc. y ha afirmado que la ocupación de Gaza sería un gran error ha sido inequívoco: Hamas no es Palestina, pero “Israel debe ir a por Hamás”. Es lo que piensan una gran parte de los estadounidenses conmocionados con los niños degollados, las violaciones, la masacre en un festival de música y la captura de rehenes.

Más de un analista puede opinar que las admoniciones de Biden son la cuadratura del círculo: ¿Cómo eliminas a un enemigo agazapado en un territorio no mayor que el del término municipal de un pueblo español en el que viven 2.100.000 personas?, ¿Quiere tu población que trates con guante de terciopelo a un grupo terrorista que rapta a 150 personas y que en su carta fundacional sigue manteniendo que Israel debe desaparecer del mapa?, ¿Puede Israel permitirse perder una guerra?

El conflicto acabará dividiendo al planeta siguiendo en buena medida las líneas de la olvidada Guerra Fría. El turco Erdogan ha dicho que Israel no es la víctima. La calle árabe y la izquierda internacional, Yolanda Díaz y Belarra son un buen ejemplo, han lanzado soflamas de apoyo a Hamás incluso cuando las masacres de civiles aún no habían sido replicadas por Israel. Nuestras ministras  se quejan del doble rasero occidental  pero  callan ante las barbaridades de Putin en Ucrania y subrayan los desmanes israelíes en Palestina olvidando que siendo ciertos, ampliación egosita de los asentamientos, etc…nada, absolutamente NADA,  justifica las matanzas de civiles del dia 7 y que ningún estado puede dejar de actuar contra  canallas de esa catadura.

No son las únicas voces europeas que cargan las tintas sobre Israel. Cualquier aliado de Estados Unidos siempre será demonizado en la izquierda mundial. Incluso en ocasiones en que Washington viene en nuestra ayuda cuando los europeos éramos incapaces de parar la limpieza étnica, a veces de musulmanes, que hacía Milosevic en los Balcanes.

Las pifias antes del conflicto son descomunales. No solo la de Israel, con un gobierno muy contestado por su intento de controlar tendenciosamente el poder judicial y en el que hay ministerios con supremacistas poco propensos a ser comprensivos con los palestinos, sino también la de Estados Unidos cuyo Asesor de seguridad, Jake Sullivan,  manifestaba hace tres semanas que  Oriente Medio estaba en el momento más estable de los últimos 20 años. Hamás, astuto en los preparativos, vio un momento propicio en la fractura de la sociedad israelí y quiso detener la inminente aproximación de Arabia saudita al estado judío. Dado su fanatismo  no parece importarle que Israel se exceda en sus represalias porque dificultará el deshielo árabe-israelí. Quizás lo desee.

La ocupación de Gaza, la mera guerra dentro, es militarmente peliaguda y moralmente imposible. Ser indiferentes a la muerte de civiles no ayuda ni a la causa israelí ni a la occidental. La sociedad internacional no puede dar un cheque en blanco a Israel. El dilema, sin embargo,  es doloroso. La opinión pública judía, aún dividida sobre su gobierno, censurándolo por intransigente, razona que la Guerra del Líbano de hace quince años y la de ahora han comenzado después de que Israel abandonara esos territorios, que en estos momentos Israel aceptaba a 18.000 trabajadores diarios de Gaza, se aterra con las imágenes de mujeres violadas junto a los cadáveres de sus compañeros, se empapa de la negación de la existencia de su nación por Hamás, oye que hace solo días Hassan Nassalah, líder de Hezbollah, ha repetido que Israel debe dejar de existir, cuenta los 150 rehenes y da vueltas con aprobación o con  reservas la frase de Ehud Barak sobre los terroristas: “Vamos a jugar con sus cartas”. El panorama es política y humanamente ominoso.

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